Deadpool 2

Publicado: 25/05/2018
Autor

Jesús González Sánchez

Jesús González es graduado en Ciencias Ambientales y profesor de Educación Secundaria en El Puerto

Sala 3

Análisis crítico (más pasional que racional) de los mejores estrenos cinematográficos de cada semana

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El fenómeno que desencadenó Deadpool (2016) ha provocado el reciente estreno de su esperada secuela, Deadpool 2 (2018),
Jesús González Sánchez

El fenómeno que desencadenó Deadpool (2016) ha provocado el reciente estreno de su esperada secuela, Deadpool 2 (2018), que mantiene la esencia desenfadada y socarrona establecida por su predecesora gracias a su condición de pieza cómica totalmente atípica en el género de superhéroes. Esto queda claro desde su escena de apertura, en la que deforma el tono épico y crepuscular de otra reciente película del género (Logan, 2017) en un gag visual que amenaza directamente al espectador: vamos a pitorrearnos del resto de películas de superhéroes porque esta no es otra película de superhéroes. Aunque finalmente no esté tan alejada de serlo. La ruptura de la cuarta pared a la que nos tiene acostumbrados el superhéroe interpretado por Ryan Reynolds ameniza la introducción de la trama de la cinta, temáticamente más ambiciosa que la de la anterior entrega, e igual de estrafalaria en cuanto a ritmo, tono y narrativa.   Deadpool sufre una pérdida que lo hunde en una depresión y una encrucijada: él, que por sus habilidades es un ser prácticamente inmortal, pierde todo aquello por lo que merecía la pena vivir. La aparición en escena de Cable (Josh Brolin), encauzará la narración y dará sentido a las cuestiones que atormentan a Deadpool sobre su condición de héroe. La película, que repite guionistas aunque añade como escritor de la cinta al propio Ryan Reynolds, se presenta en los maravillosos y paródicos créditos de apertura como dirigida por “uno de los que mató al perro de John Wick”, que no es otro que David Leitch. El director norteamericano consigue imprimir algo de personalidad a la cinta, sobre todo en las escenas de acción, más frecuentes y espectaculares que las de la anterior entrega, y que incluyen un amplio repertorio de movimientos constantes de cámara y escenas vertiginosamente montadas; no obstante, se queda corto al intentar remendar la pobre puesta en escena que lastra a ambas entregas en el resto de secuencias, desprovistas de cualquier atisbo de estética visual o narrativa. Obviando las debilidades de una película que, de manera autoconsciente, no pretende sentar cátedra en ninguno de los apartados mencionados, cabe destacar que el sinfín de bromas y chistes con el que se bombardea de principio a fin al espectador es motivo suficiente como para considerar la cinta un nuevo éxito, teniendo en cuenta que su principal objetivo reside en hacer reír. El increíble ahínco con el que dinamita cualquier situación de probable épica o dramatismo a través del humor es admirable, y perdura más allá de los títulos de crédito finales, en los que se deja claro su valor como herramienta de autocrítica para con el género de superhéroes y se resume la esencia de lo que Deadpool representa, que encaja convenientemente con estas palabras atribuidas a Mario Benedetti: “Mi destino es el ridículo...esta historia no conmoverá a nadie...sólo provocará risas”.

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