Los paseos matinales se encaminan al parque los recuerdos vuelven sin necesidad de llamarlos. Estas líneas los despertaron la semana pasada para verlos estos días con forma y color brotando como las enredaderas, vestidos con la lona a rayas que mece el levante llamando a los demás. Hay expectación por esa vuelta callada y con nombres para vivirlos de nuevo y comprobar lo poco que hemos cambiado sin importarnos las arrugas y las canas, porque la emoción es tan incontrolable y libre como las imágenes que van apareciendo, para archivarlas en el móvil después de inmortalizarlas con la foto en el mismo lugar que hace años, aunque el entorno esté rodeado de gigantes de cemento. Es un momento dulce, grato e íntimo que sonará entre las voces mudas que se quedaron en el tiempo y vuelven como un reclamo llenando las pausas del paseo, una marcha sin prisa, a la sombra inquieta de los árboles que darán fresco a la feria como no lo pudieron dar a las antiguas veladas por cuestión de juventud y esbeltez de la propia flora. Y en plena rememoración suena la palabra, la que falta para redondear el momento mágico cerrándolo con una carcajada silenciosa escondida tras la mascarilla, la palabra favorita de los de siempre.
Parece envidiar a nuestro levante, como él no puede faltar. Está por todas partes y estos días los pasará en la feria, colgándose en el aire que rodea al caminante o a quien se deja empapar por recuerdos mientras los proyecta por esta semana haciéndole guiños de complicidad. Es tan frecuente que ha abandonado las obras, el ruido y hasta la
caló para instalarse en el parque, dejando escapar el esperado
qué mamarracho a media voz, con el tono justo para engancharse al oído circunstancial de quien se cruza, un mamarracho que llegó a este lugar después de abandonar la calle Real, que estuvo casi treinta años distrayendo a familiares y amigos, que fomentó el reencuentro, dando trabajo a los feriantes y algún dinero a cuantas casetas ocuparon su parcela. Y qué decir de la feria del frío, aquellos dos o tres carruseles que alegraron tantos domingos antes de la sesión de cine infantil, para luego quedarse con la pista de los coches de choque.
La feria de entonces necesitó expandirse, crecer como lo hizo la población, pasando a la Magdalena, otro mamarracho que encima olía a fango, llegó a decirse. En fin, la palabra resurgía con fuerza, pugnando con lo novedoso y los visos de una realidad que dura desde entonces. Lo de ahora no es una vuelta atrás, sino la posibilidad de evocar por relación, como una llamada emocionante. Quienes no la oyen o no la entienden la llaman mamarracho. Divirtámonos con prudencia.