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Viernes 22/11/2024
 
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Cuando uno baja la avenida 42 en Miami, también llamada Le Jeune Road en honor a un general de los marines que se lució en la pequeña y espléndida guerra contra España...

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Cuando uno baja la avenida 42 en Miami, también llamada Le Jeune Road en honor a un general de los marines que se lució en la pequeña y espléndida guerra contra España, se encuentra, justo antes de la calle 7, un enorme cartel en el que una abogada anuncia sus servicios.

El cartel está en español, lo que no es de extrañar tan cerca de la famosa calle Ocho, centro tópico del mundo cubano en Miami. Además, en el condado de Miami, solamente se utiliza el inglés en una casa de cada tres. En el 67% restante, en su inmensa mayoría, se habla español en sus diferentes acentos.

La abogada ofrece sus servicios para divorcios y otros asuntos, incluido la violencia doméstica. Así escrito con todas sus letras, violencia doméstica. No de género. Sabrán ustedes que, en inglés, las personas tienen género (genre) masculino o femenino, mientras que en español lo que tienen es sexo masculino o femenino. En español sólo tienen género las palabras.

¿Por qué una abogada en Miami dice violencia doméstica y no violencia de género? Muy probablemente porque domina el inglés y entiende la diferencia de los idiomas. ¿Por qué en España nos obligan a decir violencia de género? Pues, por la misma razón, por ignorancia del inglés que se malcopia.

Todo este rollo viene a cuento de que me acabo de enterar que en España hay un señor que cobra por ser el delegado del Gobierno para la Violencia de Género (¿para?, ¿no sería mejor contra?). Y ha entrado en la polémica sobre la separación de sexo en la aulas diciendo que cree que la segregación de alumnos en los colegios “impide la identificación con los valores” de las personas del otro sexo y crea “muros entre hombres y mujeres”.

Quizás crean ustedes que hizo estas declaraciones después de leer mi artículo de la semana pasada donde defendía abrir el debate desde un punto de vista de la eficacia y no de la ideología. Nada de eso. ¡De qué me va a leer persona tan importante! La verdadera razón es que ha pasado por Madrid el pasado jueves Leonard Sax, presidente de la Asociación Nacional para la Educación Pública de un solo Sexo, y principal defensor de la separación por sexos.

En su conferencia proporciona datos muy claros sobre las experiencias estadounidenses. Así, si en los colegios mixtos la tasa masculina de aprobados, del 55%, es muy inferior a la tasa femenina, ese porcentaje se dispara al 85% cuando la enseñanza se segrega, alcanzando un porcentaje similar al femenino. Se llega a decir que la enseñanza mixta supone un sistema discriminatorio para los hombres con un efecto que se traslada a las carreras universitarias. En España los datos son similares; el número de chicos que, en Madrid, es incapaz de acabar la ESO es casi un 50% mayor que el de chicas.

Sostiene Sax que está científicamente demostrado que el desarrollo del cerebro de los niños sigue un proceso diferente al de las niñas y que solamente se asemejan en la fase adulta; así, a los 6 años a un chico le cuesta el doble que a una chica mantener la atención.

Veamos qué pasa con un niño que, siendo más bruto de lo normal, también es más alto. Las profesoras, las pobres, compararán su comportamiento con el de una niña de su tamaño, o sea, de un par de años y se quejarán de que el niño no atiende. Y se toma por déficit de atención lo que es un déficit de ejercicio y de movimiento. Para su mayor desgracia, si el niño es bastante inteligente, con lo que entiende las cosas a la primera, tendrá que esperar, quieto, modosito y en silencio a que el resto lo entienda. Y no puede el pobre.

Una niña de 5 años es capaz y feliz de contar hasta 50, sentadita ella y guapa ella. Un niño de 5 años es capaz y feliz de contar hasta 50, dando un salto y una patada al aire con cada número. ¿Cuál es el sexo de la mayoría de profesores de primaria? Mujeres. ¿Y qué se les ha enseñado? Que los hombres y las mujeres son iguales en todos sus extremos. Excepto en uno, claro.

Debatamos que, a veces, valen más diez minutos de razonamiento que diez años de experiencia.

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