La aparición de Rocío Pérez ?la novia del presunto asesino de Marta del Castillo?, en algunos programas de televisión, reabre la polémica sobre la aparición de menores en los medios de comunicación...
La aparición de Rocío Pérez –la novia del presunto asesino de Marta del Castillo–, en algunos programas de televisión, reabre la polémica sobre la aparición de menores en los medios de comunicación.
Separar el heno de la paja me parece primordial si queremos de verdad evitar que situaciones como éstas se vuelvan a repetir. A diferencia del tristemente famoso caso de Alkasser, en este caso ha sido la propia madre quien según parece, mostró interés en acudir a los platós para contar la verdadera historia de su hija. El resto es de todos conocido. Ahora bien, ¿es lógico que una madre quiera lucrarse con una historia como ésta tratándose como se trata de una menor? Yo creo que no, pero intento ponerme en la piel de esa mujer a quien sus vecinos habían puesto en el ojo del huracán por permitir que un asesino viviera bajo su mismo techo aún a sabiendas de que cuando ella le abrió las puertas de su casa nadie sabía que acabaría cometiendo un crimen.
Eso por una parte, por otra, la posibilidad que han visto de ganar un dinero fácil y de convertirse en protagonista por unas horas de una trágica actualidad. Juzgar a los medios de haber utilizado en beneficio propio la historia de esta muchacha no deja de resultar hipócrita. La televisión es imagen y fue un medio eficaz para que quedara dilucidado que esa familia nada sabía ni tenía que ver con lo que había ocurrido.
Pasemos a la página siguiente: los padres de la asesinada Marta, han empezado su peregrinar por las televisiones expandiendo su dolor y abogando por la implantación de la cadena perpetua. A diferencia de los padres de Mari Luz, la otra niña tristemente famosa y asesinada por un pederasta, los de Marta han tardado en aparecer pero me temo que los vamos a ver bastantes veces. Juzgarles por ello sería lo fácil, pero no seré yo quien lo haga, porque aunque intento ponerme en su lugar, sólo por un momento, no lo consigo. Debe ser tanto su dolor, su angustia, sus ganas de mostrar a la gente la tragedia que están viviendo, y que le puede ocurrir a cualquiera de nosotros, que no encuentran mejor manera de hacerlo que a través de la pequeña pantalla.
Es lo que tiene nuestra sociedad: el dolor se dirime en los tribunales populares de la TV, se expresa vivamente en los platós y meterse con los periodistas no deja de constituir el recurso fácil de, una vez más, matar al mensajero.