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“Alejandro, ¿cuánto tiempo llevas esperando que muera tu padre para coger dinero?”

Alejandro Vilas es hijo del jefe de máquinas del pesquero ‘Pitufo’, José Modesto Vilas, que falleció el 16 de abril en alta mar. Su cuerpo llegó a La Isla 20 días más tarde tras una odisea en Namibia. Cuenta lo ocurrido de su puño y letra en una carta enviada al director, escrita y presencial.

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La historia tras la muerte de mi padre ha sido el resumen más realista de lo que ha sido su vida. Obstáculos, puertas cerradas, trampas y más trampas para conseguir el objetivo. El de mi padre fue darnos de comer durante sus días, el nuestro, después de su muerte, fue que su cuerpo fuera tratado de la forma más digna.

El suyo de sobra lo consiguió. Se fue de este mundo con los deberes hechos, con una lección de amor por nosotros insuperable, dejó su alma en los mares para que su familia no dejara de vivir bien. Y nuestro fin nunca sabremos si del todo lo conseguimos. Sólo lo sabrán las manos que lo trataron en Namibia, pero al menos nuestra conciencia quedará tranquila. Con el viaje al continente africano, mi familia sólo buscaba salvaguardar lo único que mi padre no había perdido y que permaneció inalterable hasta el último día; su dignidad.

Las cosas no se hicieron bien desde que llaman a mi madre para darle la noticia. Ni palabras de aliento, ni pésame, ni comprensión...La empresa no solo no se puso al servicio de mi familia en una circunstancia tan trágica como la que estábamos viviendo, sino que hizo todo lo contrario. Desinformación, silencio, malos modos, descalificaciones... Eso es lo que nos llegaba desde la empresa  Freiremar tras la muerte de mi padre(jefe de máquina en uno de sus barcos) en aguas de Namibia, a 10.000 kilómetros de nuestra casa.

La llamada llega sobre las 12.30 del día 16 (Miércoles Santo) desde Vigo, cuando un representante de la naviera Freiremar nos comunica que mi padre ha muerto. La única información que nos llega en ese momento es el fallecimiento, nada más. Más tarde, sobre las 17.00 horas (tras llamar mi tío), la misma persona nos comunica que el cadáver llega el viernes a puerto.

Desde este momento deja de existir la comunicación con la empresa hasta 48 horas después. Mi madre se va a la cama sabiendo que su marido ha muerto pero sin ningún dato más. El Jueves Santo lo dedica a llamar al número personal del representante de la empresa y al número del barco.

Nadie contesta a las llamadas, es verdad que era un día de fiesta, pero la obligación de ellos era descolgar el teléfono y contactar con mi familia aunque fuera solo para decir que no tenían ningún dato que ofrecer.

Viernes Santo
Si el Jueves Santo fue el día de la desinformación, el viernes fue el día de la incompetencia y la desidia. Unos y otros se lavaban las manos. Tras una llamada a la Embajada de España en Namibia desde dónde me indican que la cónsul me llamaría en un momento, realizo una segunda llamada sin éxito al Ministerio de Asuntos Exteriores.

Si eres español, nunca te mueras un día de fiesta. El país se queda a cargo de gente sin conocimientos y soluciones. El Ministerio se inhibe y me aconseja que llame a la Embajada. Desde allí recibo una llamada de la cónsul, la señora Marta Méndez, quien me argumenta que no se habían puesto en contacto con la familia los días previos porque desde la naviera le aseguraban que la familia estaba al tanto de todo y que me llamaría en cuanto mi padre llegara a puerto. La pelota iba de tejado en tejado, y mi familia, dos días después, rota de dolor y abandonada por todos.

Sobre las 15.00 horas nos comunican desde Vigo que el cadáver ha llegado al Puerto del Walbis Bay a las 12.30 horas. El representante, un tal Antonio, ladrando más que hablando, olvida que al otro la lado del teléfono había una señora que había perdido a su marido y que solo quería algún dato más sobre la muerte de mi padre. Se enfada, desconoce y se niega a dar más datos sobre lo ocurrido.

