Hay personas que no constan entre las 193 víctimas del 11-M (11 de marzo de 2004) porque no les alcanzaron las bombas, pero sí sufrieron la onda expansiva de las “mentiras” que sucedieron al atentado. Ocho de ellas reúnen sus memorias en un libro para intentar deconstruir la teoría de la conspiración y tejer una memoria democrática.
A punto de cumplirse 20 años del peor atentado terrorista en suelo europeo, Víctor Sampedro, catedrático de Comunicación Política, publica "Voces del 11-M. Víctimas de la mentira" (Planeta), 300 páginas que giran en torno a una idea: contar la verdad cueste lo que cueste.
Sus ocho protagonistas son familiares de víctimas, periodistas y policías procedentes de las más opuestas tendencias políticas y posicionamientos sociales, unidos porque desde el primer momento rechazaron los embustes del Gobierno de José María Aznar acerca de la posible autoría etarra de la masacre.
La obra, explica su autor en una entrevista con EFE, "quiere parar la espiral de mentiras" en las que se sumió el país a partir de 2004, pues considera que éstas solo se detienen "cuando alguien las desmiente de plano o cuando alguien se niega a que sean expresadas en su presencia.
"Los testimonios recogidos en el libro no persiguen meter a nadie en la cárcel, una censura, una multa. Lo que piden, y lo piden a gritos, es un que se repita el abrazo ciudadano que se expresaba con una frase: todos íbamos en ese tren", ahonda Sampedro.
Aún así, la lectura arroja una pregunta: ¿Cómo puede ser que las víctimas fuesen tantas veces revictimizadas y los instigadores de las mentiras, políticos y periodistas, saliesen indemnes?
"En cualquier otro país del mundo habrían desaparecido de cualquier puesto de responsabilidad institucional y no serían fuente de autoridad y mucho menos de moral. Pero, al contrario, siguen estando más presentes que nunca porque no se les paró los pies", argumenta.
Mientras el Ejecutivo de Aznar trataba de implicar a ETA en una maniobra para intentar ganar las elecciones del 14-M -ironiza el catedrático-, solo los terroristas dijeron la verdad en público: los vascos negaron el atentado y Al Qaeda lo reivindicó.
Tejer una memoria democrática
"Las democracias sobreviven parando espirales de mentiras prudentes o miedosas. De ahí este intento de escuchar a los afectados, adalides de los derechos humanos y el Estado de derecho. Para que, sumados a las voces de quien nos lea, aflore una verdad colectiva y tejamos una memoria democrática", escribe Sampedro en el prólogo.
Y es que, lamenta, dos décadas no han sido suficientes para alcanzar el consenso social y político que permita otorgarle a las víctimas el "homenaje debido". En cambio, los principales partidos políticos siguen tratándolas como un "botín" y desenterrándolas en cada aniversario "para practicarles una autopsia perpetua".
"La memoria democrática tiene que incluir todas las voces para que ninguna se sienta silenciada y tiene que ser expresada en términos de respeto. La nuestra es muy fallida, porque no tenemos valores democráticos bien implantados en el cuerpo social", asevera el autor.
Lejos de eso, dice, lo que los instigadores de la conspiración se afanaron en hacer y ahora se niegan a rectificar no es más que un "espectáculo grotesco cargado de morbo y ansias de punitivismo y venganza".
Víctimas de la mentira
Las víctimas de la mentira, a las que ahora este libro pretende dar voz, han pasado de costado por la historia, presas del olvido, la victimización y el acoso mediático, según aseguran. Y son las siguientes.
Pilar Manjón y Eulogio Paz perdieron a su hijo Daniel en una de las explosiones acontecidas en la estación de El Pozo y luego presidieron la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo, cuyos miembros consideran que han sido revictimizados y despreciados por el poder político.
El padre de Aitziber Berrueta, Ángel, fue asesinado por un policía y su hijo dos días después de los atentados tras negarse a colocar una pegatina que ponía "ETA, no" en su panadería de Pamplona, recuerdan.
Los periodistas José Antonio Zarzalejos, Gumersindo Lafuente y José Antonio Martínez Soler pagaron con señalamientos y despidos su valentía al negarse a difundir la conspiración, subrayan en las entrevistas del libro.
Juan Jesús Sánchez Manzano, entonces comisario jefe de los Tédax de la Policía Nacional, y Rodolfo Ruiz, comisario de Vallecas en el momento de los atentados, fueron acallados cuando apuntaron hacia la autoría yihadista. La mujer de Ruiz -indican los protagonistas- no soportó el acoso mediático y se quitó la vida en 2008.
"El libro tenía un primer título, 'Sócrates en el 11-M', pues al filósofo le hicieron beber cicuta porque no atendía a conveniencias ni intereses. Estas ocho personas, que renunciaron a su comodidad en aras de la verdad, llevan 20 años bebiendo cicuta", sentencia Sampedro.