Incertidumbre
No es fácil saber qué conviene más, pero hay momentos en que se envidia a los que aparentan paz interior en su vivir parcelado.
Los más satisfechos nos parece que no tienen grandes aspiraciones y se contentan con la vulgaridad de cada día. El fútbol, los toros, el teatro o la pesca son capaces de llenar la vida a esos que no planean muy alto y suelen llenar buenos ratos con su colección de vitolas. Yo nunca he llenado el ocio tocando el saxo, por ejemplo, y mucho menos la mañana festiva con la moto subiendo a la sierra. No es que estos sean malos hábitos, no; les llamamos entretenimientos porque de por sí no pueden llenar toda una vida a un hombre que tiene la intención enfocada más arriba. Unos lo llaman inclinación a la metafísica y otros simplemente desasosiego, pero es el caso que nunca nos sentimos plenos.
No es fácil saber qué conviene más, pero hay momentos en que se envidia a los que aparentan paz interior en su vivir parcelado. Nos solemos consumir ante la monotonía y se percibe monótona la vida que no trae en cada minuto una historia nueva que nos saque de lo vulgar. Y a todo esto sin que sepamos exactamente qué es lo trascendente. Qué atolondramiento crea la cultura moderna. Los adolescentes de hoy ya rizan el rizo del desencanto: cuesta llamar su atención en clase o hacer que estudien nada más que una hora en el silencio o interesarse al menos por la vida que les ha tocado. Les deprime el sosiego y, sólo con bajar unos puntos la velocidad de esta sociedad marchosa, tienen que encender el reproductor de ritmos que evoque en su interior lo contrario del pensamiento reposado. Esta enfermedad de la poca gana está demasiado extendida entre muchos alumnos que asoman una voluntad enfermiza sin coraje y sin lo contrario, lo cual impide a los educadores emplear su celo sobre la seguridad de una pista. ¿Cómo cambiarlos, cómo llenarlos de interés?
Están enfermos de voluntad los chicos de hoy, generalizando un poco pero es más frecuente de lo que parece. Una sociedad tan estudiada y preparada para el disfrute adormece toda capacidad de reacción y los lleva a un aburrimiento del que aparentemente no hay salida. A veces las vicisitudes de la vida ayudan a buscar posición y otras se buscan sustitutos de una felicidad llamada artificial, que ya son palabras mayores. Aquí empiezan los peligros que rondan la etapa de adolescencia. Lo peor es un joven triste, de ahí se puede temer todo.
Pero la alegría tiene una raíz más allá de la distracción superficial y vana. La mejor madre es la que crea un orden en las pequeñas cosas y enseña desde el principio el placer de la vida sencilla en los detalles, en el sacrificio que despierta la alegría de vivir. El padre de hoy se suma a este concierto y se concuerda con la familia en un blindaje inseparable. Esta es la esencia de la familia y está fallando en este momento; quedan hombres desajenados sin implicación con la madre y los hijos, que intentan por todos los medios conservar una soltería matrimoniada. La familia de madre consagrada puede quedar inválida por un padre muy trabajador pero desatento en el quehacer doméstico. Lo completo es pareja que trabaje y funcione en un ideal común de proyecto educativo y de vida en el calor familiar. El trabajo femenino no quita nada al hogar como dicen algunos desde un machismo intolerable. Vamos hacia un padre maternal dice un escritor muy del día y esa es la solución. Esos padres de café y partida diaria fuera del hogar es agua pasada; una madre sola protege en exceso y hace machitos y un padre unido a la madre hace hijos seguros de sí mismos y confiados ante el horizonte nublado de la vida. Satisfechos que decimos.
No es fácil saber qué conviene más, pero hay momentos en que se envidia a los que aparentan paz interior en su vivir parcelado. Nos solemos consumir ante la monotonía y se percibe monótona la vida que no trae en cada minuto una historia nueva que nos saque de lo vulgar. Y a todo esto sin que sepamos exactamente qué es lo trascendente. Qué atolondramiento crea la cultura moderna. Los adolescentes de hoy ya rizan el rizo del desencanto: cuesta llamar su atención en clase o hacer que estudien nada más que una hora en el silencio o interesarse al menos por la vida que les ha tocado. Les deprime el sosiego y, sólo con bajar unos puntos la velocidad de esta sociedad marchosa, tienen que encender el reproductor de ritmos que evoque en su interior lo contrario del pensamiento reposado. Esta enfermedad de la poca gana está demasiado extendida entre muchos alumnos que asoman una voluntad enfermiza sin coraje y sin lo contrario, lo cual impide a los educadores emplear su celo sobre la seguridad de una pista. ¿Cómo cambiarlos, cómo llenarlos de interés?
Están enfermos de voluntad los chicos de hoy, generalizando un poco pero es más frecuente de lo que parece. Una sociedad tan estudiada y preparada para el disfrute adormece toda capacidad de reacción y los lleva a un aburrimiento del que aparentemente no hay salida. A veces las vicisitudes de la vida ayudan a buscar posición y otras se buscan sustitutos de una felicidad llamada artificial, que ya son palabras mayores. Aquí empiezan los peligros que rondan la etapa de adolescencia. Lo peor es un joven triste, de ahí se puede temer todo.
Pero la alegría tiene una raíz más allá de la distracción superficial y vana. La mejor madre es la que crea un orden en las pequeñas cosas y enseña desde el principio el placer de la vida sencilla en los detalles, en el sacrificio que despierta la alegría de vivir. El padre de hoy se suma a este concierto y se concuerda con la familia en un blindaje inseparable. Esta es la esencia de la familia y está fallando en este momento; quedan hombres desajenados sin implicación con la madre y los hijos, que intentan por todos los medios conservar una soltería matrimoniada. La familia de madre consagrada puede quedar inválida por un padre muy trabajador pero desatento en el quehacer doméstico. Lo completo es pareja que trabaje y funcione en un ideal común de proyecto educativo y de vida en el calor familiar. El trabajo femenino no quita nada al hogar como dicen algunos desde un machismo intolerable. Vamos hacia un padre maternal dice un escritor muy del día y esa es la solución. Esos padres de café y partida diaria fuera del hogar es agua pasada; una madre sola protege en exceso y hace machitos y un padre unido a la madre hace hijos seguros de sí mismos y confiados ante el horizonte nublado de la vida. Satisfechos que decimos.
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