Resulta inevitable empezar estas líneas sin aludir a nuestro invitado. Se nos ha colado con la calma calurosa hasta el ahogo que lo anuncia, empezando a soplar refrescando el anochecer del jueves, acunando el sopor, deleitando el sueño hasta el amanecer del viernes que espabiló con ráfagas enloquecidas. Así es nuestro levante cañaílla, sopla con tanta fuerza que se salta el vaticinio del refrán, llevándose con él el recuerdo de una actriz que nació estrella, un recuerdo enganchado a las ondas de la medianoche citada.
En estos días Judy Garland habría cumplido cien años, sin embargo decidió no recorrer esta mitad, dejarla iluminada con los cañones de luz bailando alrededor de sus zapatos, los chapines rojos que se fueron oscureciendo como su vida. El éxito no es fácil de digerir y menos separarlo de la privacidad de un día a día normal. Hubo quien lo logró, pero otros no tuvieron la fortaleza para dar el golpe estableciendo la frontera. Ella tampoco pudo hacerlo o no supo.
Sabida es su historia, si no un paseo con el ratón dará un buen rato de lectura. La serie con Mickey Rooney en el Juez Harvey, Melodías de Broadway o Ha nacido una estrella para situar el enfoque de estas líneas, conducen a su película, El mago de Oz, la que marcó su carrera, una cinta innovadora por su planteamiento y sus efectos especiales, con una banda sonora de las más bellas del cine americano y una canción, over the rainbow, que la identifica por ser tan dulce como una nana, tan ingenua e ilusionante como la imaginación de su protagonista, un lugar donde los sueños pueden hacerse realidad.
Una canción que fue incluida en los repertorios de los crooners más conocidos, como Frank Sinatra y el propio Michael Bublé. Una canción inolvidable y una película de culto que no tuvo el éxito esperado en su estreno, en 1939. Suele ocurrir cuando las cintas sólo son vistas y no analizadas, aunque en El mago de Oz no haga falta ahondar para descubrir una maravilla de casi dos horas donde Ray Bolger, Jack Haley y Bert Lahr hicieron brillar aún más a Judy Garland, la estrella que ella misma apagó veinte años después. Nos dejó su trabajo y una película cuya narración fantástica fue un reto entonces que Víctor Fleming no dudó en aceptar sin imaginar que aquel fracaso de taquilla iba a convertirla en una película de culto, destinada en principio al público infantil.
Los cien años de Judy volaron con nuestro levante, enloquecido por la alegría y el privilegio de llevarlo al lugar mágico y colorido de su canción.