Daniel Calparsoro debutó en 1995 con
Salto al vacío. Le bastó aquella película para reivindicarse como uno de los creadores más prometedores del nuevo cine español, así como para descubrirnos a la que sería la musa de sus cuatro primeras películas,
Najwa Nimri.
Aunque a lo largo de una década el interés por su cine fue decayendo, hay un título que ha marcado su trayectoria posterior:
Guerreros. Al igual que
Urbizu o Amenábar, Calparsoro fue uno de los primeros realizadores en asumir la narrativa cinematográfica del Hollywood contemporáneo y en aclimatarla a las posibilidades del cine español para hacerlo más atractivo de cara al público. Aquella película, pero, sobre todo, esa nueva forma de entender el cine ha terminado marcando su posterior reconversión en director de encargo, tanto en cine como en televisión; tarea que ha ido compaginando con la de títulos más personales -principalmente junto a un guionista de cabecera imprescindible,
Jorge Guerricaechevarría- y en los que se aprecia un mayor riesgo, caso de
Cien años de perdón, El aviso y
Hasta el cielo, que me sigue pareciendo uno de los thrillers más atractivos del cine español de los útimos años.
Ahora tocaba encargo, y el problema es que se le nota bastante. Primero, porque se basa en una reciente producción francesa,
Burn out; segundo, porque parece querer explotar el subgénero iniciado por la saga
Fast and furious, a la que ya se asomó el propio Calparsoro con
Combustión, y ligeramente trazada en la ya citada
Hasta el cielo; y, tercero, porque ni el guion, ni los personajes, ni algunas interpretaciones están a la altura de lo conseguido en anteriores encargos.
La película cuenta la historia de un piloto de superbikes con aspiraciones que se ve obligado a transportar droga en moto desde Marsella a Barcelona para saldar la deuda de la madre de su hijo con unos narcotraficantes.
Centauro, en la que sobresale la pericia de Calparsoro en las secuencias de acción, tanto por la planificación como por su forma de incrustar la cámara en determinados planos -las carreras en el circuito de velocidad, por ejemplo-, no dejará de ser un título menor en su filmografía, por su concepción rutinaria y un final algo sonrojante -seas gato o ratón, lo importante es correr más-, achacables a un guion más pendiente de los estereotipos que de la autenticidad de la historia.