No se trata de la novela de Gorki, aunque podríamos volver a ella durante el verano próximo. Su lectura en este momento sería más serena y profunda. Se trata de la nuestra, quien a su manera también luchó al irse abriendo camino con nosotros y para nosotros desde el momento en que nos dio a luz.
El historiador Carlos Fixas solía decir que el hijo es de su madre mientras está en su interior, una vez nacido pertenece a la vida. A esta afirmación habría que añadirle la enseñanza y el acompañamiento a caminar por ella. Con sigilo ha estado siempre detrás de nosotros, vigilante y emocionada desde que nos pusieron en sus brazos apenas dimos el primer gemido. Sonreía con cada biberón y rio al ver brotar el primer diente.
Ella se enfrentó, olvidándose del miedo de primeriza, al momento a solas con nosotros, viendo y oyendo el llanto chico, transparente y encrespado como único medio de expresión, diferenciando su intensidad cuando nuestros ojos inocentes iban abarcando el entorno, extendiéndose un poco más todos los días.
Ella nos guio la mano al hacer el primer palote sobre el papel, al encajar las piezas del rompecabezas y nos enseñó a coger una cuchara mientras iba alimentándonos con la otra llenándola de sabores.
Aplaudió nuestra caligrafía al hacer juntos la tarea. Creció, estudió y se examinó con nosotros y cuando nos emancipamos, cuando fuimos nosotros quienes cerramos la puerta para formar nuestra familia, comprendimos por qué se quedaba un rato en silencio después de acostarnos saboreando despacio una taza de café hasta enfriarse, o por qué nos abrazaba sin motivo aparente.
Con ella aprendimos a respetar y a sentirnos en un hogar, a hacer de un rincón el lugar más divertido al leer un tebeo, a dialogar con nuestras cosas, con esos detalles particulares que el tiempo los ha vuelto evocadores.
El tiempo ha ido pasando y ella permanece. Sigue pegada a nosotros como la sombra, sosteniéndonos si flaqueamos, ayudándonos si dudamos. A pesar de la distancia seguimos oyendo su voz cuando nos arropaba, notando el calor de sus manos en el embozo de las sábanas.
Es su día, pero no hace falta buscarlo en el almanaque o escucharlo voceado en la tele para hacerle un regalo. Ella fue quien nos lo hizo al darnos la vida y seguir a nuestro lado con cercanía y confianza, como una flor perenne, una llama encendida, un alma infinita, dando todo el amor en un beso y el mimo en un abrazo.
Su día no es el primer domingo de mayo, sino cada uno del año. Por siempre, gracias.