No se equivoquen, no hemos ganado aún esta guerra, fue apenas una batalla, y sobrecoge el mero de recuento de las bajas. Expongo un caso, sacado de la realidad. Se confirma el positivo de un crío de 16 años. La familia, en alerta, se pone en lo peor: sus 7 miembros acuden, prestos, a su centro de salud de referencia para que se les practique la prueba. Alivio, a la postre, de los parientes, que comparten hogar con el adolescente, contagiado asintomático, porque el resultado es negativo, pero el chaval, en el transcurso de las dos últimas fases de desescalada, había salido a la calle en repetidas ocasiones, compartiendo paseos, risas y botellón con su grupo de amigos: no más de 15, todo ajustado a la –gradual y asimétrica- nueva normalidad, por lo que el protocolo profiláctico obliga a extender la analítica de control a todos sus contactos. ¿Acaso somos conscientes del lío que organizamos si nos saltamos las normas? Séptimo día de luto oficial en España, diez días para rendir homenaje a nuestros muertos. Muertos que nos pertenecen. Muertos anónimos. Muertos ajenos. La muerte siempre es clasista e injusta. La muerte, por más que se empeñen en desmentirlo con sandeces moralistas, nunca nos iguala. Sólo son iguales los muertos ante los propios muertos; jamás ante el resto. Pareciera, aquí, que sólo nos importaran nuestros muertos, y no los que se produzcan allende nuestras fronteras. Muertos de hambre en los que nadie repara hoy ni reparaba antes.
Con todo, siendo sincero, lo que más me inquieta en este momento procesal de la desescalada del desconfinamiento es la escalada política del encabronamiento. No hay día tranquilo en que nuestros políticos se centren en la reconstrucción: surgen polémicas por doquier que encolerizan y enervan hasta el paroxismo. Bien es cierto que las izquierdas, que ostentan la responsabilidad de gobernar España, juegan claramente a la defensiva: despejando balones, en medio de cierto desconcierto, mientras los dos partidos mayoritarios de la oposición atacan insistentemente por el extremo derecho, con centro bombeados, una y otra vez, al corazón mismo del área chica, del alma colectiva, donde hay más barro, más codazos y puntapiés, más guerra sucia, de esa que contamina por un tiempo prolongado, muy superior al que abarca un estado de alarma: la convivencia entre compatriotas. La secuela sociológica es inconmensurable puesto que se está fomentando el odio guerracivilista. Y, cuando deberían primar las actitudes conciliadoras tendentes a la recuperación económica de la Patria común e indivisible de todos los españoles, con tanto resentimiento a flor de piel, ¿cómo vamos a empujar todos en la misma dirección? Cuando la política se envilece, desprovista de altura de miras, se aleja de las preocupaciones básicas de la gente y termina en un lodazal de acusaciones que no conduce a nada.
Los sonrojantes enfrentamientos entre Gobierno y oposición en Madrid, en tanto se dirimían en Bruselas las cifras del plan de rescate post-pandemia y de la nueva PAC dan sintomática prueba de ello. El anuncio del recorte del 9 por ciento en el presupuesto agrario de la UE nos sume, de entrada, en el desconsuelo. Si a esto unimos los precios de miseria con que vendemos el aceite de oliva de la reciente campaña –porque no cabe otra que ir vendiendo para liquidar a socios y cosecheros- el panorama se vislumbra poco halagüeño. Pero, a diferencia de la indolencia de hace 3 o 4 años, la gente del campo, del olivar, está movilizada y si las protestas se retoman en el punto álgido en que se quedaron a principios de marzo, la clase política, los gobiernos, tendrán que escucharnos y hacernos caso. Encuentro de las organizaciones agrarias, hoy, con el ministro Planas. ¿Qué hay de la puesta en práctica de las reformas introducidas en la Ley de Cadena Alimentaria?
El Gobierno anuncia su intención de aprobar una última prórroga del estado de alarma hasta el 21 del estrenado junio. A pesar de los pesares, nos debemos de dar por satisfechos afrontando este tramo final con el orgullo del que espera la tierra prometida que ya se otea en el horizonte. El más difícil todavía. Que esa es otra: resurgir de las propias cenizas, reemprender la marcha cuando pintan bastos, inventar para no perecer, transformarse para seguir siendo. Un plan de empleo turístico como el ideado para el control de las playas -que parados y destinos tampoco nos faltan- le reclamaba, el viernes, Paco Reyes, presidente de la Diputación, al vicepresidente de la Junta, y responsable andaluz de Turismo, Juan Marín. De la moción de censura de mañana, en La Guardia, mejor ni hablar, pensarían. Apesta a intereses creados, a hechos consumados y al seguro de responsabilidad política que suscribirá el más listo, y tapado, de la clase. Que todavía hay clases, ya digo.