Acaba de terminar la Navidad, fiesta totalmente manipulada (¿por la sociedad?, aunque éste es otro tema en el que no quiero entrar hoy), en la que se realizan multitud de reuniones y comidas familiares o de amigos y que muchas personas también la habrán celebrado solas o quizás no la habrán celebrado, simplemente, por no tener con quién hacerlo. Y pensando en la soledad, yo me pregunto si en realidad es algo negativo.
La palabra soledad tiene diferentes significados, entre los que puede figurar alguno contradictorio. Por una parte, puede integrar una afección interior e íntima que enraíza en ciertas personas o en algún momento determinado de su vida en el que puede sentir carencia de amparo social o emocional, motivado por la pérdida de un querido familiar, pero, por otra parte, la soledad denota el hecho de vivir sin nadie en el mismo lugar, en su hogar.
Hay quien piensa que se trata de una enfermedad, pero creo que no, pues cada vez hay más personas que optan por elegirla, como tampoco se da sólo en ciertas edades, como la vejez, sino en todas las edades. Como también tiene un claro componente positivo tocante a los diferentes estilos de vida en los que predominan la independencia y la privacidad.
Es cierto también que para mucha gente que la siente supone un inconveniente, un estado al que no terminan de acomodarse, llegando incluso a la depresión.
Antiguamente, las mujeres mayores que enviudaban se tenían que ir a vivir con los hijos, por obligación, pues carecían de una pensión de viudedad y quedaban en total desamparo económico, lo que no ocurre hoy en día, confesando que experimentan en estas circunstancias un sentimiento de libertad no percibido nunca, aunque noten la ausencia del marido.
Parece obvio que los modelos sociales están sufriendo un cambio al respecto, pues según los estudios científicos que se realizan sobre este tema, apuntalan que existe una minoría que perciben la soledad como algo negativo, pero, para una buena parte de las personas mayores, este estilo de vida tiene sus ventajas, como una mayor libertad e independencia, aunque tengan que sufrir sus innegables inconvenientes, entre los que se encuentra la enfermedad. Otra de las perspectivas que nos muestra que los modelos sociales están cambiando, es el hecho de que cada vez hay más jóvenes viviendo solos, haciendo de ello una evaluación positiva. Y si no se produce más este tipo de independencia es debido a la falta de recursos económicos.
Si nos asomamos a los medios de comunicación, éstos nos pueden dar a entender que la sociedad está repleta de personas mayores solitarias, sin relaciones sociales y no consideradas ni ayudadas por sus familiares. Sin embargo, este hecho no es real, aunque existan casos, incluso, no sólo de soledad y abandono, sino de maltrato. Pero, sobre todo, en el caso de los viudos y viudas, cuando pasa el tiempo de duelo y de luto, es cuando empiezan a valorar los aspectos positivos que la soledad les ofrece y en el caso de las mujeres que después de toda una vida entregadas al cuidado del marido, los hijos y la casa, descubren que es hora de cuidarse ellas mismas.
La soledad no se acabará. Seguro que en el futuro seguirá acrecentando el número de personas viviendo solas, ya sean jóvenes o adultas, incluyendo tanto a los viudas/os como a los divorciados, cada vez más frecuentes. ¿Nos convertiremos en una sociedad de solitarios y solitarias?
No quiero que penséis que me tomo el tema de la soledad como algo baladí, pues sé que ésta impulsa a zambullirse en un círculo vicioso que hace perder el interés por todo. Lo que he pretendido es dar otra visión diferente del tema y de cómo la sociedad va cambiando. Ahora bien, lo que sí espero y deseo para la persona solitaria, es que, en ese estado se pueda encontrar a sí misma.