A una quincena escasa ya van sonando los títulos junto a sus autores que pronto veremos en los stands. De hecho, ya se encuentran recostados en las librerías, fuera del estante, preparando el camino. Ojearemos Pureza de Juan Ramón Jiménez, cogeremos el Libro de Ana Mª Matute para no olvidar al rey Gudú, echaremos un enésimo vistazo a las nuevas ediciones de Proust, de Joyce y a la de los Cuentos Completos de Miguel de Unamuno, que incluye el inédito titulado De camino. Habrá muchos más afortunadamente, pero la vuelta a los clásicos es reencontrarnos ante una primera lectura escapando a ratos a lomos de la incipiente y deseada madurez. Pasado el tiempo sonreímos mientras el silencio es un momento largo que se va llenando de imágenes sin palabras, aunque sean ellas las inspiradoras.
La adicción a la lectura empieza por curiosidad, luego crece junto al entretenimiento y nos atrapa para siempre. En esa red aprendemos a ser críticos mientras nos bebemos las páginas y es en la relectura, en el enfrentamiento a esos títulos -intensos entonces para un adolescente- cuando apreciamos nuestro crecimiento alimentado por el bagaje literario, una madurez que nunca dejará de evolucionar precisamente por ser selectiva.
La publicación del cuento de Unamuno supone una revalorización de su legado literario. El comienzo nos ha sido facilitado por el periódico La Razón, embadurnando de miel las palabras que van componiendo las postales por donde camina el personaje al dejar su pueblo de camino a la ciudad para ganarse la vida, un deseo siempre soñado y que una vez hecho realidad no puede evitar la duda ante lo desconocido por las opiniones de los paisanos, duda que evita enlazándola a momentos íntimos e ilusionantes, el de una vida distinta y poder dividir el tiempo entre trabajar y disfrutar. La cercanía lo aleja del pueblo, volviendo del revés la visión habitual. El baile de dos mariposas sobre un escaramujo atrae su atención, como la última mirada al pasado. Estas atmósferas, estos espacios aéreos son tan unamonianos como su forma de novelar, de contarnos su historia con su propia voz, lograda por sus incontables horas de lectura, la única herramienta que necesitó para encontrar las distintas formas de expresar lo ya expresado, haciendo original y único el hilo conductor. Si hubiera vivido nuestra actualidad, con sumo placer habría pasado las noches al lado de la nouvelle, admirando la intensidad, la brevedad y la sencillez como en un relato, el juego del lenguaje a merced de la economía verbal y el poder de las palabras. Seguro evocaría El héroe, el cuento que se le ocurrió sin ellas, como casi todos.
Sigamos al lado de la prudencia.