Me pongo al aparato y le exijo que si ignora lo que ha pasado me facilite el número del armador y el capitán, a lo que se niega de forma rotunda. A duras penas consigo que me dé el número de un consignatario (que no pertenece a la empresa) que trabaja en el puerto desde donde había salido el barco en Namibia.

Es ahí cuando recibo la primera información de lo que pasó con mi padre en el barco Pitufo de la Naviera Freiremar, y a su vez este hombre me facilita el teléfono del armador, hasta entonces, 16.30 horas del viernes 18 de abril, en paradero desconocido.

Desde el minuto uno me encuentro a un hombre sorprendido -por la llamada- , excusándose continuamente y con una soberbia innecesaria. Parecía como si la cosa no fuera con él, como si estuviera exento de toda responsabilidad en tanta desinformación tras el fallecimiento.

De hecho, al mostrarle mis quejas por el comportamiento de la empresa, lo primero que este señor hace es delegar las culpas en Antonio -representante de la naviera que da la noticia desde Vigo-. Luego, cuando me explica qué pasó con mi padre (primera voz oficial de la empresa que nos comunica parte de los hechos -dos días después-) se excusa de forma apresurada y repetida en que el capitán es novato (con el que por cierto, se nos niega la comunicación aún hasta hoy), y le pido por favor que queremos dos billetes para Namibia, a lo que me responde que lo va a mirar y me llamaría por la mañana temprano.

Llega el cuerpo a Namibia
La última llamada del día llega de la cónsul, sobre las 18.30 horas, para  comunicarme que el cuerpo de mi padre ya había llegado a puerto (el cadáver llegó sobre las 12.30 horas) y para preguntarme si el armador me había llamado, pues ella sobre las 15.00 horas habló con él y le pidió que llamara a los familiares.

Esa llamada del armador nunca se produce, al señor Freire lo localizo yo después de hacer mil gestiones. A pesar de ello, deposito toda mi confianza en la señora cónsul, pues aunque la embajada no se pone en contacto con mi familia hasta que yo les llamo el viernes por la mañana, creo que es la única persona capacitada para ayudarme de verdad.

Marta Méndez me tranquiliza hablándome del buen estado civico del país y la carretera que comunica Walbys Bay con la capital, y me asegura que ella estará desde primera hora del martes al tanto de todos papeleos con el gobierno namibio y al desarrollo normal de la posible autopsia.

Sábado 19 de abril
Pasa la mañana del sábado y el señor Freire no llama como prometió. Sobre la 13.00 horas lo llamo y sus primeras palabras son para argumentar que tanto él como su secretaria llevaban toda la mañana intentando contactar conmigo, - mi teléfono estaba hasta arriba de batería y cobertura-. En un principio me dice que no habrá problemas para los dos billetes y que su secretaria me llamará las 17.00 horas como un clavo, pero de pronto todo se nubla.

Tras volver a sacar él el tema, y excusarse sobre el buen comportamiento tanto suyo como de la empresa, yo le digo que no estoy de acuerdo y el me dice lo siguiente; “creo que si estamos actuando como debemos señor Alejandro, era mi Viernes y Sábado Santo, mis tres primeros días de vacaciones, y aquí estoy intentando ayudar”, a lo que luego añade: “mi compañera estaba en la playa y ha tenido que venir para gestionar los billetes”.

Tras esto le contesto que me importa bien poco donde puñetas esté su compañera, pues mi madre la tengo aquí al lado 24 horas llorando y su obligación como armador era haber estado al frente de la situación desde la primera llamada para dar la noticia. Tras ello, el señor Freire considera que le estoy atacando y me cuelga.

