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Martes 07/05/2024
 

Zapatero y Arquímedes

TAMBIÉN podría haber titulado este artículo Morir con las botas puestas. Expresión utilizada generalmente para destacar la firmeza de ánimo de las personas al poner en riesgo su integridad en defensa de sus convicciones.

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TAMBIÉN podría haber titulado este artículo Morir con las botas puestas. Expresión utilizada generalmente para destacar la firmeza de ánimo de las personas al poner en riesgo su integridad en defensa de sus convicciones. Un fin que todos consideramos heróico e incluso deseable en ciertos casos. Más adelante explicaré la razón.

El 23 de marzo de 1987 el PP -por entonces Alianza Popular- interpuso una moción de censura contra el gobierno de Felipe González que no prosperó. Los socialistas gobernaban en mayoría y la iniciativa defendida por Juan Ramón Calero, estaba abocada al fracaso dada la insuficiente representación parlamentaria de su grupo que debía contar con el apoyo del resto de partidos de la oposición, para disponer de un mínimo de posibilidades de éxito. Aún así, los populares siguieron a pies juntillas el guión de los trámites democráticos establecidos para destituir a un gobierno, y no les tembló el pulso a la hora de tomar la decisión. Esta iniciativa calificada por los analistas políticos del momento como demencial, no dejó de tener un tinte de romanticismo escolástico en cuanto a la coherencia de los conservadores hacia sus convicciones y sus compromisos electorales. Una especie de ejecución del derecho al pataleo para exteriorizar la reivindicación de su disconformidad con la gestión de sus antagonistas.

En aquella ocasión el PP contaba con 105 escaños pero no renunció a su derecho constitucional como ha quedado expuesto. Se la jugó y perdió. Pero su grito avenó el ánima de siete millones de partidarios derechistas.
A día de hoy los populares disponen de 154 diputados en el Congreso y un clima de pesadumbre social mucho más exacerbado que aquel de 1987 para intentar destituir a Zapatero. Bastarían 22 votos aparceros de los 30 que se reparten el resto de agrupaciones, para mandar a casa a los socialistas y tomar las riendas del Gobierno. ¿Por qué no se ejecuta esa moción de censura? ¿A cuento de qué tanta llamada a la dimisión en lugar de provocar elecciones anticipadas a través de una proposición parlamentaria?

Algo está pasando. Pocas veces un partido en la oposición ha estado tan bien posicionado para desbancar a su oponente. Todos sabemos de la sutileza política para negociar romances de interés y el botín al alcance es lo suficientemente copioso para contentar 22 anhelos. No habría por tanto más que negociar el reparto de competencias y a otra cosa: la Historia está llena de ejemplos.

Pero no. Rajoy no corre riesgos. Prefiere esperar. El fracaso de 1987 provocó la renuncia de Antonio Hernández Mancha, y el líder conservador no se expone. Él chifla con la presidencia del Gobierno y un tercer varapalo supondría su sepultura política. En esta ocasión el romanticismo, la coherencia y las convicciones sucumben frente a la ambición, y todas las embestidas de don Mariano para lucir ante la galería, quedan enmarcadas en el esperpéntico escenario de estas cuatro palabras: “miente usted señor Zapatero”.

Con este insustancial remedo del famoso “váyase señor González…” de Aznar, el registrador de la propiedad va complaciendo los oídos de sus seguidores a la espera de 2012. Habla de proyectos pero no los define. Habla de objetivos pero no los descubre. Habla de futuro pero no lo revela. El sólo ataca. Ataca por sistema. Sin más argumentos que esgrimir que las inevitables deficiencias coyunturales del actual ejecutivo.

Todo está mal. Todo es un desastre. Sólo le queda acusar a los socialistas del crac de 1929. Pobre receta purificadora para nuestros males. Mal asunto para un país, que una alternativa tan sólida al poder, no encuentre en su laboratorio de remedios más antídotos que aplicar a la actual crisis que el ataque y la acusación.

Mientras tanto los socialistas tratan de no perder el norte y a pesar de los serios problemas que afectan al panorama nacional, continúan aplicando su política de bienestar colectivo. Los recientes recortes de nóminas y la congelación de las pensiones no son más que una muestra del semblante desagradable de la conducta reformista. Por si alguien lo ha olvidado, cuando se vota socialismo se vota una candidatura fundamentada en el control colectivo de la economía. Y el objetivo de amparar a los más desfavorecidos prevalece aunque para ello haya que tomar medidas impopulares. Cuando esto ocurre -y ha ocurrido- nadie debe sorprenderse.

Simplemente se trata de coherencia ideológica. De subordinación a unos principios y lealtad a unas promesas.
En la celebración del 10º aniversario de Zapatero como secretario general del partido socialista, el presidente del Gobierno enfatizó en su discurso que el PSOE debe ser “aún más permeable a la innovación”. Todo un reto al destino dadas las circunstancias; todo un duelo a la continuidad de su liderazgo. Al igual que Arquímedes, que enfrascado en la resolución de un problema aritmético durante la batalla de Siracusa, ignoró las órdenes de abandonar su trabajo por parte de un soldado romano siendo lanceado por este, Zapatero, a pesar de todo, también asume el riesgo de morir con las botas puestas.
pacolaisla@yahoo.es

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