En 2003 Jerez puso en marcha lo que se dio en llamar Plan Estratégico 2004-2010. Coincidiendo con el preavance del nuevo Plan General de Ordenación Urbanística (PGOU) e inmersos en un pacto de gobierno entre Pacheco y el PP, se sentaron en torno a muchas mesas de trabajo ciudadanas y ciudadanos de los más diversos ámbitos políticos, sociales, empresariales, vecinales, del mundo de la comunicación y la cultura… Las últimas páginas del pequeño librito que se editó –y al que le sucedió incluso una revista bajo el epígrafe ‘La ciudad que viene’- era una recopilación de múltiples nombres y cargos a modo de agradecimiento a todas las personas que prestaron su tiempo por el bien de la construcción común del Jerez que queríamos y que, supongo, seguimos queriendo.
Once años después estamos en el mismo punto. Bueno, no exactamente. Hay unos 15.000 parados más que entonces, la población ha seguido creciendo, se han sucedido tres mandatos municipales a cual más traumático, y todo lo que era bonanza económica en aquella época caldeada por el boom del ladrillo es hoy restos de una amarga borrachera que nos hizo confundir la realidad con los deseos. Unos restos que se encarnan en estos duros años de crisis en indigencia, frío y familias enteras que no pueden llegar a la orilla.
Si casi nada de lo que se proyectó en aquel trabajo comunitario salió adelante o, a pesar de todo, fraguó quedando después en la cruel parálisis –PCTA, Ciudad del Flamenco, integración y consolidación de la UCA en la ciudad, impulso al aeropuerto…-, ¿qué hace pensar que ahora se pueda recurrir a idéntica fórmula con garantía de éxito? ¿Algo habrá que hacer, no?, se preguntarán nuestros gobernantes. Incluso la oposición se permitirá criticarles por seguir mareando la perdiz. Incluso todo esto será blanco de las más pérfidas reprobaciones por quienes hace solo unos meses gobernaban sin tampoco obtener grandes resultados, ni mostrar excesiva imaginación para paliar los grandes males de nuestro municipio.
Resulta curioso, más allá de la lucha partidista, que los políticos concurran a las elecciones sin proyecto de ciudad; y medio año después de haberse aupado al poder reconozcan que carecen de modelo y que hay que aspirar a conseguir entre todos algo parecido a la ciudad que soñamos. Lejos de tomar decisiones, ganan tiempo permanentemente sumergiéndose (y sumergiéndonos) en la nada. Dando más validez que nunca a ese dicho napoleónico que sostenía eso de si quieres que se haga algo, encárgaselo a una persona; si quieres que no se haga nada, monta una comisión.
Jerez tiene que empezar a superar etapas. A consolidar lo que tiene y a trabajar en lo que quiere tener. Pero trabajando de verdad. Con decisión y determinación. De unos años a esta parte nuestros gobernantes han estado sometidos a los bandazos que han impuesto los lobbies de poder en la ciudad, o a los dictámenes de sus superiores en Madrid, acongojados por el miedo a perder o a la impopularidad. Pero, ¿qué se quiere realmente para Jerez más allá de retórica? Trabajemos para conseguirlo. Hay que desterrar el continuismo preservando lo que funciona y modificando lo que flaquea. Con todas las consecuencias.
Tan de locos es buscar contenidos para los Claustros para hacerlo “centro de referencia cultural” si se deja morir al Villamarta, como presumir de un vídeo promocional de la ciudad en 4K mientras la Biblioteca municipal se queda sin red wifi. Jerez tiene que hacer inventario de lo que tiene para proteger aquello que sea valioso. Pero sobre todo tiene que decidirse sobre lo que aspira a ser. Las conclusiones sobre las necesidades prioritarias y urgentes ya estaban sobre la mesa en 2004. Y parece que todos, como metidos dentro de un bucle infinito, coinciden en que siguen siendo las mismas tanto tiempo después. Para eso no hacen falta muchas reuniones. Basta mirar a nuestro alrededor. Como dijo Chico disfrazado de Groucho en ‘Sopa de ganso’: ¿A quién va a usted a creer, a mí o a sus propios ojos? Pues eso.