Nada, que no llueve!. Frase que en estos días usamos de muletilla conversacional en el ascensor o en el bar con las personas que nos encontramos; y la utilizamos porque una vez más nos sorprende y angustia la nueva percepción de la sequía, y probablemente su paulatina ampliación ligada al cambio climático.
Nos cuesta aceptar la repetición de fenómenos naturales que nos son adversos, no solo a los ciudadanos que nos afanamos en los problemas del día a día, sino también a los profesionales y a las administraciones que tienen responsabilidades en conocerlos, prevenirlos, adaptar la gestión de los recursos y convencer a la sociedad de la necesidad de las medidas necesarias para minimizar sus impactos. Cada vez que llega la sequía nos pilla desprevenidos.
Andalucía, afectada por el clima mediterráneo, sufre años secos en los que llueve menos del 80% de la media anual, con una frecuencia del orden de 1 de cada 4 años, que se denomina sequía meteorológica y afecta a las producciones de secano; las aportaciones de agua a los embalses y la infiltración a los acuíferos se reduce al 45% de la media, lo que pone de manifiesto el efecto multiplicador de la disminución de la lluvia sobre los caudales de los ríos y la capacidad de almacenar agua en embalses y acuíferos.
Pero si los años secos se repiten, lo que sucede frecuentemente, empiezan a descender las niveles de los acuíferos, se secan los manantiales y las reservas de los embalses se van agotando, fenómeno que se denomina sequía hidrológica. Tres años seguidos de sequía se producen aproximadamente cada 7 años, por lo que los embalses reciben en estos tres años la mitad de los aportes medios anuales.
Tanto los embalses construidos, como aún en mayor medida los acuíferos, tienen reservas almacenadas de agua con capacidad para aguantar períodos de sequía de una cierta duración, lo que se denomina resiliencia. Los cuatro embalses de abastecimiento a Sevilla y su área metropolitana, sin contar con los recursos del embalse de Melonares, tienen capacidad para aguantar 6 años de sequía, lo que es un caso bastante improbable, y proporcionan una gran seguridad a nuestro abastecimiento; de manera similar están garantizados los recursos en las principales ciudades y pueblos andaluces.
La mayor parte de los embalses andaluces se destinan preferentemente a atender las demandas de los regadíos y su diseño permite la regulación del agua necesaria entre 3 y 4 campañas de riego, en situación de sequía, según las distintas cuencas de aportación a los mismos.
Para hacer frente a estos episodios las distintas cuencas andaluzas cuentan con Planes de Sequía en los que se determinan y cuantifican los diversos efectos de la misma y se proponen medidas para afrontarlos y minimizar los riesgos para la sociedad, el medioambiente y la economía. Pero en este año hidrológico, que ha comenzado en octubre, después de 4 años secos con un 79% de lluvia media histórica, nos encontramos con los embalses destinados a regadío en situación muy preocupante con unas reservas del orden del 30% de su volumen: los Planes de Sequía han demostrado su falta de previsión y vulnerabilidad.
No se ha tenido en cuenta que extraemos de los embalses más agua de la que reciben (del orden de un 2% anual de su capacidad) lo que reduce un año la garantía de suministro prevista en su diseño. Si los Organismos de Cuenca hubieran sido previsores deberían haber reducido del orden de un 15-25% las dotaciones de riego en la pasada campaña, que con una adaptación de los cultivos y cantidad de agua destinada a los mismos por parte de los regantes, podrían haber minimizado los perjuicios económicos y al empleo que genera y estar preparados para afrontar en condiciones no tan difíciles esta quinta campaña de posible sequía.
La sequía, que parece prolongarse este año, está ligada a la persistencia de las altas presiones sobre la península, típicas del anticiclón de las Azores que nos afecta todos los veranos: de ahí el buen tiempo (las altas temperaturas) y el aumento de la polución en las grandes ciudades.
Problemas que probablemente se hagan más frecuentes en los próximos años ligados a los efectos del Cambio Climático, del que cada vez somos más conscientes pero que las instituciones, las empresas y también los ciudadanos somos renuentes a afrontar de manera clara modificando nuestros hábitos de uso de recursos y de consumo: en otras palabras debemos sorprendernos menos y adaptarnos más.