Los derechos humanos se respetan, en su totalidad, en muy pocos países del mundo. Los que no los respetan son multitud. China, un país de partido único, con casi 1.400 millones de habitantes (tres veces los de la Unión Europea) no los respeta. Para dar un solo detalle, pregunten por el Tíbet. Rusia encarcela o envenena a sus disidentes –como han demostrado los británicos sobradamente - y ha invadido países y mantiene su influencia en trozos de sus antiguas repúblicas a punta de Kalashnikov. Birmania ha expulsado por la fuerza a casi millón de la minoría musulmana rohingya y, para colmo, le habían otorgado el Premio Nobel a su líder y Libia tiene a millares de subsaharianos en “campamentos” que hacen las veces de cárceles para contener la emigración por el mediterráneo. Cuba, Corea, Venezuela… ofrecen muchas excusas para debates interminables y absolutamente ideologizados. Según el barrio político preocupa la pérdida de los derechos humanos en según qué países.
La lista puede hacerse interminable. Arabia Saudí es de los Estados que saca las peores notas en multitud de campos en relación con las libertades y los derechos. A ése país España le ha vendido material militar y –tras conocerse el asesinato del periodista Jamal Khashoggia manos de sicarios enviados de la monarquía opulenta, corrupta y criminal saudí – medio mundo se ha quedado consternado. Ni es el primero –recuerden a José Couso, tiroteado por los EEUU en Irak- ni será el último. Por cierto, el periodista saudí había formado parte de Hermanos Musulmanes, era un islamista contrario al secularismo pero enfrentado a la familia real saudí, que ha ordenado su asesinato y luego le ha dado las condolencias a su hijo. El crimen sin duda ha sido execrable.
¿Dejamos de vender nuestras mercancías y productos a todos esos países? Cuando se construyeron los barcos de guerra para Venezuela –con descontento de EEUU y críticas constantes del Partido Popular- se puso de manifiesto la hipocresía de los partidos, que ahora se vuelve a poner de manifiesto con el contrato, de algo más de dinero, para Arabia Saudí.
Que el adalid de los derechos humanos sea Erdogan, el presidente turco que ha destituido a 100.000 funcionarios y tiene encarcelados a centenares de periodistas, no puede ser aceptado jamás. Responde a su alianza regional con Irán. El asunto es demasiado sórdido para ser respondido sólo con buenismo e ingenuidad.