La mitificación en política provinciana concluye siempre en cultos cutres a la personalidad del líder. El clan partidario acostumbra, en sus reuniones sectarias, a elogiar actitudes del referente orgánico, absolutamente rutinarias, manual básico de estratega, acaso de mera subsistencia, transformándolas en gestos rotundos de capacidad omnímoda para el control y el poder en la organización territorial. Cualquiera, desde dentro, medianamente inteligente, sabe que eso es una mentira podrida, pero achanta como el resto, y se suma, sin dejar atisbar siquiera una leve discrepancia, al coro de aduladores, arribistas, oportunistas, estómagos agradecidos y hagiógrafos varios, que le ríen las gracias y tributan a su paso un amplio muestrario de genuflexiones. Así nos va. La sociedad que entroniza a mediocres está condenada a ser mediocre por toda la eternidad. El miedo institucionalizado, extremo en la corta distancia, que despierta en el PP de Jaén la figura de Cristóbal Montoro anda, a ratos, en caída libre. Lo mismo ocurre, salvando las distancias, con Gaspar Zarrías en el PSOE jienense. Los tiempos no coinciden pero los procesos, sí.
Montoro empezó su carrera de diputado por estos pagos en medio de la indiferencia del aparato de San Clemente. Es más, tuvieron que contratarle ex profeso asistentes durante su primera campaña electoral porque nadie desde la sede provincial se predisponía a trabajar a las órdenes del cunero. Tan desprotegido andaba que, cuando fallaba alguna cita, improvisaban rellenos de agenda que salían tan mal como un sábado por la mañana, que decidieron aliviar la espera entre acto y almuerzo en Jaén capital con una fulgurante visita a su pueblo, Cambil, donde una de sus primas carnales ni siquiera quiso salir a estrecharle la mano cuando llamó a su puerta con el sobrecito de la candidatura en la mano y su impostada sonrisa profidén. Una hija la llamó, y ésta, desde el fondo del patio, a gritos, despejó cualquier duda: “Veinte años sin preocuparse de nosotros, de quién vive o quién ha muerto de la familia, y ahora viene a pedirme el voto. ¡Anda ya y que se vaya por donde ha venido!”. Antológico.
Montoro, desde luego, después del papel que jugó en el segundo Gobierno Aznar, pasó en el PP jaenero, el santo reino de puches y palacios, del ninguneo sistemático a la admiración ilimitada. Aguardan a que venga a oficializar de una puñetera vez la cesión del Banco de España, mientras Fernández de Moya tiene que anunciar vía declaración de prensa que confía en la magnanimidad del paisano para que atenúe la asfixia financiera del consistorio reteniendo menos de ese 50 por ciento de la transferencia mensual de la PIE (Participación en los Impuestos del Estado) que se queda Hacienda por los incumplimientos del Ayuntamiento de Jaén en la amortización pactada de su deuda tributaria.
De cualquier modo, no está Montoro para chovinismos ni tratamientos deferenciales con su tierra de origen, después de granjearse el rechazo iracundo de la caverna mediática, con Federico a la cabeza, a raíz del supuesto trato de favor con que su departamento distinguió a la Infanta Cristina en plena investigación judicial de su patrimonio. La transmisión de 11 fincas que nunca fueron suyas, refrendada por la Agencia Tributaria para justificar ingresos de procedencia cuestionable. Una vergüenza. Por ello, los mismos que le alababan hasta anteayer, y esperaban su visita inminente como el maná del cielo, hoy sonríen con el desprecio de antaño. Jodido intruso. Son intrusos, precisamente, los intrusos de Lanzas, las taquicardias de UGT, CCOO con respecto a los EREs, las insinuaciones de chóferes y correveidiles, el intento de implicar a Paquillo por parte de un ejecutivo de una de las principales aseguradoras que suscribía pólizas de prejubilaciones, lo que trae a mal traer al otrora gran Gaspi. Tener tanta gente cerca metiendo el cazo y no enterarse de nada es digno de la mayestática y distraída flema de un borbón. Cuanto menos. Tal para cual. Duplicidades sin ‘reforma Soraya’ que valga. Ya les digo.