Izquierda y derecha están condenadas al fracaso mientras no logren conciliar el valor intrínseco, nuclear, identitario, que mueve a cada una de ellas. Son dos valores aparentemente situados en las antípodas. Pero no es verdad. Ambos han de sacrificarse un poco. La derecha defiende la abundancia, pero sólo para unos pocos cuando se trata de ponerla en práctica. La izquierda replica con la modestia, pero en el fondo anhela la abundancia que la derecha se apropia.
Cuando digo “abundancia” no me refiero únicamente a la profusión de bienes materiales que nos facilitan la vida. El ser humano, sea de izquierdas o de derechas, es una criatura indefensa, como el gato recién nacido. Y esa indefensión innata le lleva a transformar el medio circundante, y a inventar instrumentos que son prótesis que le ayudan a caminar. La rueda y el frigorífico son dos buenos ejemplos. A su manera, la creencia de que existe un dios (protector y castigador a un tiempo) responde a esta misma finalidad.
Pero el ser humano, aun siendo su destino el desamparo, tiene el poder de transformar el mundo, la naturaleza y a otros seres humanos con el fin de mitigar la ansiedad que provoca el desvalimiento. Así pues, no digo “abundancia” sólo en el sentido de comodidad materialista. Junto a ella, el hombre, la mujer, deben encontrar acomodo espiritual en la existencia real. Y esta tarea es imposible de introducir en la vida sin la idea del reparto, dado que el sufrimiento ajeno, aunque no lo parezca, nos golpea en lo más profundo de nuestro ser helando nuestra sensibilidad hasta mutar en bípedos egoístas que sólo aprenden a atacar y defenderse ante la amenaza de la pobreza.
La ausencia de reparto engendra una espiral de humillación y frustraciones porque previamente engendra la espiral de la apropiación. La ausencia de reparto origina las formas de poder que se desvían de su correcto sentido, es decir, las que anteponen intereses abstractos a los derechos básicos de las personas. La ausencia de reparto moja, hasta deshacerlos en hilachas, los solemnes textos constitucionales que proclaman la igualdad, la libertad y la solidaridad. La ausencia de reparto degenera en una democracia falsificada, plena de oratoria oportunista pero vacía de valores.
La conciliación de los dos vectores que, todavía en nuestra época convulsa, mueven a la izquierda y la derecha, pasa inexorablemente por una formulación que, en su esencia, es simple: yo no quiero lo que precisas para sobrevivir, pero tampoco quiero que me robes para que la abundancia sea tuya en exclusiva.
Es aquí donde se detecta el problema fundamental al que los ciudadanos medios nos estamos enfrentando como consecuencia directa de la crisis: la exigencia de repartir está concentrándose en aquellos que menos tienen. La exigencia de repartir cae, como una losa invisible, en aquellos que asisten atónitos, aislados y sin referentes, rabiosos pero domesticados, al espectáculo, rayano en la obscenidad, de un mundo que deshumaniza la capacidad de sacrificio. Izquierda y derecha son, las dos, responsables de este estado de cosas que se acerca, poco a poco, a la crueldad. Sus fracasos persistirán porque todavía no perciben que, en cuanto formas de ideología, han sido utilizadas, aprovechadas, superadas, por otra ideología dominante: la precariedad del sustento económico.
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