Este, ‘Historia cultural del flamenco. El barbero y la guitarra’, es un libro que trata de las barberías y los barberos, como contextos y singulares tipos sociales vinculados a la guitarra, la fiesta, el cante y las diversiones populares en general. La guitarra ha sido desde al menos el siglo XVI el instrumento popular por antonomasia. Es sintomático que la flamencología, y en general los estudios históricos sobre la música popular no se hayan fijado en el papel de los barberos y las barberías, especialmente cuando aparecen testimonios ya en el siglo XVI. Tanto se repiten las semblanzas de barberos que tocan la guitarra desde esa época, que este instrumento se convirtió en santo y seña de su oficio, tanto o más que la vacía, como demuestra que se colgaran tanto una como la otra en las paredes para identificar el lugar como una barbería.
Acompañar a través de los siglos al barbero guitarrista —como representante de una determinada casta de gente— nos ha servido no solo para conocer ese contexto específicamente, sino para reconstruir una historia de la música popular, cuya versión andaluza y agitanada acabó desembocando en el flamenco. El estudio de los barberos músicos y las barberías, nos llevó a analizar los contextos y los tipos de gente que compartían con ellos esas diversiones, y así nos fuimos dando cuenta que la guitarra, y los bailes y cantos que con ella se ejecutaban, han estado vinculados a un tipo de baja estofa, habitante de los suburbios, tan hedonista, como achulado, apicarado, echao pa´lante: en el siglo XVII se llamaba valiente, valentón, virote, jaque y de muchas otras maneras; en el XVIII, majo; y en el XIX: flamenco.
Así descubrimos que los barberos, como muchos otros oficios que han estado vinculados al flamenco ―carniceros, venteros, por ejemplo― eran en gran medida trabajos de conversos, de castellanos nuevos, donde se refugiaban amalgamados gitanos, moriscos, negros, morenos en general. La barbería se erigió en un lugar de sociabilidad, de música, no solo porque los barberos no tengan nada que hacer si no hay clientes, sino porque allí se dan cita toda la caterva de personajes populares de cada época: es un lugar donde las clases bajas, y muy especialmente los gitanos y otras clases subalternas, pueden reunirse, hablar, y tramar.
El barbero y los tipos sociales a él asociados, nos llevó al mundo del hampa, y aun de la picaresca andaluza, donde encontramos a una población baja, cuyas diversiones, estéticas y formas de vida (incluyendo el gusto por la guitarra y los bailes más desenfadados), anuncian ya lo que en el siglo XVIII cuajará como lo majo, y en el XIX como lo flamenco.
Naturalmente la guitarra, las fiestas tabernarias de cante y baile, no fueron privativa de Andalucía. Pero es sugerente manejar la hipótesis de que fue en Andalucía, y muy particularmente en Sevilla, donde florecieron entre los siglos XVI y XVII las condiciones propicias para impulsar ciertos bailes y sones guitarrísticos, entre otras cosas porque con ello se podía ganar unas monedas en una ciudad cuya idiosincrasia se gestó en gran medida por el oro y la plata que llegaba a sus puertos, y todo lo que ello atraía.
Así, la difusión de la guitarra en Sevilla en el siglo XVII no es independiente de la multiplicación de las posibilidades para ganarse la vida con ella, ni de cierta población sin oficio ni beneficio que la usa para su vida pendenciera. Ayudaba que fuera fácil de tocar y transportar, pero más aún su versatilidad en diferentes contextos, que sirviera para ganarse la vida por unas monedas (como hacían los negros en la Sevilla del siglo XVII) y para juergas de bodegones.
En definitiva, es esta una historia cultural del flamenco no basada en mitificaciones y especulaciones, sino en un análisis histórico-antropológico de las vinculaciones que tiene ese arte con unas formas de vida, unos grupos sociales, una estética que ha ido cuajando al menos desde el siglo XVI, con enorme profusión de fuentes culturales.