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Martes 05/11/2024
 

La tribuna de Viva Sevilla

¿Hay adoquines de izquierda? Segunda parte

El problema principal es que ninguno de los ayuntamientos sucesivos ha tenido un criterio unitario, bueno o malo

La primera parte de este artículo se publicó el 13 de abril de 1984 en el periódico Diario 16. Fue redactado por un grupo de arquitectos jóvenes del que formé parte, bajo el seudónimo de “Lucrecia Borgia”. El objetivo del artículo era denunciar la politización que se había producido en las operaciones de reurbanización, recuperando  los antiguos adoquines cubiertos por el alquitrán, que llevó a cabo con entusiasmo el arquitecto Javier Queraltó. Se aclaraba el título: “Aún convencida de que bien puede haber casi tantos adoquines a la izquierda como a la derecha, nuestra colaboradora habitual se esforzará esta semana en demostrar que los adoquines, considerados estrictamente como piezas prismáticas de granito, carecen de ideología”. Treinta y tres años más tarde, el artículo sigue manteniendo intacta su vigencia.

Cito un párrafo: “… los problemas a los que se pretende atender tienen su origen en la mayor- entre tantas- de las chapuzas consumadas en Sevilla, es decir, la citada hasta el hartazgo “marea negra”. Se refería a la pavimentación con asfalto de más de 1500 calles perpetrada por el alcalde Juan Fernández (1969-1975). La operación consistió en verter una capa de asfalto sobre los primitivos adoquines de Gerena que, en diferentes formatos, pavimentaban la ciudad. Sus consecuencias: la desaparición de las aceras, el fomento del automóvil en el centro histórico, problemas de evacuación de aguas y en conjunto, un aspecto deplorable aumentado por la discontinuidad y los parches que las frecuentes reparaciones originan en el asfalto.


Una gran parte de la percepción de una ciudad está en sus pavimentos. La mirada del espectador cubre un ángulo de unos 40 grados, de los cuales la mayoría está en la forma del suelo. El pavimento puede tener más importancia que la arquitectura en la percepción visual de un conjunto histórico. Cada ciudad e incluso, cada país, tiene su cultura de pavimentación. Los materiales suelen encontrase en su entorno inmediato. Sus formas nos hablan de las diferentes tradiciones: los bellos empedrados portugueses; el ladrillo que pavimenta las ciudades de los Países Bajos; las grandes losas de granito en Berlín y en Galicia; los adoquines de granito e incluso madera en París.


En Sevilla había dos posibilidades: el ladrillo que era abundante y barato por los barros del Guadalquivir y el granito de Gerena, con canteras a poca distancia de la ciudad, que proporcionaba un material de alta calidad. El ladrillo se usó poco, a pesar de que contamos con una calle llamada Enladrillada y que se urbanizó el barrio de San Bartolomé con este material entre las operaciones de la Expo 92.  En cambio, el uso del adoquín fue generalizado. Se colocaba sobre un lecho de arena y resultaba fácil de retirar. Esto hacía que las reparaciones del alcantarillado no se notaran, porque se volvía a colocar como estaba antes. La piedra no retiene tanto el calor como el asfalto y su aspecto es unitario y armonioso: un bello y noble asiento de piedra para la ciudad.


El problema principal de los pavimentos de Sevilla y, en especial de su centro histórico, es que ninguno de los ayuntamientos sucesivos ha tenido un criterio unitario, bueno o malo. La renovación de pavimentos se ha limitado a las intervenciones de Emasesa, que solo actúa cuando tiene que reponer una red de agua o alcantarillado. En algunas ocasiones se recupera  el adoquín, en otras se pavimenta con asfalto y se llevan los adoquines al vertedero, como ha sucedido en la calle Trastamara. No hay un criterio definido y explícito ni existe un plan para terminar de suprimir el asfalto que tanto afea y perjudica las calles de Sevilla. Y eso en una ciudad que cuenta con una Gerencia de Urbanismo con más de quinientos empleados cualificados.


Termino con el final del artículo de la bella Lucrecia:
“En resumen, me hubiera gustado- si seré ilusa- para que todo esto sirviera para que una apuesta a tan largo plazo- ¿veinte, treinta años? ¿Cuántas corporaciones sucesivas? -como es dotar a Sevilla de un buen nivel de urbanización, pudiera quedar al margen de escaramuzas diarias y fuera asumida por todos como una operación necesaria, fructífera y- no lo olviden- barata.”

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