El relato es el género literario que se revela como piedra de toque, en muchos de los casos, para un escritor de novela. Es un desafío en el que se utiliza la economía verbal para ir escupiendo la escena, el instante que dice más con lo que calla que con lo que cuenta. Por eso se produce un silencio tras el punto final, un silencio donde encaja y cierra la acción que, como una fotografía, habla despacio susurrando imágenes. Un silencio alargado por el lector sin darse cuenta, porque al ser narrado desde el detalle le ayuda a profundizar, a descubrir el arañazo de la emoción.
Con la serenidad que su personalidad rezuma, con su estilo sencillo, pulido y rotundo a la vez, Carmen Orcero nos regala una selección de relatos que enamoran despacio, con la calidez de la palabra mientras compone una imagen clara en una atmósfera hechizante por donde cae la lluvia, inspiradora, cosquilleante, cruel a veces. Treinta y nueve relatos rociados con intriga y, tal vez, un guiño a un género que adora por la coincidencia en la cifra que, como los escalones de John Buchan, nos llevan a descubrir una realidad poliédrica y desconcertante a veces. Si Richard Hannay debió demostrar su inocencia en la novela, la autora, desdoblada en voz narradora, personaje o situación, nos muestra esa realidad inapreciable hasta que nos envuelve, con el golpe de efecto que logran la brevedad, la intensidad y la sencillez.
Sus publicaciones anteriores, cuatro novelas desarrolladasentre los siglos XIX y XXI, tienen en común a la mujer luchadora, con el valor en una mano y la incertidumbre en la otra, aprovechando la fuerza dela desconfianza e incluso el miedo empujándola a no rendirse, armas que Carmen Orcero utiliza para hilar una intriga con peripecia jugando conel lector, llevándolo hacia un final inesperado.
Cuando fuimos peces es un título curioso, desconcertante. Como figura en el prólogo, alude a la lluvia que caía sin descanso durante la pandemia con goterones de desaliento y chaparones de impotencia. Un título que parte de una greguería de Gómez de la Serna, cuya agudeza está en la melancolía que transmite, sentida por todos en aquellos días de fluir tan lento que se nos han enquistado mientras reflexionábamos sobre una labor, un lienzo o un papel proyectado en la pantalla del ordenador.
Con estos relatos Carmen Orcero deja aquel sinvivir tras los renglones, latiendo tras el amor, la ilusión, el reproche en los títulos que vuelan sin levantar los pies de la tierra y a la vez nos acurrucan en el sillón.
Gracias, Mamen. Enhorabuena.