Soy un lector empedernido, no solo de libros, sino de noticias publicadas en internet, donde leí una curiosa noticia sobre la suerte los soldados españoles que fueron enviados y masacrados en la guerra de Marruecos. También se han publicado bastantes libros históricos sobre dicha contienda. Hoy quiero recordar y homenajear con este artículo a los miles de soldados españoles que murieron en África “defendiendo a España”.
De todo lo leído, me llamó la curiosidad que en Soria se colocaron unas placas azules mortuorias dedicadas a los quintos sorianos muertos en la década de 1920 en dicha guerra. Algunas de estas placas siguen conservadas hoy día en distintas iglesias de la provincia, una por cada soldado que regresaba muerto, aunque todas están en mal estado.
Era el perverso homenaje a los soldados procedentes de familias con pocos recursos que iban al “matadero” de la guerra de África y que fallecieron “heroicamente” o “gloriosamente” en Marruecos. Fue el primer proyecto memorialístico que se hizo en España. Las reseñadas placas están colocadas en lugares nobles, visibles de un templo, en sus muros o en el arco triunfal de acceso como homenaje a los soldados que regresaban en cajas de madera. En todas ellas, figuraba un texto similar: el nombre del soldado fallecido, su función en el ejército español, una fecha (la de la muerte) y un texto: “Muerto gloriosamente por la patria en la campaña de África”.
Pero ¿por qué en Soria y no en otros lugares? Los antecedentes se remontan al 23 de agosto de 1921, cuando se creó la Junta Patriótica Provincial de Soria. Fue este organismo -y no el Estado- el que en la olvidada Soria de Machado, Bécquer y Gaya Nuño se decidió impulsar una serie de placas que acompañaran los escasos cuerpos repatriados que regresaban del “matadero”. Aquel verano de 1921 se produciría la mayor derrota de un ejército colonial europeo con la retirada del Ejército español del campamento de Annual hacia posiciones más favorables, lo que le costaría la vida a cerca de 8.000 soldados españoles (hay fuentes que señalan a más de 11.500), a manos de los guerrilleros del valle marroquí comandados por Abd el-Krim.
¿Cuál fue el papel del Estado en esta tragedia? Bajo el reinado de Alfonso XIII, el Gobierno se limitó a entregar a las familias una cantidad económica por el “arrojo” del soldado muerto, una cuantía estándar de unas 250 pesetas…, junto al cadáver.
Todos tenían en mente la imagen del joven apesadumbrado que se trasladaba a Marruecos a dar la batalla en unas condiciones extremas de falta de recursos y que meses más tarde regresaría en un féretro (en el mejor de los casos, pues no todos lo hacían). Lo que la guerra suponía para las familias sorianas era dejar que, al hijo, en plenas facultades, lo mandaran a Marruecos para volver muerto o lisiado: eso era la Guerra de África. Esto mismo les pasó a otras muchas familias de toda España.
Así que, sabiendo que los jóvenes rurales con escasos recursos económicos eran presa fácil del reclutamiento africano, muchos recurrieron al exilio. Entretanto, quienes no podían escurrir el bulto y debían “ir a morir” a Marruecos tenían a su favor los pomposos mensajes de los poderes del momento. Los inflamados discursos sobre la patria procedían, curiosamente, de los sacerdotes en las iglesias y de los mandamases del ejército, es decir, aquellos que nunca acudirían al frente o aquellos que tenían un poder adquisitivo alto y podían comprar la exención del servicio militar a la Hacienda pública por 1.500 pesetas de la época, para que sus hijos tampoco lo hicieran.
De aquellas más que posiblemente inútiles muertes de bisoños soldados, sin preparación bélica ninguna, agua ni víveres, ha sobrevivido esa colección de placas que han entrado en un estudio sistemático al que se incorporarán, seguro, nuevos hallazgos. Algunas continúan intactas en los lugares de templos sorianos (sobre todo, en el norte y en el este de la provincia), otras se encontraban prácticamente tiradas en alguna estancia o almacén y han sido recuperadas y, finalmente, algunas recolocadas en las tumbas de los desafortunados militares por mediación de sus familias. Sin embargo, y por desgracia, la mayoría han debido de acabar en un limbo, desaparecidas, como también lo han hecho los últimos herederos de aquellas identidades tristemente inmortalizadas sobre latón.
Las placas obligan al recuerdo de una España empobrecida; para los patrioteros herida en su orgullo desde la pérdida de las últimas colonias en 1898, con una larguísima Guerra de África en pie desde 1859, animalizando al adversario, al moro, mientras quienes nunca se iban a exponer enviaban ánimos a los soldados. Pero, quizá, para vislumbrar hasta qué punto aquella España se traicionaba a sí misma, habría que recurrir a una triste anécdota que habla de forma patética de un Estado. Cuando el líder de los rebeldes rifeños, Abd el-Krim, pidió un rescate de cuatro millones de pesetas por la liberación de los últimos 326 prisioneros con vida, tras el Desastre de Annual en 1921, al monarca Alfonso XIII no se le ocurrió otra cosa que lanzar una sentencia -según se le atribuye- que quedaría para los anales… de la vergüenza: “¡Pues sí que está cara la carne de gallina!”.
Como el gobierno no quería que tuvieran carácter oficial y Abd el-Krim rechazaba a negociadores militares, se usó al empresario vasco Horacio Echevarrieta para esta ingrata labor. El acuerdo era la liberación a cambio de 3.200.000 pesetas, pero el rifeño logró sacar otras 270.000 mientras el barco esperaba el embarque de los prisioneros como atenciones al transporte y otras causas diversas. En total, con otras cantidades entregadas anteriormente, se llegó a la cifra de 4.000.000 de pesetas. Decisión difícil, muy criticada en los cuarteles pero aceptada en la opinión pública. Al final, el 28 de enero de 1923 subieron a bordo 45 jefes y oficiales, 274 individuos de tropa y 38 paisanos, algunos niños. Durante el cautiverio fallecieron 152 españoles. También fueron puestos en libertad cuarenta rifeños presos.
Termino con un romance de la obra El quintado. Los cantó una mujer de Oncala (Soria), en homenaje a los quintos, que decía:
Mes de mayo, mes de mayo y primavera,
cuando los quintos se marchan todos juntos a la guerra.
Unos cantan y otros ríen, y otros celebran las fiestas,
menos un pobre soldado que va llenito de pena.
Se le acerca el capitán: -Soldadito, soldadito,
¿qué tienes que ná te alegra?
-Que el día que me casé me llevaron a la guerra
y he dejado a mi mujer, ni casada ni soltera.
-¿Tan bonita es tu mujer que tanto te acuerdas de ella?
Se echó la mano al bolsillo y sacó una foto de ella.
Mira si sería guapa mira si sería bella
que hasta el mismo capitán se ha enamorado de ella.
Coge la licencia y vete en busca de esa doncella,
que con un soldado menos, también se acaba la guerra.