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La Plazuela

El Diamante

Yo me alegro de ver a dos currantes, como Francis y Mariví, de vuelta

Publicado: 28/05/2020 ·
12:52
· Actualizado: 28/05/2020 · 22:22
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Autor

Fran Cristófol

Doctor en Periodismo y docente e investigador. Malaguita por definición, con todo lo que eso significa

La Plazuela

La Plazuela es una 'casapuerta' donde asomarse a una visión llana del día a día de la ciudad

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El Centro Histórico de Málaga sigue manteniendo alguna joya en sus callejas. A un minuto de la Plaza de la Constitución, bien entrada Compañía, hay un bar de esos que te llevan décadas atrás: El Diamante. Cualquiera que me conozca sabe de la devoción que siento por este pequeño hueco de mi turístificada ciudad. Es un oasis en medio de restaurantes asiáticos que impregnan de curry las pituitarias de los transeúntes. Allí a lo que huele es a café, que es a lo que tiene que oler un bar de desayunos.

El local es pequeño, normalmente hay una mesa con dos sillas que casi bloquean la entrada al baño, cuatro taburetes y, en momentos nos juntábamos dentro del bar 15 o 20 personas. De eso, por ahora, nos olvidamos, tenemos que hablar con Francis y Mariví desde la terraza. Abrieron por primera vez ayer y allí que fui. Tenía ganas de tomarme un pitufo de salchichón de Málaga y mantequilla Zas. Lo había intentado imitar en casa, pero no hay punto de comparación.

En Málaga, como ya habrás escuchado, somos muy pesaditos con el café. Nos inventamos 10 o 15 formas de tomarlo, pero al final el camarero elige lo que te vas a tomar ese día… Pero en El Diamante además de disfrutar de un café bien echado y recién molido con uno de esos molinillos antiguos, uno se va al siglo pasado mirando la estantería repleta de botellas de alcohol de las que bebían los señores de sombrero y bastón o la inmensa nevera de madera que parece llevar más años que todos los edificios de alrededor.

Hace cuatro años escribí sobre El Diamante en otro periódico, pero desde entonces han pasado muchas cosas. Para que te des cuenta de lo que pasa allí, fue donde rendí culto a mis amigos minutos antes de casarme. Intento acordarme de lo que escribía mi querido Barbeito. Era algo así como que los mostradores, allá donde estén, son altares de culto. Uno no va a un bar como el que va a misa, pero uno va a un bar a rendir pleitesía a los  suyos. Uno va a los bares a brindar por la amistad, por el amor, por la vida... Culto. La sangre que se bebe no es sangre de inocente, es brebaje de alegría. Y hablando de alegría. Yo me alegro de ver a dos currantes, como Francis y Mariví, de vuelta. Les queda un trecho para volver a la normalidad, para salir de dos meses de parón en la actividad (no así en los gastos fijos…). Yo, qué quieres que te diga, siempre que pueda volveré, como seguro que tú volverás a ese bar donde las tostadas se convertían en largas conversaciones.

 

 

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