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Miércoles 27/11/2024
 

San Fernando

El flamenco apenas percibe el efecto del ‘sello’ de la Unesco diez años después

Aficionados, artistas, críticos y promotores dudan de que el flamenco haya rentabilizado su reconocimiento como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

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  • El flamenco se mantiene encerrado en su propio mundo. -

Este lunes se cumplen diez años de la declaración del flamenco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. La Unesco reconocía así los valores del arte jondo, atendiendo una propuesta presentada por España y promovida por la Junta de Andalucía y los gobiernos autonómicos de Extremadura y Murcia. Esa iniciativa tenía también el aval de un buen número de ayuntamientos, que habían aprobado mociones de apoyo; así como de más de 30.000 personas de 60 países y centenares de colectivos y artistas.

Diez años después la sensación es que este reconocimiento apenas ha aportado al flamenco un distintivo de calidad. El cantaor Ezequiel Benítez no ha visto “mucho cambio” a lo largo de la última década, más allá de que entorno a esta efeméride se organicen determinados espectáculos que “dan trabajo dos o tres días”. Por lo demás, ese “premio” que supuso la inclusión en la relación de la Unesco no venía sino a confirmar un reconocimiento que ya existía de facto.

El presidente de la Federación Provincial de Peñas Flamencas de Cádiz, Nicolás Sosa, tampoco cree que en este tiempo se haya “rentabilizado y aprovechado” ese reconocimiento o al menos no se ha hecho “lo suficiente”. Considera “una pena” que en estos diez años no se haya trabajado en aprobar la “asignatura pendiente” de la “profesionalización” del sector. Fundamentalmente se refiere al nivel protección de los artistas, una carencia que se está evidenciando en un contexto tan complejo como el actual, marcado por una crisis sanitaria que limita la celebración de espectáculos. “Cuando ha llegado una crisis como esta se ha comprobado que los artistas siguen desprotegidos por el modo en el que se producen las contrataciones”, apunta.

En este sentido, el propio Ezequiel Benítez constata que algunos compañeros “lo están pasando muy mal”, con problemas para hacer frente a sus gastos cotidianos. “Soy de los que menos se puede quejar porque tengo algunas cosas, un estudio de grabación, una escuela de cante y actuaciones sueltas, pero hay gente bastante mal”, insiste.

 

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Juan Alfonso Romero, promotor cultural, presidente del Centro Cultural Flamenco Don Antonio Chacón y directivo de la Federación Local de Peñas de Jerez, abunda en la tesis de que el reconocimiento de la Unesco “está todavía infrautilizado”, dado que “se podrían hacer muchas más cosas”, aunque se queda con el hecho “positivo” de que al menos se haya logrado que cale en la población la idea de que “el flamenco es algo más”. Parecida es la opinión del crítico Juan Garrido.

“El reconocimiento suma y ha aportado una proyección internacional importante, sobre todo a través de determinadas instituciones que han puesto sobre la mesa proyectos, caso de la Junta. Ahora bien, quienes viven el flamenco en las peñas y en los festivales de los pueblos no han notado ningún cambio. Las primeras figuras siguen siendo primeras figuras y los artistas que se mueven en un ámbito más reducido siguen luchando día a día y pasando fatigas. Lo que vivimos ahora es un claro ejemplo, porque hay gente que no tiene ni para pagar la luz o la hipoteca, y no tienen ayudas”, subraya.

Retos y asignaturas pendientes

En estos diez años, Juan Garrido no ha observado “un apoyo claro” de las administraciones públicas para “preservar” la “esencia” del flamenco, que a su juicio debe incidir en primer lugar en “cuidar los barrios” que a día de hoy se encuentran “abandonados”. Singular es el caso de Santiago y San Miguel, cuna de innumerables sagas cantaoras de Jerez. “No se ha puesto en marcha una campaña de concienciación para cuidar la calle Nueva, por ejemplo; y en San Miguel nos encontramos con muchas casas vacías y ocupadas de manera irregular. Además, la droga sigue estando muy presente en estos barrios. Habría que empezar por ahí, porque para que exista el patrimonio inmaterial también debemos conservar el material, que son los barrios y las peñas”, sostiene. 

Nicolás Sosa esboza una estrategia más ambiciosa si cabe para impulsar el desarrollo del flamenco. De entrada, aboga por la “profesionalización” de los artistas, de manera que se garantice que “protección”. A partir de ahí considera “fundamental” que el flamenco se haga presente en las aulas, despertando de este modo la “inquietud” entre los niños, de modo que conozcan su “valor” y lo identifiquen con un elemento “que distingue a la región en la que viven”. Este aspecto es a su juicio clave si se pretende “garantizar el relevo generacional y la conservación” del arte jondo. Pero además considera imprescindible también la protección del tejido asociativo que integran las peñas “y otros muchos agentes que intervienen en el flamenco”, con el objetivo de se les facilite su trabajo. Sosa confía en este sentido en la legislación que sobre la materia está elaborando la Junta de Andalucía.

