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España

Martín y Obama

En el convento de Santo Domingo de Jerez hay una capilla con un santo mulato, un santo con escoba que llevó a gala la premisa evangélica...

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En el convento de Santo Domingo de Jerez hay una capilla con un santo mulato, un santo con escoba que llevó a gala la premisa evangélica de que todo el que se humilla será enaltecido. Es San Martín de Porres, cuya fiesta se celebró el pasado lunes y cuya historia viene cargada de virtudes y de humillaciones.

San Martín de Porres fue un mulato, nacido en Lima, capital de Perú, en el 9 de diciembre de 1579. Era hijo natural del caballero español Juan de Porres, aunque en su partida de bautismo figura como “hijo de padre desconocido” y de una india panameña libre, llamada Ana Velásquez. Martín heredó los rasgos y el color de su madre, lo cual vio don Juan de Porres como una humillación, abandonándolo aunque con el tiempo le reconocería como hijo suyo. Vivió pobremente, pero Martín era muy inteligente y tenía inclinación por la medicina, cuyas técnicas aprendió en una droguería. Ejerció, también, como barbero, una profesión que en aquella época estaba ligada con las ciencias medicinales. Todos sus conocimientos los aplicó en el bien común, consagrándose al servicio de los más necesitados, de los enfermos y de los más humildes.

Con quince años se hizo dominico, en el convento llevó una vida de heroica virtud, llegando, por su carisma y su atracción de masas, a ser consejero de teólogos, obispos y autoridades civiles, todo ello desde su humildad y sencillez de enfermero y barrendero del convento. Fue canonizado por el Papa Juan XXIII, después de muchas vicisitudes por su condición de hombre de color y en Estados Unidos, y otros países, es el patrono de las obras que promueven la armonía entre las razas y la justicia interracial.

San Martín de Porres es el primer santo americano de color. El mismo virrey de Lima fue a su lecho de muerte para besar su mano por cuanto había hecho de bien por su pueblo, mientras en la calle toda la nación lloraba su muerte. El entierro de Martín de Porres tuvo que hacerse de forma apresurada para evitar los problemas que podrían ocasionar la gran cantidad de seguidores suyos que esperaban acompañarlo en sus últimos momentos. Martín de Porres fue un auténtico líder americano.

Salvando las distancias religiosas e históricas el presidente Obama me ha recordado mucho a Martín de Porres, no sólo físicamente sino también por su trayectoria y el hecho de ser un fenómeno de masas, un personaje que proyecta ilusiones, una figura carismática que trasmite nuevas esperanzas y espíritu de cambio. La historia de Obama, como la de Martín de Porres, está llena de constancia y superaciones. Su potente oratoria, su sonrisa contagiosa, su discurso social, su credibilidad y su facilidad para conquistar a los demás, cruzando las líneas ideológicas de razas y clases han sido cualidades indispensables para su éxito y para que una gran mayoría de ciudadanos confíen en él.

Obama, como Martín de Porres, también fue hijo de razas distintas, también su padre se separó de su madre y también, como consecuencia de este divorcio, la distancia entre él y su padre fue notoria, sin embargo su vida es un ejemplo de lucha por la defensa de los derechos sociales, de aquellos desfavorecidos que más necesitan apoyos.

Ahora sólo es necesario que Obama, al igual que hizo Martín de Porres, aproveche ese tirón y la importancia que Estados Unidos tiene en el mundo, para ese “cambio en el que todos podemos creer” que tanto ha abanderado en su campaña electoral y que tan eficazmente le ha resultado para alcanzar la Casa Blanca.
Obama tendrá que afrontar los desafíos de los nuevos tiempos, como Martín tuvo que enfrentarse a las mentalidades de su época. Pero siempre deberá de tener en cuenta aquello que tanto defendió el santo limeño: “Todo el que se humilla será enaltecido y todo el que se enaltece será humillado”.

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