El batacazo de la baronesa que aspiraba a ser la reina del PSOE ha sido clamoroso. Su breve intervención televisada, tras consumarse su derrota, para casi todos inesperada, ha reflejado la soberbia y prepotencia de quien aun no podía creerse que ¡ella! hubiera perdido sin alcanzar siquiera el 40% de los votos cuando Sánchez (a quien ni siquiera ha nombrado) ha pasado del 50%.
Seguirá utilizando a Andalucía para su ambición personal, ahora como trinchera: ha repetido varias veces en su monólogo televisado que es ¡ella! la que ha ganado aquí, es decir, la que seguirá mandando en el PSOE-A. Ha pasado por alto que ha conseguido de los pesoistas andaluces 1.000 votos menos que los avales que presentó. Significativo, desde luego. Está cantado un todavía mayor acercamiento a Ciudadanos y una todavía mayor beligerancia que hasta ahora hacia Podemos. Los tiburones heridos pueden dar coletazos mortíferos.
Junto a Doña Susana, los militantes del PSOE, o al menos algo más de la mitad de estos, han liquidado (o esa ha sido claramente la intención) a todo el "aparato" que consumó el golpe de mano que defenestró a Sánchez hace ocho meses y se instaló en la gestora para permitir el gobierno de Rajoy con el aplauso de la mayoría de los medios de prensa y televisión, encabezados por el grupo PRISA.
Han enterrado también a Felipe González, Alfonso Guerra, Rubalcaba, Bono, Zapatero y otros “históricos” que han sido los padrinos de la que se presentaba, por esto mismo, como la única ganadora posible. Sea ello en buena hora y a ver si desaparecen de una vez del escenario político, lo que para algunos no será demasiado sacrificio ya que viven de los consejos de administración o como asesores de grandes corporaciones trasnacionales.
Pero conviene no equivocarse: el PSOE, como cualquier otro partido que pretendiera resucitar la socialdemocracia más allá de las palabras, está condenado al fracaso, sea cualquiera el líder que elija. Porque en la actual época de dominación del capital financiero globalizado no existe posibilidad de practicar ningún tipo de keynesianismo (de Estado “redistributivo”).
La diferencia principal entre un PSOE encabezado por Sánchez y un PSOE dirigido por Díaz es que aquél podrá tratar de mantener durante más tiempo la ficción de ser una “alternativa a la derecha”, apuntalando el bipartidismo dinástico de la alternancia, y este (si hubiera ganado ella) se habría mostrado más claramente como una mala copia de esa derecha. Los militantes del PSOE que realmente se sientan de izquierda comprobarán esto más pronto que tarde. Y entonces tendrán que preguntarse qué hacen ellos en un partido como ese.