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La arcense Ana Corzo fue la única mujer que participó en el IX Encuentro Land Rover

Superó una complicada jornada de ruta por senderos embarrados en las marismas de Doñana, siendo la única fémina entre 56 inscritos en el IX Encuentro Land Rover

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Ana Corzo sorteó con destreza los embarrados caminos de las marismas de Doñana en un día para recordar.

Ana Corzo y sus acompañantes en un momento de la concentración celebrada en las marismas de Doñana.

La arcense Ana Corzo, de 48 años, fue la única mujer que tomó parte en la IX edición del Encuentro de Amigos del Land Rover Santana celebrada en Sanlúcar el pasado fin de semana, la primera vez que la localidad gaditana acogía a los participantes ya que los ocho anteriores tuvieron lugar en Linares, sede de Santana. La convivencia principal y la ruta más importante se llevaron a cabo el sábado. Ana iba acompañada por su madre, su novio -el jugador del club de ajedrez Shahmat Arcos Alfonso Campuzano-, su hermana y su cuñado.

Desde las 10:00 h del sábado se efectuó en La Calzada Duquesa Isabel la entrega de dorsales y acreditaciones para recorrer la ruta principal del encuentro, además de servir como exposición pública de curiosos e interesados de los distintos modelos de Land Rover inscritos para la prueba, que llegaron a la cifra de 56 vehículos. Antes de salir a la ruta propiamente dicha, los coches recorrieron la ciudad costera escoltados por la Policía Local, que fue abriendo paso a la comitiva en dirección a la Algaida y las marismas de Doñana, el lugar indicado para poner a prueba la resistencia y capacidad de estos robustos automóviles y la habilidad y pericia de los pilotos y sus acompañantes. Fue la prueba de fuego del encuentro, en la que Ana estuvo acompañada por su madre y Alfonso Campuzano, mientras que el resto de familiares aguardó en los turismos particulares.

La ruta comenzó en La Algaida después de un ‘briefing’ de la organización con los conductores, a los que se les advirtió de la opción de desistir debido a la gran dificultad que presentaban los senderos de las marismas, completamente embarrados, lo que hizo muy dificultoso el poder transitar por los caminos poniendo un grado de máxima exigencia a los pilotos. Ana decidió participar “aunque en algunos tramos las pasé canutas, pero saliendo airosa y sin atascarme en ningún momento”, precisó la brava conductora arcense. De hecho, hubo que remolcar a tres de estos vehículos. “Yo seguí las pautas que me recomendaba mi padre de pequeña -la reductora, la marcha corta, etc.-, y de la ayuda que me ofreció el personal de la organización, yéndome genial”, comentó Corzo, que recalcó la dureza de una actividad que se prolongó durante cuatro horas. “Me gustaría repetir porque ha habido mucha piña, un ambiente estupendo, bastante hermanamiento y gran hospitalidad”, afirmó la conductora de Arcos.

Al IX Encuentro de estos vehículos acudieron pilotos de diversas ciudades españolas como Bilbao, Jaén, etc., que resaltaron la excelente organización del evento y la buena acogida de todo el personal. “Para mí no ha sido muy complicado conducir el Land Rover porque llevo haciéndolo desde muy joven. La mayoría de los compañeros participantes me animaba mucho, pero no acababa de entender por qué lo hacían con tanta vehemencia. Una vez pasada la prueba de fuego me dieron la enhorabuena muchas de estas personas, que reconocieron que era la primera vez que veían a una mujer al mando de un Land Rover, por lo que me obsequiaron con un trofeo al ser la única mujer conductora. Realmente, hasta el día siguiente no empecé a disfrutar de lo ocurrido porque no sabía que iba a tener que pasar por esa prueba, que se acentuó en su dificultad al llover en abundancia el día anterior a la ruta. Los hombres estaban muy contentos por este hecho y no entendía muy bien por qué. Para mí fue algo muy novedoso. No solo yo lo pasé mal en determinados momentos, sino también muchos otros conductores, que venían desde muy lejos para poner a prueba sus históricos todoterrenos y no para dar un paseo con la familia como pensaba yo”, relata Ana sobre su increíble experiencia automovilística. “Recordando lo vivido y la gran adrenalina que yo gasté, al acumular tanta tensión y tanto esfuerzo con los brazos con un coche tan duro de dirección, he estado un par de días muy dolorida, pero me siento muy motivada por haber disfrutado a mis 48 años de una experiencia no solo por haber conducido el coche todo este tiempo sino por poder participar en una prueba que he descubierto ahora y que puede estar muy bien de aquí en adelante. No me importaría en absoluto acudir a futuros encuentros porque ha sido una actividad fantástica”, reconoce la intrépida arcense. “Me gustaría destacar tanto la labor del copiloto como la de mi madre en los momentos más difíciles, en los que estábamos todos muy callados por el miedo que llevábamos encima y la gran tensión que teníamos. Agradezco la paciencia y la calma de Alfonso, que me aconsejó no salirme de la rodada para que no me atascara, y el apoyo que me dieron en los momentos más delicados”, insiste Ana, que añade que su coche tiene 42 años –“lo compró mi padre en 1980, cuando yo tenía seis años, y en él nos llevaba al colegio y a todos los acontecimientos que había por la comarca”-, y era el único automóvil que había en su casa, además de servir para las tareas agrícolas. “Entonces no había dinero para tener un turismo y un Land Rover para el campo, en el que mi padre nos enseñó a conducir a mi hermana y a mí a los 12 años sin que hubiese problemas de accidente ni nada, con mi padre siempre al lado. Incluso nos hacía quitar las ruedas y volverlas a colocar sin estar pinchadas para que aprendiésemos a cambiar los neumáticos, algo que resultaba muy duro e incomprensible a nuestra edad. Mi padre decía que antes de montarse en un coche había que repasar el motor, el aceite y las ruedas y que no solo era subirse en él y nada más. Estos principios nos lo inculcó él desde chica y nos han servido de mucho”, recuerda Ana, que se valió del Land Rover para trasladarse al Hospital Virgen del Rocío de Sevilla en su primer contrato laboral como enfermera de ese centro hospitalario. “Tardé casi dos horas en llegar porque este coche no supera los 80 km/h, que ya es bastante. Para que vaya holgado tiene que ir a 50 km/h. Es muy duro, todo es hierro, no es ergonómico ni tiene aire acondicionado ni calefacción, pero le tenemos mucho cariño y afecto. Mi padre murió muy joven, hace 25 años, y gracias a mi madre seguimos con el coche pues quizás nosotras lo habríamos vendido ya porque es muy poco práctico, solo para trabajos duros y paseos. Ahora está de moda y nos lo quieren comprar, pero le damos un valor sentimental e histórico que no tiene precio”, puntualiza Ana para espantar al importante número de “pretendientes” que le han salido al vehículo en todo este tiempo, a los que Ana no ha hecho caso alguno por el inmenso cariño que le tiene. “Ha sido un impacto muy positivo que ha despertado en mí algo nuevo que yo no conocía”, admite para terminar.

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