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Sábado 23/11/2024
 
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España

La crisis del gas ruso

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La Unión Europea ha de replantearse con seriedad su estrategia energética. Los recientes y graves problemas derivados de la suspensión del suministro de gas por parte de Rusia así lo exigen. Europa, en general, depende demasiado de Rusia en materia de energía. Millones de europeos han pagado los platos rotos de un conflicto cuyos efectos negativos tendrían que haber afectado, en principio, sólo a los ucranianos. Las tensiones entre Rusia y Ucrania son permanentes desde la independencia de la segunda; pero, sobre todo, desde que Kiev se inclina (con abundantes discordias internas) por una política europeísta y a favor de la OTAN. Ucrania, de momento, es la vía primordial de llegada del gas ruso a numerosos países de la Europa oriental que se las han visto y se las han deseado, en medio de una terrible ola de frío, como víctimas indirectas del rifirrafe entre los dos antiguos territorios de la URSS.

Rusia acusa a Ucrania de meter la mano (o el tubo) indebidamente en los gasoductos que abastecen a la UE. Además está la cuestión del precio del combustible. Los rusos presentaron a los ucranianos un incremento que elevaba de 179,50 a 250 dólares el importe por cada mil metros cúbicos; algo que fue rechazado por el tándem Yúshchenko-Timoshenko. Por añadidura, Ucrania debe a Moscú dos meses de gas: noviembre y diciembre. Esta querella, provocada por motivos fundamentalmente económicos, posee sin embargo un incontestable trasfondo político que va más allá de la pugna ruso-ucraniana. En la drástica providencia de los mandatarios del Kremlin ha habido un elemento de siniestra amenaza dirigido sin rodeos a la Unión Europea. La maniobra de Putin (Medvédev es únicamente su peón) ha sido exitosa, si bien la imagen del Estado ruso (que padece un enorme déficit de credibilidad internacional) se ha deteriorado, aún más de lo que ya estaba, tras la interrupción total del aprovisionamiento de gas a Europa.  

Bruselas se ha visto obligada a involucrarse de lleno en el asunto desde una posición de evidente debilidad. Putin ni olvida ni perdona. No perdona el apoyo incondicional de Europa a la frustrada y frustrante revolución naranja de Ucrania, de signo claramente antirruso. Y menos todavía perdona el proyecto (en la actualidad aparcado) de incluir a Ucrania en el Pacto Atlántico. Luego están las intrigas euronorteamericanas que persiguen la ruptura de la unidad nacional de Rusia, que empezaron ya en los tiempos de Reagan y que hoy continúan. Todos estos embrollos han jugado su función en la guerra del gas natural. Dado que Ucrania es un país sumido en el desbarajuste y transformado en una auténtica bomba de relojería, Europa ha de entender que por esa senda sólo obtendrá perjuicios de toda índole.

Diego Carcedo, en un artículo para El comercio digital (11.01.09), resaltaba un aspecto particularmente interesante relacionado con esta situación: “Europa, sí, necesita el gas ruso que es el que tiene más al alcance, pero Rusia necesita el mercado europeo para venderlo. No tiene otro que colme sus capacidades de exportación y sus apetencias de divisas. Sin el mercado europeo del gas, la economía rusa, que tiene en los combustibles su principal riqueza, tardaría cuestión de horas en colapsarse”. La política energética de la UE debe estar orientada hacia la búsqueda de alternativas en este capítulo, así como en el tema de proveedores y procedimientos de distribución. Pero la cosa no es nada fácil. El resurgir del debate sobre la energía nuclear en el viejo continente es sintomático. Eslovaquia ha reabierto la central atómica de Jaslovské Bohunice, en la bella región de Trnava, una zona vinculada a la sublime leyenda del conde Esterházy y en la que se hace una excelente cerveza.    

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