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La Pasión no acaba

Los ojos de la Esperanza

Tiene, en la voz de mando, la garganta arañada del alquitrán de una carretera traidora que un día le echó los zancos al suelo del dolor más grande y le arrió...

Publicado: 27/01/2021 ·
21:18
· Actualizado: 27/01/2021 · 21:18
  • Manolo Vizcaya y la Esperanza. -
Autor

Víctor García-Rayo

El periodista Víctor García-Rayo es el presentador y director del programa La Pasión de 7TV Andalucía

La Pasión no acaba

Dedicado al alma de

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Tiene, en la voz de mando, la garganta arañada del alquitrán de una carretera traidora que un día le echó los zancos al suelo del dolor más grande y le arrió su alforja de sonrisas. Tiene un océano de lágrimas de sal -como los mares en los que manda la Morena de la calle Pureza- que le nubla los ojos cuando recuerda a su padre, un capataz joven y eterno que nos enseñó a ganarle alivios a la tarde echando el izquierdo por delante, que es una manera de subrayar la valentía de los hombres de Triana, capaces de llevar a Dios y a su Madre bendita de una orilla a la otra sin una  queja en el alma.


Manolo Vizcaya tiene en el timbre las arrugas fónicas de un manto recogido a la cintura en la Calle de la Feria, tiene la sobriedad en el recuerdo que le baila queriendo pisar con la suela del olvido las noches negras y tiene las manos limpias. Sí. Las manos de Manolo Vizcaya siempre están limpias. No es sólo por su trabajo, sino porque la piel de sus manos han acariciado martillos y recogido faldones a la hora de doblar las rodillas y decirle a sus hombres lo mucho que hay que amar a Dios para dejarse el cuello en una trabajadera de madera y sangre.


Yo no tengo rosas que devolverle al capataz del primer Cristo que acompañé como nazareno. Pero tengo este papel por delante para dejar firmada mi admiración y mi respeto. Yo sé lo que es perder joven a tu padre. El mío cayó junto a un paso de Virgen. Los dos, Ángel y Juan, murieron en la carretera, en el betún de un asfalto canalla que nos robó los años y las preguntas. Ambos se marcharon mirando a los ojos a la misma fe que nos dejaron galopando por las venas. Su padre latía en el Tardón, el mío también.


Anoche entrevisté a Manolo Vizcaya. (¡Toooos por iguá!)  resonaba una y otra vez dentro de mi pecho. Cuando acababa la entrevista, miré de cerca a los ojos del capataz. Los vi verdes y tuve que echar a un lado la caída de las bambalinas del paso de palio de la noche para darme cuenta de que la Reina Marinera se servía de Manolo Vizcaya para recordarme que tenemos un tesoro en el mundo que, aunque se marchen nuestros padres, tiene un valor incalculable. Ese tesoro se llama Esperanza.

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