En las últimas semanas todo ha sido Cataluña, y a pesar de que el “procés” ha devenido en algo más teatral y de “performance” que efectivo y hasta con derivas de comicidad cercanas a la chuscada, si no fuera por la gravedad de la situación y sus posibles consecuencias, se han destapado no pocos conflictos de entendimiento y de estabilidad. Devuelto el respeto al Estado de Derecho hay un conflicto social que afrontar y heridas en la convivencia que restañar. Una cosa es cuestionar cómo se ha gestionado el problema y otra, muy distinta, negar que el problema existe.
Y junto al tema principal, muchos efectos colaterales; entre ellos el “escándalo” por lo que parece ser adoctrinamiento sistemático en la escuela.
Adoctrinar viene siendo entendido, en este contexto negativo, no como ofrecer una propuesta ideológica, sino como imponerla, desde el desconocimiento de quien la recibe y la falta de elección previa.
Resultan curiosas las reacciones, que van desde una falsa y simulada sorpresa e hipócritas lamentos de plañidera de pago, como si no se llevaran muchos años denunciando el desvío y mostrando el contenido sesgado de algunos libros de texto; hasta radicales soluciones de cortar por lo sano: ¡Quitémosle la educación!, gritan. Pero ¿para dársela a quién? ¿a la Administración del Estado, al Gobierno? ¿garantiza eso que no se adoctrine? ¿o lo que se garantiza es que, en su caso, al menos sea otro el que adoctrine? En esta propuesta solo hay dos posibilidades: o uno es muy ingenuo, o le parece bien que se adoctrine… siempre que lo hagan los míos y no los otros.
En el fondo, nos hemos dado de bruces con la cuestión de la posible ideologización de la enseñanza. Y eso me temo que es inevitable. No le descubro nada nuevo si le digo que el sistema educativo es un manifiesto elemento de control o de cambio social (habitualmente ya le digo yo que más de lo primero que de lo segundo) y como consecuencia, parece lógico que haya instituciones que quieran intervenir. Eso es totalmente legítimo. Incluso es iluso pensar que los grupos políticos, cualquiera de ellos, no va a hacerlo (eso sí, en democracia, si lo hacen ofreciendo centros propios, es más legítimo, que si lo hacen aprovechándose de su situación de preponderancia en el control y gestión del sistema educativo y sobre todo de los centros públicos de su titularidad).
Si es que hay algo que lo sea, la educación desde luego no es ajena a los planteamientos ideológicos. No lo ha sido nunca y, no se engañe, no lo será. Pero, es más, cuando el fin de la educación es el desarrollo de la personalidad del individuo, la educación integral, ni siquiera es bueno que la escuela sea ajena a las diferentes propuestas ideológicas, morales, religiosas, a riesgo de que, si la escuela no asume la socialización, lo hagan los “youtubers” o los contertulios de los llamados programas del corazón, que más bien son de casquería.
¿Quiere un antídoto al adoctrinamiento escolar? Pues no hay ninguno mejor que la libertad de enseñanza: permitir que las opciones ideológicas, morales o religiosas, que siempre se tienen, por opción o por defecto, se hagan explícitas y públicas, con transparencia, que los padres (los ciudadanos, primeros y últimos responsables de la educación de sus hijos), las conozcan previamente y las elijan al coger un centro educativo, concertado o público, y que admitan un conocimiento y un entendimiento de las mismas, crítico, pues el ideario, en un régimen democrático, se ofrece, no se impone.
Por cierto, el mayor riesgo de adoctrinamiento estaría en la escuela pública única, como modelo excluyente, que algunos propugnan, que supone un único ideario impuesto y sin alternativa. Y si no, imaginen que el monopolio de la escuela lo hubiera tenido el Govern y extrapólenlo al Estado.
Para el resto, el control del respeto del ideario a los mínimos constitucionales de convivencia y el rigor en los contenidos, no hay que inventar, ya tenemos a la inspección educativa, siempre que se le dote de autonomía y le permitan servir a los ciudadanos y no a los cargos de la Administración, como si fuera su guardia pretoriana.