Pues eso, que está harto de acumular enlaces, documentos formales, correspondencia, empachado de renglones donde la imaginación permanece con el brumo de la verosimilitud. Y encima soporta ese vuelo sin alas, como en la adivinanza. Pobre pc. Anuncia su final sin amenaza, con un cuadrado blanco en el ángulo superior derecho de la pantalla, una tirita protegiendo el arañón virtual por donde su memoria demanda saneamiento, ligereza, agilidad al darle luz todas las mañanas, previendo la tempestad desde hace meses, porque lo lleva todo, porque en él está la vida del usuario en todas las parcelas que haya querido dividirla. Uno no la imagina sin este artilugio convertido en el alma que, silente, espera ocupando en la mesa el lugar más discreto y cómodo, un rincón donde parpadea el cursor en la pantalla deseando iniciar una carrera nueva por el folio virtual, que conecta con el mundo y el universo mediante la pulsación de unas teclas, que puede ofrecer la melodía más bella y la más triste, la película premiada en la última edición de los óscar y la salida de la fábrica Lumière, que motiva a buscar sin tener en cuenta el tiempo, como en los desaparecidos rebuscos. Y mientras los dedos zapatean sobre el teclado no reparamos en su saturación, en esos avisos puntuales porque todavía queda, nos decimos.
Cierto, no podemos vivir sin él. De una u otra forma el pc es nuestro yo, nuestra casa y cuanto conlleva como evocación colectiva. En un principio fue una máquina de escribir sofisticada, donde se podían guardar los documentos escritos tras entender el concepto de reemplazar, tras asumir, con mucho trabajo, que el artilugio tenía un vocabulario basado en una lógica propia. La llegada de Internet con su tarifa nocturna cambió el sueño por la vigilia hasta rozar la aurora, naciendo el concepto de amistad intangible. Desde entonces hasta ahora, más o menos cada seis meses, el pc ha evolucionado adelgazando, llegando a ser una línea poco gruesa y más ligera a pesar de la batería de alimentación.
Por lo anotado es raro quien no dedica un rato del día a sentarse frente a la pantalla para comprobar la cuenta del banco o realizar un pago, revisar el correo o leer los periódicos para ubicarse en la realidad diaria. Todo se lo hemos confiado a este otro miembro de la familia con apariencia de ortoedro casi aplastado, tan indispensable como aquella tía soltera, tan chinche y servicial como ella cuando la pantalla no deja de preguntar o el círculo no deja de girar. Es su protesta, su muestra de cansancio, el aviso de un final inminente. Le ha llegado su hora.