Juan Alfonso Romero es de la opinión de que esa “declaración abstracta” que supuso el reconocimiento de la Unesco debe ahora concretarse en iniciativas, pasando “de la idea a la acción”. “Es necesario que el flamenco se viva y se toque, que se convierta en una experiencia real, y tenemos mimbres para hacer el canasto”. Desde su visión como promotor cultural aboga por visibilizar a los “grandes autores”, pero también por desarrollar iniciativas encaminadas a que los andaluces en general conozcan lo que el flamenco “ha aportado realmente a cada pueblo y a cada ciudad”. A este respecto considera “muy interesante” que se trabaje en el Museo del Flamenco de Andalucía -que tendrá sede en Jerez- o la apertura del Museo de Camarón de San Fernando.

También aboga por recuperar el papel de las cátedras de Flamencología, sobre todo en el caso de Jerez, donde está “casi desaparecida”. En este sentido cita el ejemplo de la Cátedra de Córdoba, a la que ve “activa, fuerte y dinámica”. Eso sí, no oculta que “a nivel presupuestario, el flamenco está muy lejos” todavía del tratamiento que merecería tras haber sido considerado como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Ezequiel Benítez reivindica al flamenco como “la música que representa a España” fuera de sus fronteras, y por eso “hay que cuidarlo”. El cantaor jerezano coincide con la opinión de Nicolás Sosa a la hora de subrayar la conveniencia de que esta expresión artística esté más presente “en los colegios y en las universidades”, pero sobre todo recuerda que es necesario “ayudar a los mayores” que con su trabajo hicieron posible ese reconocimiento internacional y que ahora “no tienen donde caerse muertos”. “Hay que apoyar a los flamencos en general, que también pagamos a Hacienda y que no tenemos pagas ni nada que se le parezca”, lamenta Ezequiel Benítez, haciéndose eco del sentir de un sector profesional que ha visto cómo la pandemia ha cercenado sus vías de ingreso.

El futuro está en manos de la afición, que necesita del respaldo institucional

Aficionados, artistas, promotores y críticos son conscientes de que el futuro del flamenco depende fundamentalmente de ellos, pero no dejan de advertir de la necesidad de que las administraciones públicas apuesten realmente por la preservación de este legado y el desarrollo definitivo de la industria que se mueve alrededor de esta expresión artística. 

Nicolás Sosa entiende que toda esta tarea debe llevarse a cabo de manera coordinada. “Creo que al final dependemos de las administraciones públicas, que son quienes tienen que dedicar recursos al arte flamenco, cada una en su ámbito de competencias. Los artistas, productores, peñistas sumamos siempre, pero cuando hablamos de acciones estratégicas que necesitan recursos hay que mirar a las administraciones, porque son necesarias”, explica el presidente de la Federación Provincial de Peñas Flamencas de Cádiz.

En este sentido, pide a la clase política que “se involucre y escuche” al sector, pero sobre todo que le ofrezca la posibilidad de “participar” en la toma de decisiones para que cualquier iniciativa que se ponga en marcha cuente “con el mayor consenso posible” y “conociendo la realidad del día a día del flamenco”.

El crítico Juan Garrido sostiene igualmente que las instituciones “tienen que estar” presentes “como en cualquier otro sector de la cultura”, pero recuerda que el flamenco “es realmente una cultura del pueblo que se transmite a nivel oral, de padres a hijos, y eso depende mucho de los propios protagonistas, de las familias cantaoras, de que los artistas creen afición... Las instituciones deben estar detrás, pero esto crecerá en base a que los artistas y los aficionados sigan unidos, como lo han estado hasta ahora”, reconoce.

Juan Alfonso Romero es promotor cultural, pero también peñista y por eso comparte en buena medida la idea anterior. “Si hay algún tejido que ponga en valor al flamenco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad son las peñas, que constituyen un colectivo muy vivo y activo. Las peñas son un gran valedor para el flamenco. Todo lo que se haga debe ser promovido por las instituciones, pero siempre en colaboración con todos los agentes, públicos y privados. Esto no es tarea sólo de una parte, y presupuestariamente hablando el flamenco está a años luz de donde debería estar”, insiste.

Como artista que es, Ezequiel Benítez reconoce que “los aficionados, las peñas y los festivales siempre están ahí”, para a partir de esa base incidir en la necesidad de que las administraciones públicas trabajen para “cuidar” esta cultura. “Aquí cuando se organizan unas fiestas lo primero que se hace es llamar a los flamencos, pero luego vienen los presupuestos y no sé si es que los flamencos no estamos bien informados o que no se hace una buena gestión del dinero”, denuncia.

El ejemplo de San Fernando

En los últimos años en San Fernando se mantiene el intento de revitalizar el flamenco más allá de las peñas flamencas que apenas tienen para pagar los alquileres. La Venta de Vargas ha cogido el testigo del flamenco de pago y asequible y consigue poner en marcha fórmulas novedosas para mantener la estela junto a la figura moderna del Centro de Interpretación Camarón.

 

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La propia Venta de Vargas y la Asociación La Fragua, junto a Flamenco de La Isla, idearon una forma de homenajear a los grandes que fueron para que reciban ese reconocimiento en vida con los premios Leyenda del Flamenco.

Y La Isla Ciudad Flamenca se ha convertido en la resistencia a ver apagarse una llama que no goza del viento de otras ciudades como Jerez, Sevilla o Córdoba y desde la humildad levanta la cabeza entre una densa arboleda de intereses y desinterés.

Son ejemplos de que hay que poner en marcha nuevas fórmulas y reinventarse, pero que dejan en evidencia que no se sostendrá con la dignidad que merece si no es tratado con la Dignidad que se le otorgó.

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