Tras la reedición de su primer libro, ‘Crónicas Urbanas’, el periodista y escritor Juan José Téllez cuenta con nuevo poemario: ‘Los amores sucios’. Y vuelve a lo grande. Poemaba Roger Wolfe tras despertarse y otear a su alrededor un vaso medio lleno de Bourbon, un número de teléfono en un paquete de tabaco, tras echar las entrañas del día anterior, lo agradable que era estar vivo y vivir amores de días después. Esta es la esencia de ‘Los amores sucios’, la paz y la guerra de unos amores alejados de la pompa y los clichés de siempre. Los amores extraídos de la experiencia y del tiempo, de vivir, como diría el poeta Blas de Otero, patas arriba.
La pandemia tiene muy poca urbanidad. Nos está convirtiendo en ermitaños de nosotros mismos, saca a flote el policía que mucha gente lleva dentro
Diez años sin publicar poemas…
–La palabra en el tiempo, definió Antonio Machado a la poesía. La poesía, en realidad, no tiene tiempo. O, por lo menos, no debería tener prisa. No me gusta escribir libros que suenen a la misma canción de libros anteriores. Y cuando se conquista un estilo determinado, el que sea, tampoco es fácil ofrecer novedades a uno mismo. Hay que seleccionar, tirar a la papelera, repensar el poema como un orfebre haría con las teselas de un mosaico. Pero diez años, al menos, me han dado para dos libros de poemas. El otro ya veré cuando lo publico. ‘Los amores sucios’ tendrán que respirar, digo yo.
¿Qué ha pasado en esta década?
–No hay un canon, una corriente predominante. Y eso proporciona heterodoxia, eclecticismo, libertad en el fondo. A título colectivo, creo que la lírica se ha transformado, como también el resto del mundo lo ha hecho. Las nuevas tecnologías están condicionando también desde el lenguaje a los soportes mediáticos que sirven para difundirla. Ya tenemos hasta exitosos youtubers poéticos. En otros tiempos, lo primero que leía cualquier aficionado al verso solía ser Ramón de Campoamor. Yo, que era muy raro, empecé por Blas de Otero porque encontré un libro suyo en el supermercado al que acompañaba a mi madre. Ahora, hay un público joven que está accediendo a la lectura de la poesía a través de performances, de slams, de videopoemas y de una suerte de textos a menudo simples pero, a veces, competentes. Vuelven a utilizar la poesía como una herramienta de comunicación emocional. Eso es formidable. En todas partes cuecen habas y poemas buenos, aunque estadísticamente no sean tan frecuentes. A título personal, yo soy diez años más viejo y mi poesía también ha encanecido en ese tiempo.
'Los amores sucios' comienza con toda una declaración de intenciones: 'Consejo de amigo'
–Decía Fernando Pessoa que el poeta era un fingidor y, en ese poema, yo empiezo por confesar que, a veces, he sido un embustero. Todo es ficción, hasta la realidad. La verdad absoluta no existe. Todos llevamos una porción de verdad que necesita complementarse con la de los demás. Tú y yo no vemos este momento de la misma manera y probablemente al recordarlo lo hagamos de forma distinta. En literatura, no importa tanto la verdad como la verosimilitud. Sólo que la poesía no es nunca verosímil.
¿Por qué 'Los amores sucios'? ¿Puede el amor ser sucio o limpio?
–Hay dos explicaciones al título. Es el título de un poema en el que reivindico el amor inmerso en la vida cotidiana, en el lugar de trabajo, en pisos de estudiantes, en lugares aparentemente poco propicios al amor. El imaginario romántico pide escenarios de lujo, playas exóticas y toda una parafernalia hermosísima, por otra parte. Pero el amor sucede cuando sucede. Decía Picasso que la inspiración tiene que pillarte trabajando. El amor te pilla siempre viviendo, en el lugar menos oportuno, en las circunstancias más peregrinas. En un polígono industrial, en una sensación de fracaso, en el momento más inadecuado. Pero el amor no pide que le hagamos un hueco en nuestra agenda, simplemente la rompe. En otro poema, "Brumario", digo que vengo sucio de amar. La única mirada limpia es la de una niña. Y el amor sólo es limpio cuando es el primer amor. Estamos todavía entonces inéditos para esa formidable montaña rusa. A partir de ese amor y de su desamor, nos vamos ensuciando hermosamente a lo largo de la vida con otros amores, con otras emociones, con otros aciertos y otros errores. Y ese amor va dejando distintas capas de sedimento en nuestra alma. A mi edad, yo que vengo del estrato fenicio, debo estar llegando, lo menos, a la Edad Moderna.
El Arcipreste de Hita escribió 'El libro de Buen Amor' y en él trataba el mal amor... a modo didáctico. ¿Qué enseña y esconde el poeta en este poemario?
