Los impuestos de distinta naturaleza son el mecanismo que tiene el Estado para proveerse de recursos con los que satisfacer los servicios que presta a la sociedad. Pero además, desde un criterio progresista es la forma de reunir fondos para una redistribución de la riqueza, socorrer a quienes tienen menos recursos y fomentar la igualdad.
Hubo una época en la que la socialdemocracia se distinguía por utilizar la fiscalidad como instrumento fundamental del estado de bienestar y la progresividad de la recaudación en función de rentas de trabajo y de beneficios de capital y de sociedades eran la vía redistributiva.
En España la tendencia de los últimos años, gobernase la izquierda o la derecha, ha sido la disminución de la progresividad fiscal, la desaparición o amortización de los impuestos sobre el patrimonio y las sucesiones y la realidad de que la carga impositiva más gravosa en proporción cae sobre las rentas del trabajo que son las que más difícil escapatoria tienen y más comodidad recaudatoria permiten.
Si el Estado se endeuda y quiere mantener el nivel de inversiones y prestaciones de subsidio no queda más remedio a corto y medio plazo que aumentar la presión fiscal y pagar entre todos y proporcionalmente el esfuerzo que habrá que realizar para salir de la crisis y proteger a los más débiles. Sostener lo contrario es estar dispuesto a dejar caer también a los sectores financieros y empresariales en crisis porque el dinero que reciben como tabla de salvación proviene directamente del déficit del Estado y del endeudamiento y la recaudación. Parece que las subvenciones y las ayudas del Estado, para muchos, sólo tienen sentido cuando las reciben las empresas o los sectores financieros e industriales y no los desempleados o los marginados.