Al rato, vuelvo a contactar con él, y tras preguntarle que es lo que cubre la póliza del barco de mi padre, me comenta; “no puedo estar al tanto de todos los seguros de todos los barcos que tengo, no sé ni lo que cubre mi póliza”, a lo que añade más tarde “¿bueno Alejandro, y cómo es esto, cuánto tiempo llevas esperando a que se muera su padre para coger dinero?”.

La falta de humanidad que lleva consigo la frase resume todo el maltrato que en esos días sufrió mi familia. Nada más se podía esperar de este individuo que el trato deplorable y repugnante que en esos días sufrimos. Después de esto le digo que es un impresentable y que la próxima vez que hable con él lo hará mi abogado. Paradójicamente, el que vuelve a colgar el teléfono es el señor Freire.

Pasan las cinco de la tarde y nada sabemos de los billetes, yo me prometí a mi mismo no hablar más con estas personas, por lo que por la tarde, es el abogado el que llama a este señor para gestionar el viaje. Tres llamadas y tres veces que colgó el señor armador de la empresa Freiremar, un puesto que visto lo visto le venía demasiado grande.

Manuel Freire, fundador de la naviera, captó que su hijo no estaba a la altura, que todo se le había ido de las manos, y el domingo por la mañana recibimos una llamada. Tras contestar mi madre, me pongo al teléfono y era el señor Manuel, y quizás de forma equivocada, ante él pierdo los papeles. Mi diplomacia ya estaba bajo mínimos, por entonces me había prometido dejar de lado las buenas palabras con este tipo de personas.

Esa misma noche de domingo, recibo la llamada de la directora de la Casa del Marino de Walbis Bay. Desde el primer momento me advierte de todas las artimañas que me podía encontrar en Namibia, y me aconseja que haga el viaje acompañdo de una persona que pueda hablar y hacer gestiones sin la presión emocional. A pesar de que algún familiar se ofreció para ello, finalmente decidimos que los que debíamos de ir éramos mi madre y yo.

Lunes 21 de abril
Al lunes siguiente, mi abogado toma las riendas y tras una primera negativa chulesca del señor Manuel Freire, consigue un billete para ir Namibia. A las 18.00 horas de la tarde, la naviera nos aclara que al final son dos los billetes que nos gestionarán. A las 22.00 nos confirman que a las 9.00 del martes salimos de Jerez para llegar el miércoles a mediodía a Namibia.

Llegamos al aeropuerto, y ni el consignatario ni nadie de la empresa nos recibió. Allí nos esperaban dos nativos del lugar -muy simpáticos por cierto-, que por orden del consignatario nos recogieron y nos montaron en una ranchera para llevarnos a través del desierto con dirección a Walbis Bay.

Los episodios empiezan a ocurrir desde el día en el que llegamos. Desde el primer momento nos dimos cuenta que en Namibia las cosas no venía rodadas, había que forzarlas para que salieran bien. El único apoyo 'fiable' y real que encontramos al principio, fue el de la directora de la Casa del Marino, quien nos abrió los ojos y nos hizo que nos preparáramos ante tanto mafioso. Su apoyo fue efímero, duró apenas dos días, el tiempo en el que tardamos en meternos en terrenos pantanosos.

Nada más llegar vimos que debíamos de estar muy fríos para no aceptar lo primero que nos ofrecieran. Llegamos y el consignatario nos da una carpeta con todos los documentos de mi padre, entre los que se encuentra la declaración del capitán sobre lo ocurrido. Esa declaración es una copia de la declaración oficial que hace el capitán a la policía, pero está en inglés.

Aunque comprendo lo que dice, le digo que me dé la declaración en español, a lo que me responde que no me la ha traído, pero que si la quiero la tiene en la oficina. Es decir, me trae una carpeta preparada con todos los documentos de mi padre, y este señor se deja en la oficina el que para nosotros era el más importante. Desde el principio comprendimos que debemos estar atentos, este señor nos ofrecerá siempre la primera opción que por alguna razón le convenga, lo que queramos luego se lo tendremos que exigir. (El último día, también nos intentó ocultar los papeles de la autopsia).

