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Sábado 30/11/2024
 

Lo que queda del día

Inventarios de pánico

Aquel día, hace un año, quedó marcado en nuestra agenda como el momento en que empezamos a hacer inventarios de pánico: se acercaba el estado de alarma

  • Un supermercado el día previo al estado de alarma -

“Hablemos de ruina y espinas. Hablemos de polvo y heridas”. Vetusta Morla

No sé si han aprovechado que se cumple un año del primer caso por coronavirus en la provincia para hacer memoria y recordar qué se encontraban haciendo aquel 8 de marzo cuando la tierra empezó a abrirse bajo nuestros pies. Tal vez lo sintieran como un leve temblor, casi imperceptible en nuestra propia escala Richter, pero ahora, un año después, sabemos que quedó marcado en nuestra agenda como el momento en que empezamos a hacer inventarios de pánico a medida que se hacía real la inminente puesta en marcha del estado de alarma. El primero en la lista, el papel higiénico.

Yo, más que hacer memoria, he buscado el artículo que escribí entonces sobre lo que estaba pasando (14 de marzo), y me he encontrado con un fragmento un tanto premonitorio, demasiado: “De la semana que dejamos atrás ya solo cabe aprender de los errores, que han sido más por defecto que por exceso, pero sobre todo por desconocimiento, al tiempo que se engrandecía la figura del personal sanitario que ha tenido que hacer frente a la crisis y en los que hay que centrar ahora todos los apoyos para evitar el mayor de los males, que el propio sistema público entre en colapso. Lo demás depende del resto de nosotros, y no me refiero a la sensiblera performance desde un balcón, sino al compromiso de permanecer en casa. No hemos hecho más que abrir la primera página de un libro que aspira a ser best seller cuando lo preferible es que se quede en novela corta”.

Aprender de los errores, centrar los apoyos en el personal sanitario, cumplir con las medidas sanitarias, evitar que se prolongue esta situación. Como una receta antes de empezar el confinamiento. Mientras, se sucedían las colas en los supermercados, donde se palpaba el miedo y la angustia que parecía preceder a un bombardeo. El lenguaje mismo se plagó de referencias bélicas, y hasta el ejército tomó las calles, al tiempo que el Gobierno impulsaba campañas de ánimo a las que solo les faltaba el sombrero y el dedo del Tío Sam. Es más, el primer fake, para que nadie dejara ropa tendida, alertaba de la llegada esa misma noche de aviones militares que iban a rociar con desinfectante las calles de Jerez. El segundo ya sacaba lo peor de nosotros mismos: con un realismo de telenovela confirmaba la primera muerte en una UCI. Todo a la velocidad del whatsapp. Lo recuerdan ahora, ¿verdad?

En pleno reaprendizaje descubrimos que hacer planes estaba sobrevalorado, que el teletrabajo era una opción real -no las clases on line- y que iban tarde los que recelaban de los cambios sociales y tecnológicos que se habían acelerado como consecuencia de la pandemia. Y en paralelo, las calles vacías, los cierres, los ERTE, las ayudas que no llegan o no sirven, nuestro particular Aló presidente cada fin de semana a las tres, las fiestas suspendidas, y, por encima de todo, las muertes, las ausencias, la enfermedad, el drama en cada casa.

Un año después, sin haber aprendido de todos los errores, con las quejas por la falta de personal sanitario en hospitales y centros de vacunación, con la gente saltándose las normas y frente a una situación a la que nadie se atreve a ponerle fecha de finalización, es lógico que empecemos a hacernos preguntas, y a hacerlas.

Decía Phillip Marlowe en El largo adiós: “A mí me asombra que la gente nunca parezca comprender que todo lo que uno tiene que hacer es preguntar”. Y ya sea en busca de la verdad o de una mera respuesta o explicación, todavía hay políticos, gestores, asesores, que parecen no comprenderlo, porque les supera la situación, porque tienen que medir sus palabras, porque no tienen respuesta, porque no se atreven a darla, porque tienen que calcular los efectos, buscar culpables o saber exculparse, o, simplemente, porque no estaban preparados para que empecemos a hacer preguntas incómodas. Seguro que se les ocurren unas cuantas un año después.

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