Raquel ha contado ya la historia de su hija, Ariel. Lo hizo en el Sexo sentido, un documental que ha servido a decenas de familias para afrontar uno de los mayores retos de su vida que comienza en la mayoría de las ocasiones con una inocente interrogación preñada de confusión sobre los atributos sexuales. En su caso, con solo dos añitos, su hijo, entonces Uriel, le preguntó mientras compartía un baño con su prima por qué tenían pene si él era como ella.
Raquel dio por hecho que aquel episodio así como la tendencia de su pequeño de preferir ropa y roles femeninos, sería gay. Pero no se trataba de eso. Uriel quería ser maestra, novia y madre en los juegos. Y expresaba reiteradamente su deseo de ser una niña. “Fuimos al pediatra y del pediatra, fuimos al psicólogo”. Ese fue el comienzo de un largo y duro peregrinar. “Me recomendaron que lo sacara a la calle vestido de niño”, lamenta. Cumplió con los consejos de los profesionales. Pero Uriel se negaba a aceptarlo. “Una mañana lo senté en la mesa y le dije que era un varón... Lloró y llegó a decirme que me odiaba”, recuerda. “Poco despúes amenazó con autolesionarse”, pese a ser solo un crío. “Volví al pediatra y del pediatra, fui al psicólogo”, continúa. Sin embargo, donde halló las respuestas que buscaba fue en otras cuatro familias que conoció a través de la Asociación de Transexuales de Andalucía.
Con cuatro años y medio, comenzó el tránsito. “El primer día de la feria de nuestro pueblo”, Alcalá de los Gazules, rememora. Ni en la calle ni en el colegio Juan Armario encontró problema alguno. Todo lo contrario. El centro colaboró y sus vecinos, también. Pero la familia tuvo que enfrentar un nuevo problema. Si hoy protagonizara nuevamente un documental lo contaría porque el infierno administrativo no se le olvidará nunca. Cuatro años y medio ha tardado el juzgado en autorizar el cambio de nombre en el DNI. Solo una letra. “Hemos tenido que presentar documentación interminablemente, nos valoraron a mi marido y a mí en Málaga, sin la presencia de Ariel...”. Una locura. “Queremos cambiar el sexo registral porque aparece la eme (de mujerona, bromea), pero esperaremos a que prospere la Ley Trans para agilizar el procedimiento”, apunta.
Sara, por fortuna, consiguió el cambio de nombre mucho más rápido hace dos años para Roma, su hija, que inició el tránsito muy pronto porque desde que “empezó a hablar lo tenía claro”.
La familia, que vive en Rota y fundó una organización de ayuda a otras en la misma situación, se encontró hace cuatro con una situación muy similar a la de Raquel, porque los tabúes son sólidos. Por un lado, la falta de información dificulta los primeros pasos para abordar el conflicto. “En el colegio activaron el protocolo, pero no hay una formación específica”, afirma. En segundo lugar, “sufres el miedo a la gente”. Por la mañana, Roma se negaba a vestirse como un chico. Quería la ropa de su hermana melliza. “Crees que quizá en casa puede ir como quiera, pero en la calle debe hacerlo como se espera...”, explica, pero la realidad se impone. “No puedes estar indefinidamente oponiéndote a ella. Dos o tres meses, sí, pero Roma es quien es”, añade. A punto de cumplir los seis años, Sara afirma que su hija no ha expresado rechazo a su cuerpo, “veremos el día de mañana” pero, pase lo que pase, tiene claro que lo verdaderamente importante es acompañarla. Esto “no se trata de papeleo, es la aventura de la vida”.