Me repatean esos individuos que te apartan por ser diferente. Me asquean esas personas que discriminan a los demás por no ser de su misma raza, religión o tendencia sexual...
Me repatean esos individuos que te apartan por ser diferente. Me asquean esas personas que discriminan a los demás por no ser de su misma raza, religión o tendencia sexual. Aborrezco a aquellos que creen hablar en nombre de los demás y que utilizan el término ‘normal’ como única vara de medir. Me entristece observar en la sociedad actual comportamientos xenófobos, racistas y excluyentes que únicamente persiguen situarse en una posición superior y, desde esa atalaya absolutista, utilizar la fuerza como argumento y el poder en vez de la razón. En algún otro artículo subrayé que este mundo en el que nos ha tocado vivir es de todos y de nadie. Formamos parte de un todo llamado naturaleza. Esta sociedad la hemos creado entre todos y, entre todos, hemos elaborado las leyes que nos permiten convivir en armonía. Sólo aquellos que no acepten formar parte de esta estructura, bien autoexcluyéndose conscientemente o bien contraviniendo la ley que hemos consensuado entre todos, pueden considerarse al margen. Los demás, la mayoría, forma parte de una cadena a la que no le sobran eslabones. Nadie es dueño de esa cadena ni nadie puede hablar en su nombre. Es la colectividad, entendida ésta en un sentido estrictamente democrático y plural, la única que puede crear, alterar o suprimir esas normas que nos hacen iguales ante la ley. Por eso, me duele enormemente cuando a través de los medios de comunicación escucho los constantes episodios de violencia masculina hacia las mujeres, los actos terroristas de unos pocos que se creen muchos contra todos, los insultos descarados y gratuitos de alguna emisora de radio de cuyo nombre no quiero acordarme hacia todo lo que huela a izquierda, las humillaciones que sufren algunos homosexuales por su valentía al salir del armario o los abusos y vejaciones hacia los inmigrantes porque son diferentes. Afortunadamente se trata de actos cada vez más aislados, pero no debe bajarse la guardia frente a la intolerancia. Negros, blancos y amarillos. Heteros, bis y homosexuales. De derechas y de izquierdas. Discapacitados o no. Cristianos, ateos o mahometanos. Altos y bajos. Rubios y morenos. Hombres y mujeres. ¿Alguien se atreve a afirmar que es mejor que el otro? Parafraseando a Víctor Manuel, “Aquí cabemos todos... o no cabe ni Dios”.