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Una feminista en la cocina

Plan B

Por más que busco, solo encuentro gente hueca

Publicado: 14/04/2021 ·
08:43
· Actualizado: 15/04/2021 · 10:34
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Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Me gustaría tener un plan B, pero voy a bocetos. Más o menos como todos. No hay que ser Maquiavelo para saber que este mundo es  folletín de S. King a modo “Cúpula”. La Niebla nos inspira, cegándonos en nuestras aspiraciones. Estamos tan obtusos que no vemos lo que nos acontece, ni cómo vamos directos al abismo. Es la nueva telerrealidad, los nuevos memes, las redes y la codicia que nos impulsaba por la cola cuando éramos espermatozoides a la captura de un óvulo complaciente. Había que llegar el primero y a algunos nos rescataron de las paredes uterinas como el maná redivivo,  porque el útero quería mutar para convertirse en algo mucho más grande. Ya ven, para semejante idiotez en qué nos hemos convertido digna del Guinness.                                                                                                              

Un paciente haciéndose una prueba PCR.

Por más que busco, solo encuentro gente hueca, todo pertrechos sin nada de masa gris con que nutrir mi alma de zombi. No tienen apetencias humanas, sino cómicas de progresos en gimnasios y eslabones tradicionales.  Si tuviera tiempo esbozaría una sonrisa, pero la singularidad te da perspectiva, aunque también amargura sobrada para aleccionar a contrarios y propios que ensordecen a tus cánticos igual que a los dictámenes certeros de Casandra dentro de la trampa de Apolo. No son latinismos, solo lectura que a ramalazos sale como los vómitos de gaviota sobre los picos abiertos de sus crías, famélicos por vivir y prosperar como todo buen espermatozoide crecido que se precie.  Estamos hechos para un plan A, nunca para un Plan B, ni C, ni ninguna otra letra del alfabeto. Somos adaptables como los armarios de la Kondo que se ordenan a base de algo tan recurrente como tirar lo que ya no nos sirve.

No hemos aprendido a minimizar, lo hemos hecho a seguir las modas de otros que están tan perdidos como nosotros en este mundo virtual, pero que lo disimulan mejor y parece que llegan más lejos cuando solo tenemos seguro un lugar y una fecha que ignoramos para retirarnos de la función. Perdemos agua a manos llenas y no hay soldadura que nos saque a flote, ni remache que nos repare el alma. La eternidad es un truco de malabarista cuando los obispos ilustrados sacan a  relucir en sus últimas aseveraciones la importancia de la duda y lo muy confiable que es. Yo no dudo, si acaso espero porque hay ideas que aun inciertas son demasiado hermosas para no darle un ápice de esperanza. Por eso sigo, aun con las manos perfumadas de llagas.

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