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Miércoles 27/11/2024
 

Campo de Gibraltar

Algeciras, 250 años de tauromaquia

La próxima feria taurina se celebra dos siglos y medio después de las primeras corridas oficiales celebradas en la ciudad

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  • La Perseverancia -

La feria taurina de Algeciras que llega en unas semanas coincidirá con el 250º aniversario de los primeros festejos organizados en la ciudad. Dos siglos y medio de tradición asientan a la localidad algecireña entre las importantes del panorama taurino nacional.

Diversos documentos históricos, así como la obra Historia del toreo en Algeciras, de José Reyes Carmona, coinciden con Manuel Pérez-Petinto a la hora de señalar la fecha de las primeras corridas de toros en Algeciras. En su Historia de Algeciras, Pérez-Petinto señala que “en 1762 el Reverendo Padre Comendador del Convento de la Merced (frente al actual Ayuntamiento, de ahí que adquiriese el nombre de calle Convento) solicitó del Ayuntamiento permiso para celebrar una corrida de novillos en la que se matasen toros, para con el producto de las entradas de barreras y tabladillos, costear las obras de construcción de la iglesia”.

La gestión se dilató debido a que el Cabildo la remitió al Real Concejo, ya que “no tenía facultades para conceder licencias para celebrar corridas de toros de muerte y sí sólo para las de novillos”. El Real Concejo lo concedió en 1765 “para celebrar durante tres años, ocho corridas en cada uno de ellos”.

Sí señala Reyes Carmona que hubo antecedentes, puesto que antes de la refundación de Algeciras ya se celebraban festejos en Gibraltar y tras pasar el Peñón a manos británicas, en San Roque. La recién emancipada Algeciras acogió también novilladas, que se celebraban en la Plaza Baja, la actual plaza de abastos hasta la creación del Ayuntamiento, en 1955, cuando pasaron a celebrarse en el matadero, junto a la actual avenida Gesto por la Paz.

Polémica institucional
El éxito de la fiesta entre la población y la tensión política en el gobierno de un Ayuntamiento con pocos años de vida provocó polémica. Así lo explica Pérez-Petinto, en resolución dictada por el Concejo, leída en el Cabildo celebrado en septiembre de 1766: “Por el Señor Alcalde mayor, Don Félix de la Plaza Isasi, se hizo presente en una carta de Don Ignacio Igareda, secretario más antiguo del Concejo, con fecha Madrid de 18 del mes próximo por la que expresa que, enterado el Concejo de los representados con motivo de haberse introducido el Comandante General Marqués de Grillón en la disposición y gobierno de las fiestas de toros, que se hicieron en los días 28, 29 y 30 de septiembre del año pasado como ofensa a la Real Jurisdicción Ordinaria del Ayuntamiento, quien no dejó concurrir como siempre lo ha practicado en cuerpo de Ciudad, se sirvió declarar a su favor que la Presidencia de la Plaza de Toros toca al Alcalde Mayor que era o es de la ciudad como Juez Ordinario, acordándose con el Comandante General sobre el sitio desde que el que pueda ver la función con los que le pertenecen, excusando competencia ni embarazos”.

De esos primeros años de tauromaquia algecireña Reyes Carmona destaca sobre todo un acontecimiento. En 1770 y con apenas 16 años, Pedro Romero, uno de los primeros grandes mitos del toreo actuó en Algeciras en dos corridas. Unas semanas antes lo había hecho en Los Barrios. Eran los años en los que comenzaba a forjar su leyenda.

Era la época goyesca para los toros, que en febrero de 1805 fueron prohibidos por Manuel Godoy, primer ministro de Carlos IV. Apenas tres años después José Bonaparte autorizó de nuevo las corridas.

Estos festejos coincidieron en la ciudad con la celebración del toro de la veta, un toro enmaromado, que comenzaron en 1771 para celebrar el nacimiento de la princesa de Asturias.

Un siglo para una plaza
Las corridas se celebraban en el patio del matadero y algunas de las celebradas en 1814 para festejar el regreso de Francia de Fernando VII, de nuevo en la Plaza Baja y de entrada gratuita.
El auge que cobraron las corridas entre la ciudadanía y la escasa capacidad del patio del matadero para albergar al público provocó que se plantease la construcción de una plaza de toros. Con la celebración de la primera Feria, en 1850, todavía celebrándose las corridas en el matadero, esta necesidad se hizo más acuciante. Para el año siguiente la ciudad contó ya con un recinto de mampostería y graderío en la loma de El Calvario, en un lugar elevado presidiendo la Feria, que se ubicaba a sus pies.

Emilio Santacana y Pérez-Petinto coinciden en señalar que el recinto se dio en llamar La Constancia, por el nombre del barrio donde se ubicaba. Tenía capacidad para 7.000 espectadores.
Fue inaugurada el lunes 2 de junio de 1851, con un mano a mano entre José Redondo, El Chiclanero, y Manuel Jiménez, El Cano, ambos naturales de Chiclana, con toros de la ganadería de Gerónimo Martínez Enriles, de Medina Sidonia.

