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Notas de un lector

Los rostros y los nombres

El escritor sevillano Jesús Cárdenas ambiciona en “Desvestir el cuerpo” aprehender y confluir su verso frente a la dicotomía del Amor y de la Vida

Publicado: 06/11/2023 ·
11:46
· Actualizado: 07/11/2023 · 15:50
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Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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En 2019, editaba Jesús Cárdenas (1973) “Los falsos días”, con el que sumaba su séptimo poemario. En aquella entrega, su voz recorría escenarios multiformes desde donde renombrar escenas impregnadas de reminiscencias y oníricos desolvidos: En nuestros sueños nos convocaba la luna callada / y, en algún momento, tras los pájaros, / llegábamos a conspirar contra ella”.

Cuatro años después, y con el mismo afán con el que los poetas afrontaran a través del mito su reflexión sobre el mundo y el ser humano y los dioses, el escritor sevillano ambiciona en “Desvestir el cuerpo” (Lastura. Antequera, Málaga), aprehender y confluir su verso frente a la dicotomía del Amor y de la Vida.

Aquí y ahora, el yo lírico se torna testigo de un presente y un pretérito en cuyo acontecer hallaron cobijo sus anhelos. Mas, también, se adivina un mañana  que no quisiera entretejerse a las deshoras, a cuanto lo cotidiano tiene de desasosegante: “Cuando el cielo no se cubra de sombras/ y la tarde nos ahogue/ con tanto olvido./ Habrá un día en que el vuelo nos atrape/ en un tiempo sin contraseñas”.

Aconsejaba tiempo atrás Jacinto Benavente no preguntar a los cuerdos por el amor, pues “amar cuerdamente es como no haber amado nunca”. Es posible que Jesús Cárdenas esté de acuerdo con nuestro premio Nobel, pues por las cuatro esquinas de este conjunto asoman las hebras del querer, los pespuntes que hilvanan unos textos plenos de espacios comunes, donde  el cobijo y la dicha encontraron su azogue en la intemperie y el desconsuelo: “Poco a poco se va desvaneciendo el dolor/ en la niebla de diciembre,/ todo el dolor impregnado en la carne./ Nadie vendrá./ Tu misma soledad te abriga./ Tú eres tu propio frío./ La nieve con su alfanje/ va enterrando los rostros y los nombres”.

Anota en su prólogo José Antonio Olmedo López Amor, que “estos versos quieren darse a los demás y en ello se da lo que nos dice”. Y, en verdad, es esta ofrenda una manera de entender como el ser humano es un instante que parece eterno y, sin embargo, es también lumbre y sombra, crepúsculo y niebla desde la que alzarse frente al vacío o a la soledad. Sin olvidar nunca que, tras la desesperanza, vendrán, de nuevo, el murmullo de los pájaros, la flor abierta, el sol tras de las bardas: “Una suave caricia luminosa/ es el tiempo sobre su rostro./ Solo de luz, las huellas de un poema./ Saberte sin ayer,/ desnuda de recuerdo,/ mujer de cada instante”.

Tras la pausada lectura de este conjunto de sugestivos versos, puede hallarseel rigor y la disciplina de un poeta que sabe trazar con su verbo la trascendencia de lo sucesivo, la experiencia de la libertad creadora, la esencia lírica de quien no puede disociar la realidad de su circunstancia absoluta.En su epílogo, Luis Ramos de la Torre incide, a su vez, en la manera en que Jesús Cárdenas ha edificado un espacio “que cumple las tres características de lo bien hecho: es una construcción firme, es una casa bella y es un lugar útil”.

Al cabo, un poemario luminoso en sus imágenes, con metáforas perdurables y latentes en la plenitud de su emotividad:  “Hemos recompuesto nuestro refugio./ Abrimos las ventanas y salimos/ al balcón para celebrar,/ para sentirnos vivos”.

 

 

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