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Lo que queda del día

De Mario Conde a El Rubius

Me siento más cerca de entender la teoría de las cuerdas que los motivos del inmenso éxito de tipos como El Rubius o Ibai Llanos

Publicado: 05/08/2021 ·
17:44
· Actualizado: 08/08/2021 · 14:45
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Autor

Abraham Ceballos

Abraham Ceballos es director de Viva Jerez y coordinador de 7 Televisión Jerez. Periodista y crítico de cine

Lo que queda del día

Un repaso a 'los restos del día', todo aquello que nos pasa, nos seduce o nos afecta, de la política al fútbol, del cine a la música

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En la quietud del mediodía, con más de medio vecindario de vacaciones, apenas percibo desde mi ventana el piar de algún pájaro y el chorreo constante de los propulsores de agua de la piscina. Salvo días contados, no ha hecho un calor insoportable; ése que cuando era pequeño congregaba el concierto de chicharra a la hora de la siesta. Por mucho que fueras detrás de aquel interminable zumbido, éramos incapaces de localizarlas, ni siquiera de conocer su aspecto, hasta que un día el tío Juanjo atrapó una para mostrárnosla y explicarnos que solo si se le clavaba una aguja cesaba el ruido. Incluso nos hizo una demostración.     

Pero eso era en el campo y hace ya demasiados años, suficientes como para que haya prescrito el hecho de clavar una aguja a una chicharra, si es que alguna asociación animalista ha conseguido que se tipifique como delito torturar a un insecto, pese a que, en descargo del tío Juanjo, aquello no dejaba de ser una demostración empírica a los ojos de unos niños entusiasmados.

No sé si las chicharras huyeron de la ciudad a medida que avanzaba el urbanismo horizontal, pero lo cierto es que en las horas de más calor del día, y a través de mi ventana, solo reina esa quietud de la que les hablaba, y que es la que a veces filtra el eco de lo que se escapa desde otras ventanas abiertas de par en par, como la celebración de un gol o una medalla olímpica, una aspiradora, algo de reguetón, la desesperación por vencer en una partida on-line al Fortnite o la sesión de algún youtuber.


El caso de los youtuber -y englobo ahí a los que usan cualquier tipo de plataforma digital- es uno de esos fenómenos, entre otros muchos, que escapan a mi comprensión. De hecho, me siento más cerca de entender la teoría de las cuerdas que los motivos del inmenso éxito de tipos como El Rubius o Ibai Llanos -son los que más me suenan- que empezaron a asomarse a diario desde su dormitorio hasta los de cientos de miles de jóvenes de toda España que siguen sus sesiones con la misma admiración que podemos dedicar a una estrella del rock.

Hoy en día, si le preguntas a un niño qué quiere ser de mayor, puede que la mayoría te siga dando el nombre de un futbolista, pero si avanzas hasta la adolescencia, en la que ya eres más o menos consciente de que no estás hecho para el fútbol, o para jugar como profesional, muchas respuestas apuntan hacia sus nuevos ídolos: quieren ser youtubers, abrir su propio canal, subir sus vídeos y, por supuesto, ir acumulando seguidores, que es lo que te abre la puerta a la fama, el negocio y la cuenta en Andorra.

Si me remonto atrás en el tiempo, la situación me recuerda un poco a la admiración que empezó a suscitar entre muchos jóvenes y universitarios la figura de Mario Conde en su día. Llegó un momento determinado en el que, rotos los sueños de triunfar en el fútbol o al frente de un grupo pop, el banquero madrileño encarnó todo a lo que aspiraban muchos de ellos: fama y dinero, fundamentalmente, pero, a su vez, bajo la significación de macho alfa que irradiaba el presidente de Banesto, y que incluía asimismo capacidad de seducción, liderazgo y osadía. En el fondo, un auténtico encantador de serpientes.

Puestos a comparar, no tiene por qué ser una elección mejor que la otra, ya que cada cual es producto de su tiempo (la de Mario Conde responde al auge del capitalismo salvaje, y la de los youtubers, a la configuración de la aldea global y ociosa), aunque las dos comparten un mismo vínculo ya subrayado: éxito y cuentas boyantes; y de ahí, un mismo espejo en el que verse reflejados, pese a que el banquero se descubriera como un impenitente estafador -acabó convertido en nuestro Gordon Gekko particular- y yo siga sin apreciar las bondades y beneficios de quien se pone delante de una cámara y un ordenador, salvo que sea para ayudarte con la tarea de matemáticas del colegio o ejercer de entrenador personal. Todo lo demás me suena a puro vacío, a la transformación del ocio en una experiencia hueca y más acaparadora que nunca, que además parece negarle o robarle a la juventud actual el tiempo necesario para hacer algo crucial: pensar por sí mismos.

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