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Hablillas

Mafalda

Mafalda llegó a nosotros para quedarse. Habrá quien no le guste, pero a nadie ha dejado indiferente.

Publicado: 05/10/2020 ·
01:53
· Actualizado: 05/10/2020 · 01:53
Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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Cuántas horas le habremos dedicado a esta niña curiosa con el pelo imposible. Una niña a quien agarramos la mano apenas entrábamos en la adolescencia para no soltarla nunca. Apareció en aquellos tomos apaisados tan distintos a nuestros tebeos y desde hace cincuenta años no podemos vivir sin ella, sin leer sus tiras, llegándolas a saber de memoria. Mientras nuestras abuelas la veían horrible, nosotros nunca reparamos en ello. Sus comentarios tan ocurrentes podían más que su apariencia externa, enfundada en unos calcetines blancos dentro de unos zapatos tan negros como la melena.

La biografía de Quino nunca habrá estado tan consultada en la Wikipedia como hasta ahora, así como la razón del nacimiento de esta niña respondona, por eso estos renglones se encaminan a preguntarnos si ahora le llegará el salto a la pantalla grande. Un paseo por la Web nos habla de una sola película. Si se realiza mejorará la de Tintín y el secreto de Unicornio. Es en este punto cuando sale el temblor de la incertidumbre, temer por la pérdida de la magia de la lectura en la tira cómica.

Mafalda tiene una voz propia que vive en el silencio de las páginas, una relación vista por todos y oída por nadie. Por eso aún nos cuesta ponerle la de acento argentino. En el cine vivirá cuanto le den los guionistas y será estupendo, sin embargo el adicto a Mafalda tendrá sus reservas al enfrentarse con lo novedoso, a no verla enmarcada en la viñeta, a dejar de intuir el movimiento, a prescindir de la viveza del trazo, a no escuchar el silencio tras leer ese instante retratado por Quino, donde se produce un fogonazo al complicarnos en esa inocencia infantil masticada, digerida e interpretada con el punto amargo de cuanto nos rodea.

Leer a Mafalda es un regalo de risa clara, sencilla, evidente, que nos desvela la rotundidad increíblemente ingenua de sus respuestas, de sus reflexiones. Sus libros no pisan los estantes de casa, están por todas partes, porque son libros de momentos, hechos para aliviar tensiones, reorganizar las ideas o simplemente dar un respiro a la rutina. Un par de tiras antes de salir para el trabajo pueden entonar más que un café y algunas más al final del día, incluso ayudan a dormir.

Mafalda llegó a nosotros para quedarse. Habrá quien no le guste, pero a nadie ha dejado indiferente. Y eso es mucho. Gracias, Quino.

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