Esta semana pasada las noticias han dado un giro con la salida de Beatriz Flamini de la cueva de Motril. Como la entrada tuvo lugar hace casi dos años, no es raro el extravío de la noticia y la sorpresa presente, recogida en cuantos medios la presentan y desplegamos con un clic. Experimento o reto, da igual la denominación para una demostración de valentía y autocontrol de una mente y un cuerpo privilegiados, como han asegurado los profesionales que han ido siguiendo el curso de esta noche larga donde el tiempo no ha pasado, sino que permaneció junto a la atleta, vestido de oscuridad, perfumado con olor a roca enterrada.
El recuerdo rescata otra imagen, la de un espeleólogo que estuvo aislado veintiún días. Fue impactante el silencio a la salida, los ojos vendados tras unas gafas de sol. Los niños de entonces contemplamos en blanco y negro sus pasos inestables sobre el terreno, más llano quizás que donde estuvo esas tres semanas, su voz alterada por la emoción de lo logrado. Años después la primera cadena de pago ofreció un documental de la travesía de una mujer a bordo de un velero, sin más compañía que la Web Cam y ahora es Beatriz quien ha podido con las quinientas noches del día que dejó a la entrada de la cueva, sabiendo todo cuanto le iba a pasar. Sin embargo, su curiosidad la llevó a aceptar el reto poniendo a prueba su destreza. Los profesionales concluyen en su talento, el de una atleta altamente cualificada en el plano psicológico.
El tiempo detenido lo llenó de lectura, de estudio y por mucho que veamos los videos no podemos hacernos una idea de cómo vivir con el silencio absoluto, quebrado un instante por el goteo de las estalactitas, un silencio sin referentes, porque el ruido sitúa, define, acompaña. Entonces el espectador se pregunta si en algún momento el espíritu aventurero de Beatriz habrá echado de menos una ducha, unas sábanas, el olor a pan tostado. En cualquier caso, ha sido una experiencia enriquecedora, como ella misma ha asegurado, desde la propuesta, hace casi dos años, que aceptó con curiosidad y alegría.
Ahora necesitará acostumbrarse de nuevo a la luz, a los efectos de ella en su cuerpo y en el sueño. Ha salido de un vientre de roca y necesita reajustarse a la disciplina. De alguna manera, Beatriz ha sido parida de nuevo, con el dolor de los suyos por la incertidumbre y sus propias lágrimas al sufrir un bajón.
Salió de la oscuridad, de uno de los senos de la tierra como una metáfora viva.