Algo parecido pasó la mañana siguiente a nuestra llegada. Cuando muy temprano este señor llega anunciándonos que ya tenía a un forense para hacer la autopsia. Para nuestra sorpresa, el forense es el Doctor Blazi, el mismo doctor que trata a mi padre en la consulta justo antes de salir a navegar. Mi madre, con muy buen criterio, se niega de inmediato, pues no entendíamos como el mismo médico que podría tener -si la hubiere- alguna responsabilidad fuese el mismo que realizara la auptosia. Eso lo paramos.

El viaje a Namibia, por encima de todo, siempre estuvo sostenido por una cuestión moral y emocional, pero desde ese momento, nuestra presencia allí quedó justificada a nivel de gestiones, pues ni la Embajada ni nadie hubieran frenado lo que creíamos que era un absoluto despropósito y violaba uno de los principios fundamentales que un médico forense debe respetar.

Mi madre, una leona por naturaleza, fue una cachorra en esa entrevista, estuvo receptora, pasiva e incluso asintiendo. Hizo el papel de su vida, como nos había aconsejado la directora de la Casa del Mar de Namibia. Tras salir de la consulta, rompió a llorar de rabia.

Sin autopsia
Esa misma mañana, tras una reunión con la policía namibiana, nos ofrecieron que podíamos llevarnos a mi padre sin hacer autopsia si firmábamos un documento en el que afirmáramos que la muerte fue por causa natural. Nos negamos de inmediato. Nos pusieron en contacto con un forense de la policía, que tras no poder hacer la autopsia ese mismo viernes, quedamos en ponernos en contacto para practicarla el lunes, como luego así se hizo.

Una vez que ya estábamos en España, con la cabeza un poco más despejada, descubrimos otro disparate de todo este embrollo. Las autoridades namibianas nos obligaban a hacer la autopsia para sacar el cadáver del país, pero la realidad es que el gobierno namibiano se desentiende por completo, pues la autopsia se hace por la vía privada.

La embajada de España representada en la figura de la señora cónsul Marta Méndez, no estuvo a la altura. No sé si por dejadez, desconocimiento o falta de experiencia. Pero nunca encontramos en la diplomacia española la ayuda que cualquier ciudadano español hubiera necesitado en una situación como la nuestra.

El papel de la embajada en todo este proceso fue pasivo y a distancia. No sé cuántos casos como  el nuestro se encuentran al año en Namibia, pero al menos, alguien de la diplomacia española tuvo que estar allí, in situ, en Walbis Bays, ayudándonos a gestionar situaciones tan complicadas.

A pesar de ello, la voz de la señora cónsul Marta Méndez nos daba confianza. Creíamos que era la única persona que de verdad nos podía ayudar en Namibia. De hecho, sus palabras nos tranquilizaron. Nos habló de un país totalmente occidentalizado, nos garantizó que la carretera que comunicaba la capital de Windhoek con Walbis Bays era bastante segura, y nos afirmó que iba a estar al tanto de que todo el proceso de la autopsia se hiciera de forma correcta.

Cuando llegamos a Walbis Bay comprendimos que la cónsul nos habló desde el más absoluto desconocimiento. Allí nos encontramos una ciudad que funciona administrativamente con la ley del más fuerte, una carretera que cruzaba el desierto (que afortunadamente no tuvimos que coger) por la que te podías cruzar con animales y que presentaba la mayor tasa de mortalidad del país.

Papeles que nos intentaban ocultar,el mismo médico de cabecera para hacer la auptosia y que lleva a llamar borracho a mi padre -fue la vez que perdí los nervios, pero no lo agredí- la posibilidad de firmar un papel como si yo fuera un médico, etc...Todo de una oscuridad absoluta, de una película de miedo. Definitivamente, la señora cónsul, Marta Méndez, nunca había estado ni sabía como funcionaban las cosas en Walbis Bay.

