Estos últimos días el sol, cargado de frío, ha estado empujando para salir por ese rato habitual que solemos llenar de pasos. La voluntad y la bufanda han ayudado con la caricia helada esperándonos en la calle, deseosa de darnos su saludo cordial mientras se nos iban encogiendo las ideas a medida que nos alejábamos de casa. El tema de la conversación de ascensor ha abandonado el cuchitril mecánico para jugar a las esquinas, saltando a nuestro alrededor mientras volvíamos, quedándose de nuevo bajo el cielo, pegado a los cristales, intentando colarse bajo la puerta. El frío aún no se va. Le encanta poner el agua azul, abrillantar el verdor de la marisma y atiesar los vinagrillos.
Estos días son de casa y tan mágicos que un libro, el silencio y el humo de una bebida caliente han podido parar el tiempo haciendo que la tarde y la noche se unan en la madrugada. La hablilla ha estado esperando, ha dejado ese hueco para asentar las ideas después de dejar volar las imágenes que ha ido conformando la lectura de El malestar de la felicidad, de Purificación García Díaz, autora que ha ido creciendo desde aquellas primeras páginas tituladas Actrices secundarias, un libro de relatos donde eligió a veintitrés para contar sus momentos entre la humildad y la paciencia. Luego cambió de registro con la novela La raíz de la memoria, una historia de desamor sin victimismo, de enfermedad agarrada a la superación. Ahora vuelve al relato, recurriendo esta vez a la voz del personaje como hilo conductor entre los treinta que componen el libro, una voz que va creciendo y, por tanto, va madurando a medida que pasa el tiempo por la cotidianeidad. Los textos son espejos donde se reflejan la ingenuidad, la asimilación de la muerte, la rutina, el viento loqueando por las calles, la ausencia, la angustia, la ancianidad, la pérdida de memoria, las mudanzas de los mayores, el hecho puntual de dejar de ser hija para convertirse en madre de la madre, en suma, un ramo de situaciones que escuecen porque en algún momento hemos dado un sorbo a esta amargura irreversible. Unas mujeres que han estado acalladas por las circunstancias, envueltas en la sombra del silencio atronador de la ternura, que aún guardan amor en las arrugas de la piel, que lo dieron todo para que los suyos fueran felices, que dan cuanto les queda para que los suyos no dejen de serlo. Sin dejar de mirar los recuerdos, Purificación García Díaz los transforma en imágenes que van fijándose hasta transformar cada relato en una fotografía, la de ese silencio desde la introspección, jugando con él, como escribió Leila Slimani.
El malestar de la felicidad conserva su lugar en la mesa. Su lectura, aunque acabada, nos invita a volver a las páginas. Aún quedan días de frío.