Julián Ochoa es uno de esos fotógrafos que tienen lo mejor que puede tener un artista, capacidad para reinventarse. Puede hacer un viaje a miles de kilómetros para hacer fotos y es capaz de montar un tenderete en la playa de Camposoto para conseguir fotos normales de las que puede hacer cualquiera con su cámara. Eso es fundamental en un fotógrafo que además de ser fotógrafo profesional, es un aficionado a la fotografía porque sin afición no se pueden hacer las cosas que hace Julián Ochoa. Parte de este trabajo está expuesto en estos días en el Centro de Congresos de San Fernando.
—Yo entiendo que la fotografía es un modo de vivir. Desde el momento en que uno se introduce en ella te ocupa tanto tiempo, tanto espacio, no sólo físico sino mental, que como no te acompañe a todos sitios no se consigue realmente avanzar. Eso pasa con muchas artes. Yo no diferencio entre aficionado y profesional en el sentido económico porque hay aficionados que son grandísimos profesionales porque hacen las cosas muy requetebién. Diferencio más bien la inmersión en este arte tan bonito, al que se sumerge ahí yo lo considero un fotógrafo con mayúsculas. En este caso vamos a llamarlo profesional.
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Más que profesional, digamos comercial para separarlos.
—Efectivamente. Fotografía comercial que yo la llamo alimenticia y lo que es la fotografía de autor.
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¿De qué va la exposición que tiene en el Centro de Congresos?
—La exposición es un proyecto que todavía sigue abierto sobre fotografías del subcontinente asiático. Principalmente es temática humana, e incluso cuando no se ve a ninguna persona da la sensación de que hay allí alguien merodeando, que va a aparecer alguien en ese cuadro. A mí todo lo que me interesa fotográficamente tiene que ver con cuestiones humanas. No soy fotógrafo de bodegón, que lo puedo hacer, pero soy un fotógrafo al que le gusta relacionarse con las personas y es lo que intento reflejar. Las fotos de la exposición están hechas en muchos países, me gusta viajar y aprovecho los viajes para hacer fotografías. Hago fotografías de recuerdo pero también tengo esa parcela de fotografía de autor en la que me sumerjo y de la que intento extraer al máximo toda mi sabiduría fotográfica.
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Los premios de fotografía suelen darse, al menos a nivel de prensa, a las fotos impactantes, de conflictos. Sin embargo una simple foto de una imagen cotidiana, de un simple rostro, puede tener una belleza inigualable y una cantidad de lecturas tremenda sobre la situación que se está plasmando.
—Efectivamente. Lo que ocurre es que un concurso se mueve siempre por el impacto, igual que la publicidad. Hay un jurado que quizá en tres horas tiene que ver cientos de imágenes. Hay fotografías cuya lectura es mucho más pausada. Quizá en un principio no tenga ese impacto pero cada vez te va agradando más y para ello se necesita tiempo. Hay otro tipo de fotos que inmediatamente impacta, como ese tipo de fotografía de la que habla. Yo en esta exposición, independientemente de que puede haber alguna foto más impactante que otra, lo que pretendo es dar una visión de autor, qué es lo que yo he pretendido haciendo fotos allí. Lo que hago es una colección de imágenes. Me gustaría que la exposición se viera, si fuera posible, no como la India, Birmania, Hong Kong, China… sino como una sola imagen. El país es una excusa. Lo que yo intento es que el espectador vea una manera de mirar, cómo observo yo las cosas, cómo las fotografío, qué es lo que me interesa realmente. No vamos a encontrar esa fotos espectacular de premio. Lo que vamos a encontrar es un trabajo, una colección de imágenes.
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Generalmente el artista hace su trabajo con una intención y el público le da otro sentido diferente, lo reinterpreta. ¿Eso molesta, o enriquece?
—No molesta, es curioso además. A veces el fotógrafo no sabe realmente por qué ha hecho la foto. Hay imágenes que surgen de repente y uno hace la fotografía. Después reflexiona. Porque la fotografía es como un camino solitario. El fotógrafo se enfrenta a los temas y después decide qué imágenes se exponen, qué imágenes se enseñan. Esto lo que genera es un proceso de selección y a posteriori se pregunta uno por qué hizo esa imagen. Al final estamos haciendo fotos por toda la cultura anterior que llevamos, por la educación que hemos tenido, por con quiénes nos comunicamos, quiénes están junto a nosotros, qué hemos leído… Todo eso es un bagaje cultural que cuando nos enfrentemos a un tema fotográficamente, sale en la foto.
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Si lo midiéramos por la cantidad de cámaras que hay por metro cuadrado diríamos que estamos en una época de auge. Pero la lectura puede ser radicalmente distinta.
