El doctor Raymond Colimon se ha encontrado estos días con una sorpresa: su prejubilación. El Servicio Andaluz de Salud (SAS) le notificó que el pasado 17 de enero sería su último día de trabajo. El conocido urólogo ha querido retrasar el proceso para poder ejercer los últimos once meses que le restan de cotización. El proceso ha sido en vano, y ahora se encuentra inmerso en una batalla legal para poder regresar a su puesto de trabajo. Mientras tanto, recibe el apoyo de muchos colectivos. El último ha sido la Plataforma Cívica en Defensa del Hospital y la Salud de La Línea.
—¿Cuál es el comienzo de su litigio con el SAS?
—Me dijeron que el 17 de enero sería mi último día de trabajo, y que me prejubilarían. En noviembre solicité al SAS una prórroga de un año para poder despedirme de mis pacientes con tiempo. Me amparé en que todavía no tengo los 35 años cotizados, y que todavía me quedaba un año. Sin embargo, la solicitud me vino denegada, justificándose en que tengo la condición de médico estatutario. A raíz de aquello, me puse en contacto con un cuñado mío que es abogado laboralista, y he iniciado un recurso judicial para intentar regresar a mi consulta.
—¿Cuál es su motivo para querer mantener su puesto?
—No es tanto el cumplir el cien por cien de la cotización como por mis pacientes. El dinero no es ningún motivo, porque yo sigo teniendo mi consulta. Pero considero que mis pacientes tienen derecho a que me despida de ellos en condiciones.
—¿Cuáles pueden ser los motivos para que le hayan querido prejubilar pese a su oposición?
—Puede explicarse en el hecho de que yo no me he jerarquizado nunca, porque no me ha dado la gana. El SAS estableció una jerarquía hace años a la que yo me negué. Ellos quieren que el médico esté más tiempo en el centro, pero yo me he acogido al sistema antiguo. Yo comienzo las consultas a las 12.00 horas, pero luego no me importa el tiempo que tenga que estar con mis pacientes. No tengo prisa cuando estoy en consulta. Además, también dicen que gasto mucho, pero yo empleo todo lo que les haga falta a mis pacientes. Yo no quiero perjudicar al sistema, pero no paso por su política de control.
—¿Cómo fueron sus inicios?
—Nací en Haití en 1945. Allí hice el bachillerato, aunque también estuve un año en Costa de Marfil. Mi hermano Juan, que murió en el año 2000, estudiaba entonces Medicina en Cádiz, al igual que mi otro hermano, y me invitaron a que viniera a España. Entonces me vine, y comencé mis estudios de Medicina en la Universidad de Cádiz.
—¿Fue difícil su adaptación al país?
—Al principio sí, porque no conocía el idioma. En Haití sólo hablábamos francés, entonces me costó mucho trabajo. Pero luego, todo fue rodado. En Cádiz conocí a la que hoy es mi mujer. Cuando terminé mis estudios, conseguí un trabajo en Algeciras, a donde vine sólo para estar tres meses. Pero, las cosas de la vida, al final eché raíces.
—¿Cuál fue su primera ocupación en Algeciras?
—Empecé trabajando en el antiguo hospital de la Cruz Roja. Allí ejercía como médico generalista, y hacía guardias de 24 horas. Luego, comencé a estudiar la especialidad de Urología. Me decidí a hacer unas oposiciones, y en 1979 conseguí una plaza como médico de cabecera en el centro de salud Menéndez Tolosa. También ejercí la especialidad de Urología en el centro de salud del Instituto Social de la Marina, además de en mi consulta privada.
—¿Qué recuerdos guarda de todos estos años ejerciendo la Medicina en la ciudad?
—Muchos. Es toda una vida. Todavía, la gente me para por la calle, y me dicen cosas como que su hija está viva gracias a mi, o que he operado a varios miembros de su familia. Recibo mucho cariño de mis pacientes, y hay veces que me pregunto por qué me quieren tanto. Yo creo que he recogido más de lo que he sembrado, pero la verdad es que siempre voy con el corazón limpio. Además, siempre les sonrío a mis pacientes, porque creo que es muy importante transmitirle cosas positivas. Lo hago desde mucho antes de que empezara a hablarse de la risoterapia.
—Entonces, Algeciras le ha tratado bien, ¿no?
—Algeciras me encantó desde el principio. Es mi casa. Me siento uno más de aquí. A veces, la gente me para en la misma escalera del ambulatorio, y me da muestras de cariño. La última consulta parecía un velatorio, porque estaba todo el mundo llorando.
—¿Cuál es el recuerdo que más le ha marcado en todo este tiempo?
—En la Cruz Roja tenía un paciente que se llamaba Francisco Villanueva. No se me ha podido borrar de la mente el momento de su muerte, en su casa, conmigo cogido de la mano. Ha sido lo que más me ha conmocionado. Todavía, su viuda me para por la calle y se abraza conmigo.
—Como haitiano, habrá vivido más de lleno la tragedia del terremoto...
—Creo que soy el único haitiano que hay en Algeciras, y todavía tengo el corazón sangrando. Cuando vi las imágenes, no pude contener las lágrimas. Hace tiempo que ya no tengo allí a nadie de mi familia, pero es como si todas las víctimas fueran mis hermanos. Da la sensación de que el fin del mundo ha llegado allí, pero yo creo en la infinita misericordia de Dios.
—Ahora le toca esperar a ver si soluciona el conflicto con el SAS por la vía judicial...
—No voy a dejar de luchar. Mañana hay otra concentración organizada en mi apoyo. Si lo consigo, me dará mucha felicidad, pero si no, me quedo con la lucha de haberlo intentado y con el cariño que me ha dado la gente.