En el transcurso de una entrevista a uno de los muchos profesionales de la política con los que cuenta nuestro país, le pregunté qué le parecía que los políticos se hubieran convertido en uno de los principales problemas para los españoles, según la última encuesta del CIS. Noté cierto gesto de ofensa en su rostro, del tipo “protesto, Señoría” si se la hubieran realizado en el transcurso de un juicio, por lo que aprovechó para relatar su contribución a la cosa pública y salir en defensa de quienes, en su ámbito, padecen el estigma de pagar justos por pecadores -quiso decir corruptos-. Sé que respondía desde el convencimiento, el mismo que podemos compartir usted y yo, pero también desde la frustración provocada por los titulares que una y otra vez, pero también inevitables, empujan a la opinión pública a denostar, con tintes generalistas, a nuestra clase política.
Estoy con ellos, con los que maldicen a los que, sean de su partido o del de enfrente -aunque subrayen más a estos últimos-, han aprovechado un cargo público, una posición de privilegio, incluso dominante, para dejarse caer en la tentación del enriquecimiento ilícito o el de los suyos, para comprar voluntades y perpetuarse en el cargo, como culpables absolutos de la perversión de un ejercicio indispensable para el funcionamiento de las instituciones que gestionan nuestros recursos bajo nuestra encomienda.
Por desgracia, la política no se pervierte hoy día solo desde los actos ilícitos, sino también desde los gestos, por muy inocentes y bienintencionados que sean sus propósitos iniciales, que dejan de serlo desde que aspiran al mero espectáculo e incluso al escándalo. Un buen político, además de la integridad personal y la fidelidad a las siglas, no debería perder nunca el pudor -no digo ya la vergüenza-, aunque solo sea por respeto a los que no le votaron, y en esta España atenazada por el miedo y convulsionada por las verdades a medias o las mentiras enteras, han comenzado a proliferar los gestos de los que entienden que la política también ha de ser propaganda y entretenimiento, y ni esto es Hollywood ni tenemos la histórica trayectoria democrática de los yankees, lo que lleva a más de uno a confundir la adaptación con la copia pirata.
Esta semana hemos asistido a varios ejemplos, y a todos los niveles, como si lo que hubiese en juego fuese un casting político de El club de la comedia, en vez de la defensa rigurosa de los legítimos postulados de cada grupo político. Al parecer, ya no basta con argumentar, ahora hay que escenificar, visualizar, llamar la atención. Así, el diputado de ERC, Alfred Bosch, desplegó una bandera independentista catalana desde el estrado -¿qué pasaría si otro diputado hiciera lo mismo y en vez de la catalana desplegara la del águila?-; el de Compromís-Equo, Joan Baldoví, se sacó un silbato del bolsillo -aunque parece que se quedó sin aire y no lo llegó a soplar-; el diputado socialista Antonio Trevín portó una lámpara minera; en el Parlamento andaluz, el diputado de IU, José Antonio Castro, acudió a la sesión vistiendo la camiseta de la Selección española tuneada con los colores republicanos; en el Ayuntamiento de Arcos, el portavoz de un partido independiente sacó una telera de pan que fue cortando en rebanadas para explicar los presupuestos municipales -alguien debería decirle que con las cosas de comer no se juega-; y en el palco de un estadio polaco, el presidente Rajoy daba brincos con el juego de la España que gana en Europa, la única, por supuesto.
Supongo que todos ellos tendrán sus correspondientes palmeros, los que les habrán reído la ocurrencia y quienes les animen a seguir ilustrándonos con tan elocuente ejercicio de comunicación. Por fortuna, este país siempre ha estado dotado de un excelente sentido del humor, no necesita monólogos de sobremesa para que le alegren el día, ni mucho menos políticos a los que en su casa les digan que son muy graciosos, o que tiren de gadjetorepertorios para mostrarse más enfurecidos con la situación. Este país se basta ahora mismo con que no le mientan ni le confundan, para todo lo demás ya tenemos a Los Simpsons antes de que empiecen las noticias.