Por partes. Si etiquetamos a Vox como ultra derecha, cataloguemos a Unidas Podemos como extrema izquierda. Sin dramas. Tanto Santiago Abascal como Pablo Iglesias han hecho méritos de sobra. Personalmente prefiero referirme a ambos partidos como populistas. Y añadirles a modo de apellido de derechas o de izquierdas. Pero lo que no es serio, riguroso y justo es que blanqueemos a unos y tachemos de bárbaros a otros. Son, en definitiva, las dos caras de una misma moneda. Por otra parte, el preacuerdo exprés entre PSOE y Unidas Podemos sabe a lasaña precocinada y ultracongelada. A cartón. Desde abril al fondo de la nevera. Con escarcha. Llevo toda la semana preguntándome y preguntándole a todo el mundo, a la familia, a los amigos, al conductor del bus, si esto era necesario. El despilfarro de fondos públicos, el tostón de la precampaña y la campaña, los debates a cinco casi de madrugada, el anecdotario de la jornada electoral, los análisis poselectorales. La séptima vez que vamos a las urnas en cuatro años. Normal que los españoles no tengan cuerpo y hayan preferido pasar de la fiesta de la democracia y quedarse en el sofá. En cualquier caso, a lo que iba, que el pacto entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias es legítimo. Claro. No vamos a cuestionar las reglas del juego democrático y tal. Pero resulta ciertamente inquietante. Porque la aritmética obliga a que den sus bendiciones, aunque sea absteniéndose, que es otra manera de decir que sí, ERC, PNV y hasta Bildu. La liberación de los políticos presos y la autodeterminación están en la cabeza de todos. España no se va a romper de un día para otro. No es cuestión de alarmarse porque sí. El peligro está en la letra pequeña. En las pequeñas concesiones. Como gaditanos y andaluces, al margen de la ideología, deberíamos tentarnos la ropa porque a la mesa se van a sentar los nacionalistas. Y no nos van a dejar ni las migas. Y tercera reflexión sobre las elecciones generales del pasado domingo. Aún hay tiempo para dar marcha atrás. Un abrazo, como un beso, es importante. Pero no definitivo. Quizá Pedro Sánchez deba reflexionar y romper el compromiso. Porque España necesita un gran acuerdo entre PSOE y PP, con Ciudadanos también. De este modo, España podrá encarar el futuro fortalecida y sacudiéndose de una vez los fantasmas del iliberalismo, con Pablo Iglesias, Santiago Abascal y los nacionalismos despertándonos cada noche con su ulular espectral, que es lo de menos, y el arrastre de cadenas, que es lo demás, porque esas cadenas acabarán lastrando nuestra libertad. No se trata de malbaratar, desmontar o liquidar el espíritu del 78, sino todo lo contrario: servirse de ello para abordar de una vez los consensos necesarios para llevar a cabo la reforma electoral, redimensionar el estado de las autonomías, garantizar las pensiones, poner freno a la despoblación, establecer una política migratoria coherente y ordenada, rubricar un pacto de Estado educativo y adecuar la legislación laboral a la demanda y a los retos del futuro, como la robotización. Imaginemos una legislatura corta pero fructuosa. En los últimos cuatro años hemos tenido legislaturas cortas y estériles. Sería, además, un chute de autoestima más perdurable y trascendente que los desahogos puntuales que nos dan la raqueta de Nadal o los chicos de Scariolo…
Todo está ferpecto
Qué tal una gran coalición
El preacuerdo de PSOE y Unidas Podemos sabe a lasaña precocinada y ultracongelada. En la nevera desde abril. Con escarcha. ¿Y si probamos una gran coalición?
Daniel Barea
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