—Hacer fotografía es fácil. Hacer buena fotografía, no. Todo el mundo tiene un móvil, o dos. Cámara fotográfica y lo que se nos acerca, las gafas Google y veinte mil historias más. Pero eso no hace al fotógrafo, eso es sólo una herramienta igual que un destornillador no hace a un carpintero. Hay una facilidad y una democratización de la fotografía pero por eso al buen fotógrafo se le exige mucho más, por lo que el proceso de selección es mucho más fino. El mundo ya está fotografiado totalmente, no queda nada por fotografiar. Lo único que se puede fotografiar como algo novedoso es la noticia diaria, ¿pero qué retrato podemos hacer que no se haya hecho antes? Eso es complicadísimo. Lo único que puede hacer un fotógrafo es realizar las cosas de la mejor manera posible y lo mejor posible, intentando transmitir esos sentimientos que tiene. Ese es el proceso de selección natural ahora mismo. Hacer esa gran fotografía de mirada interior es muy complicado, es muy difícil.
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Pero esa democratización de la fotografía puede estar causando un daño muy grande al fotógrafo comercial. La ignorancia es muy osada y hoy en día cualquiera se atreve a hacer una boda, con la responsabilidad que tiene eso.
—Efectivamente, pero eso también se da porque el fotógrafo profesional se ha dormido muchos años, hacía un tipo de reportaje poco novedoso, no se preocupaba… No todos. A ese fotógrafo sí le ha hecho daño. El fotógrafo que realmente se preocupa por investigar, por luchar por su profesión, por no quedarse atrás, por aprender nuevas técnicas, conocer nuevos lenguajes fotográficos… A ese fotógrafo no debe hacerle daño. ¿Por qué? Porque ahí está la profesionalidad. Y la garantía. Quizá más que el aficionado, y ojo que hay aficionados buenísimos, le hace más daño el intrusismo. Cualquiera se anuncia en las redes sociales y puede hacer un reportaje sin una garantía. Pero eso también lo da la crisis económica y eso es completamente comprensible. Muchos fotógrafos profesionales que hay hoy en día han empezado así. Pero hay una visión fotográfica que eso no lo da ni ser aficionado, ni ser profesional, ni ser incluso un intruso dentro de la fotografía profesional. La visión fotográfica la da el interés que tenga una persona en aprender a mirar. No es lo mismo ver que mirar.
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¿Qué ha supuesto el paso de la fotografía analógica al digital?
—Realmente no ha supuesto nada. Volvemos a lo mismo, el que sabe ver cogerá esa herramienta o esa otra. Al fotógrafo profesional que le cogió más mayor aguantó un poquito más con esa fotografía tradicional y luego se retiraron, pero el que verdaderamente tiene inquietud por crear una imagen usará la herramienta que estime conveniente. Hubo un tiempo como de dudas, porque además era todo carísimo, se compraba una cámara digital de un megapíxel y costaba una bestialidad. Pero ahora, las casas fotográficas si no venden carretes tienen que vender cámaras y ha llegado un momento en que si uno es creativo, con una cámara sencilla de 400 ó 500 euros puede hacer unas fotos magníficas. Si les salen las fotos mal no puede echarle las culpas al equipo que tiene. Pero lo importante es ver. Yo defiendo muchísimo la creatividad, antes que la herramienta. Y curiosamente toda la fotografía que se está exponiendo en el Centro de Congresos es fotografía analógica. Profesionalmente uso cámara digital, pero para mi fotografía personal considero que para esa fotografía no necesito la cámara digital, lo puedo hacer con analógico. Y está hecha con película.
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¿Se puede hacer con digital esa misma fotografía?
—Sería diferente. El digital implica menos reflexión en el momento del disparo. Como en teoría la foto digital es gratis, cuando voy a retratar a una persona seguramente le haría más fotos que cuando voy con una cámara tradicional. Llevar una cámara tradicional me hace reflexionar mucho sobre el tema, pienso más la foto, mido mejor la luz, si hay algo que me chirría lo cambio… Voy a hacer la fotografía mucho más directa, sin apenas retoque. De hecho, todas las fotografías que están expuestas no tienen nada de retoque.