Primer templo
Seis años después del inicio de su construcción estuvo terminada La Perseverancia, el primero de los dos grandes cosos que han sostenido la tradición taurina algecireña.

Los historiadores coinciden en que la anterior, de mampostería, fue derribada en 1860 para iniciar la construcción de la nueva, si bien las corridas se siguieron celebrando en este enclave.
El domingo 3 de junio de 1866, con el inicio de la Feria, se celebró la corrida inaugural, con los diestros Antonio Sánchez, El Tato, de Sevilla, y Ángel López, Regatero, de Madrid, con toros de Andrades. Al día siguiente ambos repitieron actuación.

Este templo del toreo algecireño, con capacidad para 9.500 espectadores, se mantuvo en pie durante más de un siglo, hasta 1975, a pesar de que desde 1968 no albergaba corridas. Fue el escenario del esplendor de la fiesta en la ciudad, recibiendo a las mayores figuras de la historia del toreo.

Una plaza moderna
El 24 de octubre de 1966 se inició la construcción de la nueva plaza de toros. El crecimiento de la ciudad había empujado la Feria hacia otra loma en el extremo noroeste de la ciudad. Pese a todo, la ubicación actual tiene una gran semejanza con las que se celebraban en El Calvario. La Feria se extiende a los pies de la plaza de toros, como La Perseverancia con su escalinata. La nueva plaza también estaría en una elevación junto al recinto ferial y dispondrá de una gran escalinata.

Las Palomas fue inaugurada el sábado 14 de junio de 1969 con una corrida para los diestros Miguel Mateo, Miguelín, Francisco Rivera, Paquirri, y Ángel Teruel, con toros de Pablo Romero y de Núñez Hermanos, así como el rejoneador Fermín Bohórquez, con un toro de su propia ganadería.
Costó casi 30 millones de pesetas y tiene capacidad para 11.254 espectadores. Este escenario ha vivido los altibajos de la fiesta en la ciudad, pero en cualquier caso se ha mantenido con un escenario excepcional, siempre a la altura de los grandes festejos que ha acogido.

Los toreros
Al margen de los que pudieran surgir con anterioridad, la alternativa del algecireño Cara Ancha, al Antonio Machado inmortalizó en su célebre autorretrato, marca un punto de inflexión en la historia de los toreros algecireños. Tras él, José Lara Chicorro, que destacó en banderillas; Diego Olivé Rodas, Morenito de Algeciras, de quien Cossío destaca su habilidad al matar; aunque nacido en la localidad murciana de Abarán, Miguel Mateo, Miguelín, quizás el más relevante torero algecireño, que da nombre a la actual escuela de tauromaquia de la ciudad; Francisco Ruiz Miguel, de origen isleño; Miguel Ramos, Miguelete; Pedro Castillo; Gil Belmonte;  Ángel Estella y un largo reguero de toreros, quizás con menos fama que los más antiguos, pero que han ido ampliando el listado de figuras surgidas en Algeciras.

Algeciras, a mediados del XVIII
El comienzo de los festejos taurinos es casi tan remoto como la refundación de la ciudad, que comenzó a reconstruirse en 1704. La Historia de Algeciras coordinada por Mario Ocaña y publicada por la Diputación de Cádiz nos permite hacernos una idea de cómo era la ciudad en esos tiempos.

Cita a Emilio Santacana, que indica que la ciudad vivía de las “ricas viñas; extensos cortijos para la siembra de trigo, cebada y otros cereales; tierras de regadío para hortalizas, maíz y frutas; prados para el pasto y cría de ganado; numerosos molinos, y por último, de sus montes sacaban leña, curtido y carbón. De las dehesas y bosque comarcanos salían las maderas con que se construían barcos de cabotaje, así como servían también para reparar las averías que sufría la marina de guerra estacionada frente a Gibraltar”.

En 1725 contaba con 1.845 habitantes, en 1750 con 2.871. En 1768 con 4.525 y en 1787 rondaba los 6.241 habitantes.

La nueva ciudad que estamos viendo nacer se caracterizaba con los rasgos propios de una sociedad estamental como era la española. Esta se definía por estar regida por una monarquía absoluta y centralista; predominio del sentimiento religioso católico romano profundamente arraigado en todos los segmentos sociales; por una división de la sociedad en estamentos, que marcaban grandísimas diferencias entre los grupos privilegiados, constituidos por la nobleza y el alto clero, y los no privilegiados que eran todos los demás, incluyéndose en este último estamento colectivos en los que estaban comprendidos desde los banqueros y grandes comerciantes intercontinentales a los artesanos y campesinos sin tierra.

Con todo, escasez de nobles en Algeciras se corrobora, además de por la inexistencia de edificaciones en la ciudad que reflejen su residencia en ella. El renacimiento de la ciudad de Algeciras se encuentra estrechamente ligado a su carácter de ciudad portuaria. A Jorge Próspero de Verboom se le encargó el diseño del desarrollo de la ciudad, que experimentó un crecimiento que le llevó a dejar de depender de San Roque en 1855, cuando se constituyó el Ayuntamiento.

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