Ni el Walbis Bay ni en contacto telefónico con nosotros. La única llamada que tuvimos con la cónsul fue el jueves 24, cuando le llamamos para contarles que el consignatario nos ofrecía como forense al mismo médico que trató a mi padre, y por ello le pedimos que nos ofreciera o nos buscara algún forense titulado de confianza de la embajada. La señora cónsul nos dice que lo único que puede hacer es ofrecernos una lista y que nosotros escojamos.

Ante tanto problema y tanta soledad, mi madre y yo nos planteamos coger un coche e ir hacia la capital para hablar en persona con la embajadora (desistimos por la distancia y la inseguridad). Ya no confiábamos en nada ni en nadie. La autopsia se haría el lunes, pero no había nadie que nos asegurara de forma segura que el proceso de la auptosia, el embalsamiento y la custodia del cuerpo y las posibles muestras fueran hechas de forma fiable y eficiente.

Era fin de semana, si ya los días que estábamos ocupados nos sentíamos solos, imagínense un domingo en Namibia. Teníamos la imperiosa necesidad de hacer algo que acelerara e hiciera los más fiable posible el proceso.

Redes sociales
Visto que en cinco días solo recibí una llamada de la cónsul (para responder a una llamada mía), pensamos que la vía mediática (Twiter y La Voz de Cádiz) era la única por la que los políticos de la diplomacia se pondrían en marcha para ayudarnos de verdad. Esto y presiones desde España (el alcalde de San Fernando y presidente de la Diputación de Cádiz- José Loaiza García, llamó personalmente a la embajada varias veces) hicieron que el mismo lunes 28 la cónsul ya me llamara por la mañana dos veces y luego por la tarde para preguntarme como había ido la autopsia.

Al día siguiente, me volví a dar cuenta que la vergüenza de algunos políticos no tiene límites. La embajadora, Carmen Díez, (de la que no sabíamos nada hasta la fecha), se puso al teléfono para comunicarnos que nos quería recibir en la embajada(a 400 km de dónde estábamos) para darnos el pésame personalmente -la señora tuvo toda una semana para hacerlo, pero lo hizo cuando desde España le llegaron las noticias de nuestro descontento-.
Aunque con palabras no reconocieron que no estuvieron a la altura durante nuestra estancia allí, al menos sí evidenciaron, con una nueva forma de actuar, su inoperancia durante esos días. Nos íbamos esa misma mañana, y desde la embajada no dejaron de llamarnos para hacer las últimas gestiones. En toda la semana no sentimos ese codo a codo que tuvimos esa mañana con la diplomacia española.

Veinte días después
A mi padre se le realizó la autopsia el lunes 28, y no llegó a Cádiz hasta el lunes 5. Desde la embajada nos dijeron que ya no dependía de ellos,  que ya era la funeraria la que tenía que encargarse de buscar la compañía para volar. El martes volamos hacia España, porque prácticamente nos aseguraron que mi padre lo haría el miércoles o el jueves. Luego nos enteramos que el jueves era de nuevo festivo en Namibia, por lo que otro día perdido más. El viernes, a las 22.30 horas, nos confirman, por fin, que mi padre saldría el sábado por la noche del país africano.

Además de todo esto, de nuestras sensaciones y experiencias, hay un dato claro en todo esto, mi padre murió el 16 de abril, y no llegó a Cádiz hasta el 5 de mayo, 20 días después.

Quiero pensar que la situación que vivimos fue provocada por la participación de gente muy por debajo de los puestos que desempeñaban, porque todos, en algún momento del proceso, delegaron responsabilidades en un tercero. Aún hoy día 30 de junio, no hemos conseguido hablar con ningún compañero que estuviera con mi padre en su último momento. Aún hoy no sabemos si mi padre sufrió o no sufrió. No creemos que Freiremar sea responsable de la muerte de mi padre, pero sí de la mala salud de toda una familia.

(En España se hizo una segunda autopsia cuyos resultados aún no se conocen).

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