—Luego una de las diferencias entre el digital y el analógico es que hay que asegurar el tiro…
—Si hay mucho dinero, no. Pero el tema es el siguiente. Es mucho más fácil hacer fotografía digital que analógica porque ves la imagen detrás de la cámara. Haces una foto y la miras, si no te gusta la vuelves a hacer. Sin embargo, si haces fotografía tradicional –más que analógica me gusta más la palabra tradicional- miras por el visor, te concentras en la imagen y si no te gusta, no haces la foto. Es muy fácil distinguir a un aficionado de alguien que realmente sepa mirar con la cámara. Éste hace la foto y no la mira pero el aficionado dispara y mira. No está seguro de lo que hace. Eso no quita que haya situaciones, como en la prensa en la que hay que disparar mucho porque es el momento… Pero para el tipo de fotografía que yo estoy exponiendo, que es un tipo de fotografía que yo llamo tranquila, de observar, de mirar, de que concuerden las cosas, de menos es más… la fotografía tradicional le va estupendamente.
—Usted trabaja con una Leica…
—Tengo diferentes cámaras. Normalmente uso Hasselblad, que da un formato 6x6 aunque se le puede colocar un chasis de 4,5x6, tengo Hasselblad panorámica, tengo Leica, tengo Nikon, también tengo Hasselblad digital… ¿Qué tipo de foto voy a hacer? ¿Esta? Pues uso esta herramienta. Si voy a hacer foto de reportaje, que pasaré desapercibido, llevaré una cámara pequeña, pero si me interesa hacer un tipo de fotografía tranquila, a lo mejor llevo el trípode y otra herramienta mucho mayor.
—Está pasando una época dulce profesionalmente, con muchos proyectos, lo cual es importante teniendo en cuenta que estamos en una época de crisis y que la fotografía es un elemento suntuario, del que se puede prescindir.
—Yo cuando hago fotos para mí nunca lo pienso en términos comerciales, nunca, porque en el momento del disparo estaría pensando en ese posible comprador. Lo hago para mí y soy de los que piensa que cuando uno hace fotos para uno mismo, de una manera sincera, lo mejor que pueda y sepa, realmente esa foto es fácil que llegue a los demás. Si me pongo en un terreno para vender pasaría a un plano profesional y para eso ya tengo a mis clientes, las personas que van a mi estudio y quieren que les ofrezca un producto determinado. Pero esto lo hago para mí. Se puede decir que una me da de comer y otra me da de vivir, me hace mantener la ilusión en la fotografía. Y sé qué tipo de fotos tendría que hacer para exponer y vender, paisajes de las marismas muy bonitos, con mucho efecto… Pero a mí lo que me interesa es sentirme bien con mi fotografía.
—-¿Hay mucha diferencia entre Julián Ochoa fotógrafo comercial y Julián Ochoa que hace fotografías para vivir?
—En la fotografía comercial el que realmente tiene que quedar más contento que yo es el cliente. El cliente va a pagar por un producto fotográfico que yo voy a hacer con una ilusión tremenda, eso lo tengo muy claro, pero cada persona tiene unos gustos, unas preferencias, yo tengo que saber escuchar esos gustos y esas preferencias y aportar mi punto de vista, pero quien paga es el que manda.
—Está poco valorado el fotógrafo comercial, cuando la fotografía comercial es tremendamente difícil por el simple hecho de que tiene que agradar a una segunda persona.
—Hay que ser un poco psicólogo, vamos a una boda y estamos sonrientes aunque pasemos calor… Además del producto se ofrece un servicio, que es una responsabilidad y una garantía. Yo siempre que voy a una boda voy en tensión porque por muchas cosas que haga sé que pueden pasar cosas imprevistas, que puede haber algún tipo de problemas, tengo que ir muy preparado, con los ojos muy abiertos… Y después intentar dar con ese punto de unión con el cliente para que realmente quede satisfecho. No soy de poner bodas en el escaparate, prefiero que el cliente quiera que yo le haga la boda para poder implicarme al cien por cien. Boda o trabajo comercial porque en mi estudio entra de todo.
—Y siguiendo con el fotógrafo comercial, además tiene una responsabilidad tremenda. Una boda es solamente una vez, no se puede repetir. ¿Imagina que se le estropea la cámara?
—O sencillamente que piensas que la boda va bien porque de vez en cuando echas un vistazo a la pantalla y a lo mejor no se está grabando en esa tarjeta porque la cámara tiene un error. Es una responsabilidad. Yo no descanso hasta que están las tarjetas en los discos duros. Por otro lado, siempre llevo diferentes equipos y hago fotos con diferentes cámaras, hago las fotos con tres tarjetas diferentes y siempre me voy preocupando muchísimo de todo. Además de la responsabilidad es la tensión, que realmente es lo que se paga a un fotógrafo de bodas. Y el saber estar, recoger ese acontecimiento tan importante, y lo que dice de que es una vez en la vida, yo tengo un cliente al que le he hecho tres bodas. No con la misma.
—Todas diferentes.
—También es una buena señal de que sigue confiando en mí.