Dentro de unos días hará su aparición formal el otoño, aunque psicológicamente ya se precipitó cuando septiembre asomó en el calendario. Nuestro corazón ya inició el cambio de escenario de una forma tan intensa que hablamos de un nuevo curso en lo educativo, político, judicial. Ningún otro paso de estación produce un cambio de actitud tan profundo.
El otoño es la estación de la siembra, desde las bellotas y otras semillas autóctonas que todos los años realizan los amigos de GEA, hasta los esfuerzos por aprovechar oportunidades, las ilusiones y las nuevas metas o una reedición de las mismas de siempre.
Realmente lo más genuino que siembra el ser humano son sus reflexiones. El verano, con sus vacaciones libres de responsabilidades, con el estímulo sensual tan poderoso de luz, calor y las percepciones de la diversión, da paso al otoño con la confluencia de dos situaciones interiores diferentes: el recuerdo de lo vivido en la estación de la plenitud y la expectación ante lo que se espera vivir, y de esta combinación nace la semilla de la reflexión.
Mi amigo Antonio Ruiz Zapata escribió hace años un precioso poema, “Somos de otoño”, cuyo título tomé prestado para mi primera colaboración en esta sección, y por esa extraña equivalencia entre el verbo ser y estar, reconvierto ahora en “Estamos de otoño”, porque el otoño además de ser una cualidad poética del ser, también es una cualidad del existir.
La metáfora de las estaciones la podemos reconocer en el tiempo del ser humano, tal y como insinúa el maravilloso Mosaico de los Amores de Cástulo, asociando cada una de ellas con las cuatro grandes etapas de nuestra vida: infancia, juventud, madurez y vejez. Pero propongo acercar un poco más el zoom de la imagen, para encontrar el reflejo de esa división psicológica del tiempo en cada jornada. El inicio de la mañana son las promesas de la primavera, el mediodía es el verano, mostrando ya los primeros frutos de nuestro esfuerzo, la tarde es el otoño, el momento de ir recogiendo expectativas y rendimientos, y la noche, antes de entregarse al sueño, es el invierno, el cese paulatino y ordenado de la actividad.
El otoño de cada día es la reflexión, imprescindible para afrontar el futuro. La filósofa Delia Steinberg describe la reflexión como una flexión sobre sí mismo, la posibilidad de arrojar luz sobre nuestras acciones, la luz de nuestro entendimiento. Todos los días deben llevar consigo una reflexión, que es la moneda que nos permite llegar a la oportunidad.
El otoño de 2020 asoma lleno de grandes retos, tan grandes que pondrán a prueba toda nuestra experiencia, todo lo que hemos aprendido, todo lo que somos. Ahora más que nunca necesitamos la serenidad del otoño de cada día, necesitamos reflexión.