30 de mayo de 2019: Se ha hecho de noche y la calle Ancha de Jerez está desierta, todos los negocios están cerrados y sólo quedamos nosotros, sentados
en una de las mesas del restaurante de comida palestina de la familia de Wafaa. Lo primero que hicieron al conocerme fue invitarme a cenar con ellos en la ruptura del ayuno de Ramadán. Tras un copioso festín de platos tradicionales, disfrutamos de un café muy oscuro y de la charla pausada.
Wafaa y sus hermanos me cuentan anécdotas e historias de Jericó, la que dicen es la ciudad más antigua del mundo. La brisa es fresca y no he traído nada de abrigo, la madre de Wafaa, que no habla español, se da cuenta y se quita su rebeca para colocarla sobre mis hombros. Aún conserva su calor. Recuerdo todas las veces que he oído hablar sobre la hospitalidad de los árabes, y en este momento me siento inmersa en ella, pero para mí no es extraña, es lo mismo que haría mi abuela: esa rebeca sobre los hombros, ese ¿niña has comido? ¡Échate más! Esas noches que se alargan en la casapuerta, ese mi familia es la tuya. Será que los andaluces tenemos en nuestra herencia más profunda esta huella, que va más allá del arte, de las piedras de muralla antigua que hay en esta misma calle, de las palabras. Aunque a veces se nos olvide.
Cuando Wafaa llega con su familia a España, protagonizan durante unos días los titulares de algunos medios: Una familia de palestinos abre un restaurante, pero no le alquilan un piso. Y es que pese a tener medios, tras unos meses de búsqueda, no consiguen que nadie les alquile nada. Cuando hablan con los propietarios les dicen que el piso ya está alquilado, aunque minutos después vuelva a estar disponible.
A través de la mediación del programa de apoyo a la vivienda de CEAin consiguen por fin una vivienda. Es entonces cuando Wafaa se hace voluntaria en el equipo jurídico de la entidad. Su sueño es ser abogada porque lleva luchando contra la injusticia toda su vida.
Nació en el campo de refugiados AqbatJaber de Jericó, en Palestina: «No es como la gente cree, hay coches, pisos y casas. Parece una pequeña ciudad con suministros, electricidad, asfaltado, agua, etc. Pero hay poca luz, mucha humedad y basura».
Me explica que en Palestina han convivido tres religiones: cristianos, musulmanes y judíos. «Los judíos estaban ahí antes de que llegara Israel». Wafaa se remonta a al Nakba, que significa el desastre, cuando en 1948 Israel proclamó su estado y cientos de miles de palestinos tuvieron que huir de sus hogares. También me habla de alNaksa, que significa derrota, cuando en 1969, tras la guerra de los Seis Días, Israel asume el control total de la ribera occidental, la franja de Gaza y el resto de territorios. Esta es la historia de sus abuelos. Desastre y derrota.
Wafaa me cuenta que en las ciudades palestinas suele haber asentamientos israelíes en las montañas que las rodean para controlar a la población desde ahí. «Pueden entrar en cualquier momento, meterte en la cárcel, dispararte o tirar bombas. Una vez tiraron una a nuestra casa, aún recuerdo aquel agujero... No puedes dormir por las noches, oyes disparos y bombas. Tenemos miedo, pero somos fuertes».
Wafaa piensa que las personas jóvenes de su país hablan como si fueran mayores, porque la experiencia de vivir en guerra te cambia: «Convives con la muerte cada día, todo el mundo puede morir, pueden matar a alguien delante de ti en un día normal. Cuando iba a la facultad de Derecho mataron a un amigo mío. El muro del apartheid es muy grande y separa las ciudades palestinas. Cada viernes hay un punto donde disparan a la gente que sale de la mezquita y ellos les tiran piedras. De un día para otro pierdes un familiar, un amigo… piensas todo el tiempo quién será el siguiente. Cada familia tiene a alguien muerto o en la cárcel, esto es lo normal allí.
En Palestina no hay derechos, no puedes hablar, no puedes publicar lo que no debes en Facebook o irán a por ti. No puedes ir de una ciudad a otra debido a los controles. Todas las ciudades de Palestina tienen una única salida en Jericó. También se cometen crímenes en el otro sentido, el terror va en ambas direcciones porque se trata de política, no de los habitantes. Si quisieran solucionarlo lo harían, llevamos setenta y cuatro años de conflicto. Todas las guerras terminan ¿por qué la de Palestina no?»
Wafaa piensa que la gente en Europa no sabe mucho sobre Palestina. Le sorprende lo poco que los adolescentes aquí saben de historia, ni siquiera sobre la de España. «Esto es un problema. Se preocupan más sobre cómo vestirse o maquillarse, no de temas importantes. En Palestina no podemos dedicar mucho tiempo a pensar en estas cosas porque tenemos que pensar en nuestro futuro, estudiar para prepararnos. Tenemos que terminar la guerra».
Pese a vivir en un contexto de guerra e injusticia toda la vida,
siempre prevalece el afán de superar la adversidad, de alcanzar un futuro mejor: «Aunque todo esté mal, la gente quiere vivir. Mucha gente va a la universidad, hay afán por emprender. Las madres no suelen decirles a los niños que se queden en casa. Los días normales son como aquí, aunque no hay muchas cosas para disfrutar: no tenemos jardines públicos, son de pago, hay problemas con el agua, la electricidad... Yo solía salir con mis amigos a la cafetería, veía la tele… Tenía un horario en el frigorífico para organizarme con mis estudios».
Wafaa decidió ser abogada cuando entró en un programa en los campos de refugiados llamado ourvoice de la Unión Europea. «Sueño continuar mis estudios en derecho internacional, me gusta conocer gente de diferentes países y culturas. Desde pequeña, no podía callarme ante la injusticia, hacia mí y hacia los demás. Quiero ser la voz de las víctimas».
En su primer año en la Universidad fue voluntaria para documentar las violaciones de derechos humanos en las universidades, los problemas de los estudiantes y ayudarles a conocer mejor sus derechos. Ganó un concurso de investigación en Jerusalén y fue a Suiza, a visitar las Naciones Unidas junto a otros estudiantes. En otra ocasión fue a Egipto con un foro de setenta chicas de ciudades palestinas. Pero siempre
recuerda con especial cariño la primera vez que salió de su país cuando era niña: «Fuimos a Francia con un grupo del campo de refugiados para presentar los problemas de polución en el agua. Todo me parecía totalmente diferente, no quería volver. Pensaba: aquí todos los días disfrutan la vida y yo vivo en la guerra ¿por qué yo no vivo como el resto de los niños y niñas?»
En la actualidad,
Wafaa vive junto a su familia en Francia, donde han conseguido el derecho de asilo. Continúa sus estudios y el año que viene comenzará su Máster en Relaciones Internacionales.