–’Los amores sucios’ no es un libro escrito con el corazón, sino que está escrito con las tripas. No teman, ni es gore ni pornográfico. Sin embargo, en gran medida me desnudo de manera descarnada. El amor casi siempre es una batalla perdida que merece la pena librarse. Creo que eso es lo que vengo a contar entre canciones de los Rolling, memorias de juventud y entusiasmos de la edad madura. Y ojalá que la muerte nos pille en acto de servicio para la causa del amor.
‘Los amores sucios’ trata el amor en muchos de sus ámbitos...
–Hay tanta melancolía como rebeldía, tanta ironía como ingenuidad, creo que hay pasión y también humor, con la palabra como absoluta protagonista. Al menos, eso es lo que pretendía al escribirlo aunque ignoro si ese es el resultado. No hay amores vencidos. El amor siempre es una victoria aunque salgamos derrotados.
¿Cómo calificarías este poemario en tu diacronía literaria?
–A Rafael Marín siempre le gustaron las trilogías. A mí, también. De una manera no explícita, mis libros los he venido agrupando en tandas de tres. Los primeros, giraron en torno a la ciudad y de ahí sus títulos: ‘Crónicas urbanas’, ‘Medina y otras memorias’ o ‘Ciudad Sumergida’. Ciudades muy distintas, exteriores o interiores. Luego, agrupe mis seis primeros libros en un solo tomo, bajo el título de ‘Ciudadelas y sextantes’. Esas eran las ciudadelas. Los sextantes, ‘Bambú’, ‘Daiquiri’ y ‘Trasatlántico’. Títulos monosilábicos, que viajan desde el desencanto escapista del primero a la consolidación de un cierto estilo en el que empieza a prevalecer el trabajo musical con la palabra, su cuidado, con contenidos que bebían de distintas escuelas, un aire mestizo que creo que le imprime carácter a todo lo que escribo. A partir de ahí, he cerrado otro ciclo de tres: ‘Las causas perdidas’, ‘Las grandes superficies’ y, ahora, ‘Los Amores Sucios’. El primero, era una reflexión sobre la historia, personal y colectiva; el segundo, sobre las derrotas personales y generacionales. Y ahora, el amor en mar abierto y siempre sujeto a tormentas perfectas.
Usted, que es un poeta urbano, ¿cómo lleva el tema de la pandemia?
–La pandemia tiene muy poca urbanidad. Nos está convirtiendo en ermitaños de nosotros mismos, saca a flote el policía que mucha gente lleva dentro. El coronavirus no sólo ataca a los pulmones sino a los afectos. El Covid-19 nos está quitando lo bailado: nos prohíbe el abrazo, nos regula el beso, nos condena a estar sin caricias. Y las ciudades son, a veces, como esas ciudades fantasmas de las películas del Far West en donde sólo falta una bola de ramajos que el viento arrastre por los bulevares, los grandes almacenes y los bares cerrados.
¿Puede el poeta sobrevivir sin bares? (jejejeje)
–Pregúntale al poeta. Yo, no puedo sobrevivir sin ellos. Como fuera de la casa de uno no se está en ninguna parte. Soy un exiliado de los bares y de la noche, pero como los moriscos y sefarditas expulsados de la Península, sigo conservando la llave del recuerdo de donde fui feliz. Y confío que cuando termine esta dictadura de la muerte, vuelva a mi patria. Y que cuando cierre un bar a las seis, sean de la mañana.
Amor, muerte, paso del tiempo, lo suburbano, el ser y estar en el mundo... han sido lugares comunes a lo largo de su trayectoria literaria, todo ello sin dejar de lado la realidad del momento... ¿cómo ha cambiado su percepción poetíca a lo largo de estos años?
–Como he cambiado yo mismo. Ya no soy aquel joven veinteañero que escribió ‘Crónicas urbanas’. Quizá la atmósfera de mis poemas siga siendo la misma, desde playas luminosas a tabernas llenas de bruma, ráfagas de cine negro y algo de rock and roll, pero he ido transformando mi actitud ante la literatura. Ahora, la respeto más. Procuro cuidarla como a una vieja amiga que me ha acompañado siempre. Sólo que ya no tengo veinte años y eso se nota en el espejo y se nota en mis versos.
¿Debe el poeta, el intelectual, ser activo de su tiempo?
–Yo no soy quién para decirle a otros lo que tienen que hacer. Como me decía un jefe que tuve cuando saqué una plaza de funcionario, lo primero es sacar el trabajo adelante y luego ya hace usted las tonterías que quiera. Pues lo mismo: lo más importante es que un músico intente hacer buena música; un pintor, que pinte con los ojos; un escritor, que escriba tanto como sueñe o sueñe tanto como escriba. Y, si luego le queda tiempo y lo considera necesario, que se implique en la transformación de la realidad. Yo creo que un artista, el que sea, debe buscar fundamentalmente la belleza. Pero, en mi país personal, la belleza es la cara de una moneda cuyo reverso siempre tiene que ser la justicia. Los artistas no tienen por qué ser intelectuales, eso queda para los profesores, los filósofos, los politólogos o los analistas de la realidad.